Leí, por ejemplo, un tweet de alguna mujer (@nosetwittears) que decía que era fan de lo patriarcal laboral, expresándose así: “Quiero decir que soy muy fan del patriarcado. Tener jefes hombres es mejor que tener jefes mujeres, los manes se concentran más en lo que es. Las viejas son compincheras, chismosas y envidiosas. srry but not srry.” (sic). Y no me pude contener, pero como fue el primer tuit del día, respondí razonablemente: “Discrepo totalmente. Es el tipo de comentarios generalizados que acentúan el machismo y la desigualdad de género.” Como si generalizar ayudara con las acciones de discriminación positiva que nos debemos a nosotras mismas, para ver si algún día logramos la tan cacareada igualdad de género que nos merecemos.

El mismo día, leí un tuit de Margarita Rosa de Francisco en donde abogaba por la utilización de un lenguaje inclusivo sin la excusa de que el masculino es “el género”, y se le vinieron mil y una críticas de gran cantidad de mujeres y, por supuesto de hombres, que de lo menos que la tildaban era de “boba” por sencillamente decir que ya era hora de hablar en femenino. No me pronuncié, pero no pude estar mas de acuerdo con ella por lo que le di un discreto “Me gusta” y continué mi día tratando de no guardar veneno alguno en mi interior.

Pero claro, todo estaba por venir. En un momento de aquellos en que uno hace una pausa activa, gracias a @linulera en Twitter, leí el artículo de Rosa Montero @brunaHusky en El País, “Desear es peligroso” () en relación con el prototipo de éxito que está pregonando Maluma y sus lágrimas al comprar su primer jet… y hubo reacciones para mi inexplicables, a favor de Maluma porque obvio… todo el mundo tiene derecho a realizar sus sueños. Esa calidad de sueños que hace que, para la sociedad de hoy, tener su primer yate y su primer jet, es decir, el exhibicionismo económico, sea el ícono del éxito. Lo dice Rosa: “Vaya imbécil, pensé cuando lo leí. Y luego, también, qué ingenuo, porque fue él mismo quien publicó las imágenes en sus redes, alardeando de pajarraco y de lágrimas sin darse cuenta de la penosa impresión que producía. Este chico es el mismo que tuvo problemas por sus letras machistas; quiero decir que muy dotado de cacumen no parece que esté.” Y mi indignación fue en aumento.

En la noche, la cosa se puso peor: leí un tuit de @AndresHoyos, director de “El Malpensante”, en donde vociferaba: “Greta Thunberg se está pasando y mucho. Ese tono perentorio no le conviene a una persona tan joven. Para ser sabio primero hay que serlo.” Y yo, que no suelo contestar, ya venía con un acumulado de emociones, por lo que no pude evitar responderle: “Señor Hoyos, no se crea usted tan sabio ni superior. Da vergüenza su reflexión de “conveniencia”. ¿Acaso usted sabe qué le conviene a un joven? ¿Acaso usted tiene la vara de la sabiduría?

Y luego, por Twitter también, pude leer el comunicado de prensa que un conocido restaurante de  comida oriental expidió a raíz de una desafortunada “descomunicación” de su iniciativa “Arroz Gracias” – el arroz de las porteras, domésticas y conductores, y mi indignación no pudo más. Y les contesté: “Perpetuemos el paternalismo y la discriminación en forma de agradecimiento residual. Démosles a los pobres regalos de navidad baratos, comida al costo (cuando no sobras)… mercados de marcas desconocidas, lindo así… Qué vergüenza”.

Y es que en realidad creo que ya hemos llegado al tope, a ese tope en que la discriminación ahora se presenta velada, disfrazada de masculino genérico o de agradecimiento residual, el tope en que las ínfulas de superioridad moral de algunos que se dicen llamar intelectuales degradan con comentarios misóginos a una niña que es la única que ha logrado volcar al mundo y centrarlo en el gran problema que es el cambio climático, el tope en que el desvalor del exhibicionismo económico, es ahora la vara del éxito. Y si bien no soy yo quien tiene la solución al origen de ese “tope”, si creo que hay reflexiones que no podemos dejar de hacer so pena de que, soterradamente, se sigan admitiendo “palabras” (eso es Twitter: palabras) que crean impresiones inicialmente, luego tendencias, y finalmente realidades.

Claramente no tengo la ingenuidad de pensar que el hablar en genérico femenino va a acabar con el machismo, ni mucho menos pienso que si la mayoría de las jefes del mundo laboral fueran mujeres el mundo laboral sería “mejor” (aunque hay varios estudios acerca del “techo de cristal” que han logrado probar que las empresas en las que hay más mujeres en cargos directivos, son más productivas); tampoco voy a creer que las acciones individuales van a tener efectos de impacto sobre el cambio climático y antes bien, creo que únicamente grandes acciones colectivas son las únicas que podrán reversar esta espiral climática: mi hijo soñaba cuando niño con inventar una aspiradora de gases del efecto invernadero que desde el espacio, absorbiera toda la contaminación del mundo y la esparciera por el infinito del Universo: en ese tipo de soluciones utópicas creo más que en acciones individuales. Pienso, por ejemplo, que la discriminación por la condición social o laboral no va a dejar de existir porque protestemos contra un restaurante que pudo tener una linda iniciativa de responsabilidad social mal ejecutada y sobre todo mal comunicada. Pero lo que si me aterra es que el ideal “Maluma” se haya convertido en el absoluto a seguir. El prototipo de una sociedad de consumo que está dispuesta a vaciar cualquier atisbo de humanidad para transformarse en vulgaridad pura y vacío existencial.

Tengo esperanza, un poco mas que la que puede tener Greta Thunberg. Y aspiro a que, al menos en el entorno en el que me muevo, no haya comportamientos discriminatorios ni explícitos ni mucho menos velados, a que haya algo de conciencia ambiental práctica y no solo teórica, a que la responsabilidad social se haga adecuadamente sin herir profesiones o condiciones sociales y a que la chabacanería económica en donde la ostentación sea el dios, impregne lo menos posible mi alma y la de los seres que me rodean.

Y aun así, aunque tratemos de hacer lo mejor en nuestro pequeño mundo personal, eso no nos hace infalibles: por ejemplo, he de contarles que con posterioridad al discurso de los grados de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario en Bogotá, en donde fui oradora principal con, lo que yo consideré, unas inspiradoras palabras – en ese podio de superioridad moral del que nos caemos con un soplo –, se me acercó una familiar de un graduando y me dijo, palabras más palabras menos: “Doctora excelente su discurso pero todas las citas que hizo fueron de hombres, como si no hubiera mujeres en la historia que valieran la pena para que usted las hubiera citado”. Y claro, cité a Mandela, a John F. Kennedy y a Oskar Schindler. Estupefacta, le agradecí inmensamente su observación porque tenía toda la razón. Y es que así no seamos infalibles y así nuestra cultura patriarcal, contaminante, inconsciente ambientalmente, materialista – esa que traemos en nuestro equipaje, hale y hale hacia un lado, debemos seguir trabajando para llegar a ese otro lado, para que ese presente que ya estamos padeciendo, nos agreda menos y podamos entregar más. Por lo pronto, acá más bien seguiré leyendo un libro estupendo, “Una Educación” de Tara Westover, una narración basada en la vida real de la autora, de la que ya les estaré contando…

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