Desde hace décadas, Colombia muestra tasas de desempleo (10 %) y de empleo informal (47 %) que sumadas afectan al 57 % de nuestra población en edad y con interés de trabajar. Se trata de un problema estructural, inaceptable desde las perspectivas económica y ética, que vuelve precaria la vida de millones de familias y mina la credibilidad de nuestro Estado.

Consciente de la insostenibilidad del modelo, el Gobierno Nacional está convocando a un ‘Pacto por el Empleo’ para concertar recomendaciones que reviertan esta variable, cuyas principales conclusiones podríamos anticipar desde ya. Que el PIB debe crecer a tasas superiores al 5 % anual apoyado en sectores que demandan mano de obra. Que hay que considerar otros tipos de contratos laborales que se ajusten mejor a la revolución de las 5G y a la transición demográfica que vivimos. Que hay que adoptar incentivos fiscales o monetarios que estimulen la demanda de mano de obra. O que hay que ampliar la cobertura de educación.

Se trata de recomendaciones con las cuales quedarán satisfechos los diferentes grupos de interés, pero que si no las perfilamos nos dejarán en las mismas, como ya ha sucedido en el pasado. Entonces, ¿qué medidas debemos implementar para que esta vez las propuestas sí produzcan los resultados que se esperan? Sin duda, dentro de este menú, el papel más estratégico lo juega la educación superior, técnica, tecnológica o profesional, en la medida en que ella conduce a la formación de un ser humano integral, más productivo y, como consecuencia, con mayor poder de negociación.

Pero para alcanzar este objetivo son varias las metas volantes que hay que ganar. La primera, lograr que en la educación superior no sigan existiendo instituciones educativas de primera y de segunda categoría. Entender que también existen instituciones que hacen inmensos esfuerzos apoyadas en matrículas mínimas, que constituyen la única opción de jóvenes vulnerables, pero con destacados planes de vida, y que hacen presencia en regiones donde los sectores público y privado brillan por su ausencia. Por ello, su vocería ante el Estado y el sector productivo tiene que ser real y no de ocasión. Además, el apoyo financiero y tecnológico que reciban sus estudiantes debe facilitar la realización de tantos jóvenes que pueden y quieren comprometerse con sus comunidades y con su país.

En segundo lugar, hay que “subir la vara” en los idiomas a partir de bases construidas desde el preescolar. Porque, así le temamos, la realidad que se nos vino encima es la de la interconexión cultural. Porque es difícil, por ejemplo, que alguien que quiera aprender un lenguaje de programación -la nueva competencia básica- o acceder más tarde a un trabajo digno lo logre sin el dominio básico del inglés.

Es necesario, además, lograr que el proceso de enseñanza/aprendizaje se apoye en la investigación y en un contacto con el sector productivo, que sea pertinente y no solo aparente; que el aprender haciendo impregne el quehacer pedagógico, alimentando de paso la creatividad del estudiante; y que sea compromiso de cada institución educativa generar su producción académica con el aporte de este. Son muchas las falencias que aun mostramos en este campo. La mayor de ellas es la carencia de compromiso conjunto de Estado y del sector privado para implementar prácticas empresariales ceñidas a un plan de experiencias y aprendizajes, y para que, como en Alemania o Austria, las prácticas formativas sean prestadas por las empresas con agrado y valoradas como aportes a una sociedad de oportunidades y, eventualmente, a la formación de sus futuros colaboradores.

Implica incorporar en el pensum un conocimiento más profundo sobre quiénes somos, sobre nuestra historia, riquezas, defectos e inmensas potencialidades. Un pensum que fortalezca los niveles de autoestima, empatía, convivencia y aceptación de la diversidad. Que alimente el optimismo, la felicidad, y el capital social que nos ayude a entendernos como miembros de un mismo equipo.

Finalmente, para que la tarea quede bien hecha, habrá que partir de la base de que el 87 % de nuestros jóvenes cuenta de sobra con voluntad y capacidades, pero carece de medios económicos y tecnológicos, y que solo compromisos audaces serán antídotos suficientes contra estas carencias. Por ejemplo, antídotos como multiplicar la capacidad de financiación del Icetex o establecer cuotas de pago que no excedan un porcentaje de su salario, o entregarles una tableta con contenidos y accesos especializados, o asegurar su acceso a las mejores bibliotecas virtuales; o acelerar la conectividad de las regiones.

En síntesis, un contrato social profundo, audaz, que comprometa al Estado, empresarios, sindicatos, familias y estudiantes; que reconozca nuestras limitaciones materiales; que entienda que las grandes decisiones implican esfuerzos superiores; que se refleje en los currículos y planes de estudio, que se cumpla y que nos haga sentir parte de una sociedad solidaria y trascendente.

Columnas anteriores

Educación virtual: otra opción desaprovechada

Bachilleres de comunidades vulnerables también tienen derecho a la educación superior

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.