“Puede haber formas perversas de violencia invisible.” – Delphine de Vigan

Una gran escritora francesa inmerecidamente desconocida en nuestro país y, me atrevería a decir, en el continente, su nombre: Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, Francia, 1966).

Al decir de la periodista española Anatxu Zabalbeascoa, De Vigan “ha abordado problemas actuales como el acoso, la construcción de la memoria o el alcoholismo en los niños desde un hilo común que denuncia la incomunicación entre parejas, familias y amigos”.

He tenido el privilegio de leer dos de sus libros. El primero, a mediados de 2022, llamado “Las gratitudes” (Anagrama, 2021), que en su momento no alcancé a reseñar: me encontraba en Canadá y necesitaba más tiempo y análisis para procesar tanta belleza en su prosa y en su historia, un libro que ha sido calificado como un «pequeño prodigio con el que la autora francesa reflexiona sobre la vejez, la soledad y la importancia de las palabras»

En el libro de De Vigan que traemos hoy, un verdadero thriller distópico y sociológico, “Los reyes de la casa” (Anagrama, 2022), en francés “Les enfants sont rois” (publicada inicialmente en 2021 por Gallimard), el argumento es aparentemente sencillo: Melanie Claux participó hace años en un reality show. Ahora está casada y es madre de dos hijos. Para no aburrirse mientras su esposo trabaja, comienza a usar las redes sociales en las que ve cómo las personas, y las familias cuentan su día a día. Así es cómo Melanie comienza a compartir breves vídeos caseros en YouTube, que retransmite por Instagram, ganando miles de seguidores y convirtiéndose en la mamá influencer más famosa de Francia. Al ver el éxito de Melanie, su esposo deja su trabajo y convierten la grabación y publicación de videos de sus hijos Sammy y Kimmy en redes sociales en una jugosa empresa (“Happy Break”) gracias a los patrocinios de todas las marcas que, tanto en dinero como en productos, inundan la casa de Melanie. La exaltación del ego digital en todo su esplendor.

Sin embargo, un día, su hija menor -Kimmy- es secuestrada en el parque privado de su propia urbanización, y la policía asume la investigación, en cabeza de Clara Rousell, la coprotagonista del relato, una agente que, en medio de sus propias angustias y soledades, prioriza este caso que será, por demás, un punto de inflexión en su vida personal y profesional.

Los temas que atraviesan la novela son, por supuesto, la sobreexposición digital y sus ventajas pero, sobre todo, sus peligros, la explotación infantil, la superficialidad digital, la inversión de valores – la persona valiosa hoy es la que tiene más seguidores e interacciones con ellos, en lugar de una persona moralmente correcta o intelectual o espiritualmente adecuada – y sí, como no, la ineptitud de un estado que es incapaz de encontrar por sus propios medios al responsable del secuestro, cuyos fútiles motivos también nos llevan a reflexiones sobre la proporcionalidad de la justicia por propia mano.

La historia nos lleva a un futuro en donde la ley ya ha comprendido que los padres deben tener unos límites con sus hijos, que no son su propiedad privada y el final, al mejor estilo impredecible de Stephen King, gran influencia de la escritora, honra la maravillosa trama de la novela.

Pero también un tema vital que atraviesa la obra es el derecho a la privacidad y el derecho al olvido. El derecho de un niño a que sus imágenes no sean indelebles y se transmitan para siempre a través de las redes que alguna vez manejaron sus padres cuando el infante no tenía su propia tutela legal… Si ni siquiera los mismos adultos queremos tener registrada toda nuestra vida online y constantemente eliminamos, modificamos lo que publicamos en redes, ¿Cuál es el derecho de un niño a hacer lo mismo, incluso cuando ya es mayor? ¿Esas imágenes caducan? ¿Son propiedad de quien y cuál es su derecho de uso cuando ya se llega a la mayoría de edad? ¿Qué acciones legales podrían tomarse hoy en día en cada país en donde ello sucede? ¿El Gran Hermano YouTube/Instagram debería borrar esas imágenes a solicitud de un infante que no quiere que circulen más ni en su país ni en ningún otro?

