El invierno en Rumanía es frío y oscuro. Las heladas tinieblas que pintan la madrugada traen, en ocasiones, ecos de un pasado que en contra de lo que muchos piensan, no es tan lejano.

La navidad del año 2003 falleció debido al cáncer el anciano Petre Toma en la aldea rumana de Marotinu do Sus. Cuentan sus amistades que era un hombre tosco, rudo en sus formas, malhumorado y bebedor empedernido. Características que no siendo agradables, tampoco denotarían en él una maldad que pudiera considerarse como de otro mundo.

La noche en que fue enterrado su sobrino Costel Marinescu se sintió agotado. A la mañana siguiente comentó su indisposición en la familia, y ante su sorpresa no era solo él, otros miembros del clan como Flora Marinescu (hermana de Petre Toma), o su esposa Mirela Marinescu presentaban los mismos síntomas.

La primera en advertir que el culpable podría ser un ‘strigoi’ (palabra rumana que significa vampiro) fue la más anciana: Flora Marinescu. La noche siguiente fue aún peor, cuentan los habitantes de la aldea que de madrugada se sintió un grito estremecedor, tan diferente, tan aterrador que su artífice solo podría ser un ser a caballo entre este y otro mundo. Esa misma madrugada, Mirela Marinescu, tuvo la peor pesadilla de su vida. Vio con claridad como el difunto Petre Toma se le acercaba con el rostro pálido, salvo sus labios, que eran de un rojo intenso.

A la mañana siguiente el ambiente en el pueblo, y sobre todo dentro de la familia se hizo irrespirable. Los más ancianos clamaban que el culpable de todo era Petre Toma, que su alma no descansaba en el más allá. Así que era necesario realizar el mismo ritual que décadas antes realizaban sus ancestros. Decapitar al ‘strigoi’, empalar su corazón, para después quemarlo y mezclar sus cenizas con agua.

Pasaron los días y seis hombres de la familia se emborracharon para ir al cementerio. Armados con estacas y palos se adentraron en el campo santo, pero su miedo fue tal que no fueron capaces de enfrentarse al vampiro. La palabra que más sonó a la mañana siguiente en Marotinu de Sus, era la de “cobardes”. La siguiente noche bebieron mucho más litros de ese aguardiente de ese que te seca el estómago. Presas del pánico cavaron la tumba de Petre Toma, abrieron el ataúd y se aterraron todavía más.

Según sus testimonios en sus zapatos había barro, como si en las madrugadas saliera a caminar. Su rostro estaba lívido salvo sus labios. Su cuerpo ligeramente inclinado como si estuviera dispuesto a salir de la sepultura. George Marinescu, cuñado del difunto dirigió la ceremonia. Primero lo decapitaron, para más tarde partirle el pecho y estacarle el corazón. Llevaron la víscera hincada en un palo hasta un cruce de caminos. Allí les esperaban las mujeres del clan. Tras quemar el corazón, mezclaron las cenizas con agua, para después bebérselo.

Al día siguiente terminaron sus pesadillas, ya todos se encontraban bien, no había más dolores de cabeza y la debilidad inaudita que habían sufrido fue cosa del pasado. Aquí hubiera terminado esta historia si no es por Cotoran Florea, hija de Petre Toma, que después de enterarse de lo sucedido los demandó ante las autoridades.

El juicio donde se condenó a los acusados a arresto más multa, fue todo un escándalo en Rumanía. No por el hecho de decapitar y estacar a un cadáver. Si no por que Cotoran Florea comentó durante las vistas que si era cierto que su padre era un vampiro y no descansaba en paz, el ritual debió de hacerse días antes.

Esta es la realidad de los ‘strigoi’, de los vampiros, más que convertirse en murciélagos y atravesar la oscuridad, son seres, según estas creencias, que nos atormentan en los sueños. Juzguen ustedes si hechos como este son herencia de un pasado donde la superstición gobernaba la tierra. O si por el contrario, nadie sabe realmente que hay más allá de las sombras.

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