En la década de los años setenta llegó hasta una localidad de la provincia de Córdoba, Fernán Núñez, un perro de color negro. Nadie tiene claro cómo acabó allí. Tenía el pelo corto, sucio, muy descuidado, famélico, y aunque su aspecto no era precisamente bello, los que lo conocieron comentan que en la mirada tenía una expresión de sosiego inaudita.

Sobrevivió gracias a que los más ancianos del lugar, sobre todo las señoras que en aquella época eran casi todas amas de casa, le daban sobras de la comida y alguno que otro mendrugo de pan. Quizás fue por este motivo que ‘Moro’, así empezaron a llamarle en lo que sería su hogar, se encariñó con los que más fácil están a punto de partir, los mayores que caminan por los últimos días de su vida.

El caso es que cuando aconteció el primer entierro de la localidad, el perro se acercó hasta la puerta donde estaban reunidos los vecinos en el velatorio, y acompañó al féretro hasta la tumba. Los lugareños lo tomaron al principio como una anécdota, hasta que otra persona enfermó, y justo cuando estaba en su agonía, ‘Moro’ llegó a la puerta de su casa para esperar que traspasara el umbral de este mundo. De nuevo el perro escuálido, negro como el tizón, acompañó al difunto hasta su lugar de descanso eterno en el cementerio.

Comentan los que le conocieron que su presencia en los funerales era muy grata, ya que con su cara de paz contagiaba la misma sensación a los que estaban llorando el último adiós a un amigo.

A partir de ese instante, ‘Moro’ se hizo famoso a nivel internacional. Su imagen apareció en periódicos de toda Europa y hasta la televisión alemana mandó un equipo de reporteros para inmortalizar el extraño comportamiento del animal.

La cualidad del can hizo que muchos le temieran, pues lo veían como un mensajero de la muerte. Otros lo miraban como a su último compañero, el que estaría el día que se alejaran de este mundo. Lo cierto, y lo terrible de esta historia, es que en 1983 un grupo de borrachos le dio una paliza por placer y lo dejaron agonizando.

Una de las vecinas de Fernán Núñez, al enterarse, se fue hasta el lugar donde estaba ‘Moro’ y, al igual que el perro hacía con las personas, lo acompañó durante unas horas hasta que falleció. Tan mal lo dejaron, que ‘Moro’ no podía levantarse, así que la señora solo se limitó a darle cariño y un poco de agua hasta que expiró.

Los vecinos de Fernán Núñez lo enterraron cerca de una tapia que más tarde cayó sobre los restos del animal. Lo que muchos interpretaron como una señal de Dios para que le hicieran una tumba a modo de recordatorio. Hoy ‘Moro’ tiene incluso una estatua en la localidad española que sirve como homenaje, al que dio siempre su cariño en momentos difíciles sin pedir nada a cambio.

Escribo esta historia porque como todos los jueves me toca presentar mi columna en este medio. Yo no sé ustedes, pero a mi la violencia de los últimos días me afectó.

Primero vi una protesta lícita por parte de una buena parte de la ciudadanía. Luego en redes sociales y en la calle, gente ejerciendo una violencia desmedida. Pero lo más triste es observar a políticos de uno y otro bando que se comportan como hienas. Aprovechándose de la situación para sembrar odio.

Algunos de ellos, que tienen incluso sillón en el senado, me recordaron a los borrachos que mataron a ‘Moro’. Contemplando odio, agonía y violencia solo por placer y por la sensación de poder que causa ver cómo se desangra alguien más débil que tú.

Mientras este tipo de señores y señoras ocupen un papel en la vida política del país, Colombia está condenado a ser uno de los países mas desiguales y violentos del mundo. Hechos que me confirman con todo lujo de detalles que los perros son mas humanos que las personas.

Columnas anteriores

Cuando la CIA financió Al Qaeda… sin querer

Descubren una nueva ciudad perdida en Colombia

Ovnis, un misterio que está de moda

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.