mientras el reloj avanza en cuenta regresiva hacia la hora cero para el planeta, muchos nos preguntamos si no es demasiado tarde ya.

Australia arde desde octubre de 2019 en lo que se ha definido como la temporada de incendios forestales más dura registrada; seis millones de hectáreas de bosques arrasados han modificado por completo la geografía de ese país dejando a su paso muerte y desplazamiento de personas y animales. Si a eso le sumamos que solo el 17% del territorio australiano contiene bosques, la situación es mucho más preocupante.

En cálculos hechos por profesor Chris Dickman, experto en biodiversidad australiana de la Universidad de Sídney, un billón de animales pereció tras las voraces conflagraciones que aún no han podido ser contenidas por lo que las víctimas aumentarán irremediablemente.

Paradójicamente, Australia es uno de los países con las emisiones de CO2 más altas en el mundo en relación con su población, y su gobierno defiende la utilización del carbón como principal fuente de energía, mientras que invierte muy poco para mutar fuentes más limpias y sostenibles.

El año pasado también fuimos testigos de un alarmante aumento en los incendios forestales en el Amazonas, causados de manera premeditada para extender las áreas de pastoreo de ganado y aumentar las áreas de cultivo de soya, principal alimento que se utiliza para el engorde por la industria cárnica. La zona amazónica, principalmente en Brasil, fue blanqueada de árboles en millones de hectáreas, dejando al pulmón del mundo, y sustento de la biodiversidad, en un estado crítico.

En 2015 se firmó la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible por todos los miembros de las Naciones Unidas; esta suponía una hoja de ruta con acciones efectivas tendientes a minimizar el impacto ambiental. Uno de los principales objetivos establece que para el 2030 el calentamiento global debe ser muy inferior a 2 grados centígrados, pero cinco años después parece inalcanzable.

Los gobiernos del mundo se comprometieron a realizar planes que ayuden a la conservación ambiental en el marco del Acuerdo de París, pero los logros brillan por su ausencia sobre todo en países en vía de desarrollo como Colombia, donde las políticas públicas enfocadas al desarrollo sostenible, que atacan directamente a las grandes corporaciones industriales, van a paso muy lento.

La ONU proyectó que en un periodo de 15 años (2015 – 2030) se podría lograr la disminución del calentamiento global, pero la tarea parece titánica a estas alturas cuando de esos 15 años ya se ha consumido casi un tercio y la mayoría de los países firmantes no han cumplido con los 17 Objetivos de Desarrollo sostenible, que son el marco general para la consecución de esta meta mundial.

El tiempo se termina, y mientras todavía la política de muchos países gira en torno al consumo desmedido y a la producción a gran escala basada en combustibles fósiles, parece que nos dejan a los ciudadanos la tarea que ellos pueden hacer, pero no quieren.

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