Por razones demográficas, su demanda es decreciente; por razones culturales, los jóvenes cuestionan los costos de oportunidad que ella genera; y por razones tecnológicas, las plataformas virtuales aparecen como alternativa a la formación presencial y a sus costos. Pocas Instituciones de Educación Superior (IES) estaban tomando nota de estas amenazas, quizá pensando que se trataba de un vendaval momentáneo.

Con la llegada del COVID-19, las IES tuvieron que reemplazar sus clases presenciales por unas similares dictadas de manera remota. Así, en cuestión de días, docentes y estudiantes continuaron reuniéndose y construyendo conocimiento sincrónicamente, en los mismos horarios de antes; solo que ahora lo hacían apoyados en herramientas digitales.

En términos generales, la transición demostró que la mayoría de las IES, conservadoras por esencia, también podían responder con agilidad a los retos del entorno; que, gracias al trabajo en equipo, en corto tiempo podían incorporar tecnologías novedosas; y que, para ello, sus docentes se adaptaban con rapidez. Meritorio, sin duda.

Y con la pandemia aparecieron nuevos cambios. Docentes y administrativos acudieron al teletrabajo y al trabajo remoto, aportando mayores eficiencias, para sorpresa de muchos. Y las instituciones democratizaron el conocimiento, ofreciendo toda suerte de ‘webinars’ gratuitos, pertinentes y atractivos.

Así, en cuestión de semanas, la pandemia obligó a incorporar cambios que no se habían sopesado con detenimiento y que, en otras circunstancias, se habrían tomado años.

No obstante, ahora que se avecina el retorno a la normalidad, surgen inquietudes. ¿Cómo podrán las IES atender al mismo número de estudiantes mientras rige el distanciamiento? O, ¿cómo remediarán el déficit de aulas originados en los nuevos protocolos?

Sin duda, habrá que diseñar una oferta híbrida, de tal manera que, a su voluntad, los estudiantes puedan tomar sus asignaturas presencialmente; o que la misma clase presencial pueda ser ofrecida al mismo tiempo, a estudiantes ubicados en un aula contigua o en su casa; o que pueda ser ofrecida virtualmente, en forma asincrónica de tal manera que el estudiante la pueda atender cuando tenga disponibilidad. Menús como este permitirán a las IES cumplir con el requisito del aislamiento y, de paso, ofrecer matrículas variables, ajustadas a los costos de las diferentes modalidades y a las posibilidades económicas del estudiante.

Contra lo que sostienen algunos sectores locales, son numerosos los estudios que demuestran que estudiantes formados a través de la virtualidad complementada con sesiones presenciales, obtienen mejores resultados en las pruebas de estado que los estudiantes presenciales. Y que los resultados son similares cuando se compara la virtualidad pura con la presencialidad.

Para la muestra, las conclusiones del presidente de Northeastern University, Joseph E. Aoun (1), o lo demostrado en un reconocido estudio de Stanford University (2), cuyas lecturas recomiendo. De ser aplicables estas conclusiones al entorno colombiano, estaríamos en mora de comprometernos más con la modalidad virtual, la cual, de paso, representa la única opción disponible para que nuestros jóvenes de sectores y regiones excluidas puedan convertirse en técnicos, tecnólogos o profesionales felices, comprometidos con su región y con su país.

Otros retos que enfrentan las IES colombianas también llaman a la reflexión. Las altas tasas de deserción y sus múltiples causas; la conectividad deficiente; la brecha tecnológica y el déficit de computadores, tabletas o dispositivos móviles; la reducida financiación a los estudiantes; la deficiente calidad de la educación escolar; o el secular abandono en que mantuvimos a los bachilleres de regiones desprotegidas. Pero estos serán temas de futuros artículos.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.