Y, por supuesto, una nueva forma de maltrato sicológico – el digital – al que someten padres a hijos, que puede estar generando múltiples trastornos mentales que veremos explotar en unos años, si no es que ya lo estamos viendo. A pesar de ser una distopía, no es menos cierto que lo que describe con tanto realismo y detalle es la realidad cruda, pura y dura que estamos viviendo.

La misma De Vigan le responde al periodista español Alex Vicente a la pregunta ¿Por qué nos fascinan tanto las historias inspiradas en hechos reales? ¿Por qué necesitamos ese plus de autenticidad incluso al consumir productos de ficción? Y ella dice: “Es algo que siempre ha existido. Ese apetito por la vida del otro es un instinto humano, aunque hoy se ha amplificado hasta convertirse en un rasgo fundamental de nuestra época, a causa de las redes sociales y los programas de telerrealidad. Hoy cada uno de nosotros elabora su propia autoficción. Cada uno se crea un personaje, mostrando una parte de sí mismo y protagonizando una puesta en escena”.

La carátula del libro no podría ser más diciente: un personaje “en cuerdas” – ¿Una marioneta puesta en escena?, que da lugar a múltiples interpretaciones que, en todo caso, nos llevan a pensar en hilos y redes como estructuras corporales y mentales de nuestra vida contemporánea. Un ser humano capturado por las redes. Al leerlo, fue inevitable recordar la lectura de “Klara y el Sol”, de Ishiguro, que reseñé hace unos meses, y también el libro de relatos “Exhalación” de Ted Chiang, ambas distopías tan cercanas a nuestras realidades, que rayan en el terror. Así sucede con “Los reyes de la casa”

No busquen a Delphine en redes, porque no tiene vida online a pesar de conocerla y detallarla tan bien en su novela. Pero si pueden regocijarse con la lectura de un libro con una prosa delicada, hilarante, en una trama en la que querrán llegar al final desde el comienzo. Y ese es el verdadero arte de un buen escritor.

De la autora: Delphine, es una mujer con dos hijos, estudiantes de medicina y filosofía, y cuya pareja es el periodista François Busnel, conocido por el programa de libros La Grande Bibliotheque. Desde niña mostró pasión e interés por la literatura, lo que la llevó a inscribirse y graduarse en la Escuela de Estudios Avanzados en Ciencias de la Información y la Comunicación, de la facultad de letras de la Sorbona (más conocida como CELSA), después de lo cual comenzó una carrera dedicada al análisis de encuestas en un instituto de opinión. Sin embargo, el virus de la literatura es incurable. Así que, simultaneamente (con dedicación de dos horas diarias después de su trabajo), inició la escritura de su primera novela, Días sin hambre, basada parcialmente en su propia experiencia anoréxica a sus 19 años y que publicó bajo el seudónimo de Lou Delvig. Un libro que tuvo gran éxito por cuanto, al decir de la autora: “publicar un libro sobre algo personal tiene sentido cuando esa historia propia puede tener un carácter universal y entrar en resonancia con las de otras personas. Para mí eso es lo que podría explicar el éxito de esas mis novelas más personales: son como un espejo.”

Su siguiente trabajo, ”Basado en hechos reales”, fue llevado al cine por Roman Polanski. En 2005 publica la colección de historias Les jolis garçons (obra no traducida al español) y la novela Un tarde diciembre (en francés, Un soir de décembre), esta vez bajo su nombre real. En 2007 publica No y yo (2007), obra que ganó el Premio Rotary International en 2009, así como el prestigioso premio francés Prix des libraires. y también se realizó una adaptación cinematográfica dirigida por Zabou Breitman.

En 2011, publica la novela Nada se opone a la noche, a raíz del suicidio de su madre, una mujer abusada por su abuelo y con desorden bipolar, novela que ganó el Prix du Roman Fnac, el Prix Roman France Télévisions y el Prix Renaudot des Lycéens.​

Un gran descubrimiento al que vale la pena seguirle la pista hacia atrás y hacia adelante.

CODA: un minuto de silencio por el viaje a otra dimensión de ese gran librero que fue Mauricio Lleras en su hermosa librería Prólogo Libros en Bogotá.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.