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Escrito por:  Fredy Moreno
Editor jefe     Jul 8, 2025 - 9:07 am

La carta que el presidente Gustavo Petro le envió a su homólogo estadounidense Donald Trump el pasado 23 de junio, y que solo se conoció hasta este lunes, tiene en apariencia varias cosas buenas, pero al final deja sinsabores. Que una personalidad como la del mandatario colombiano, beligerante, suscriba unas palabras de disculpas es una buena señal y una luz de esperanza para las ya seriamente enrarecidas relaciones entre los dos países. Pese a eso, hasta ahora la misiva no parece haber producido ningún efecto y dejaría al descubierto una falta de coherencia, algo que en cualquier esfera (ya sea de la vida o de la diplomacia) provoca desconfianza.

En principio, la carta tiene el propósito de aclarar, subsanar o reparar el daño (o malestar) que debieron producir las afirmaciones del presidente Petro según las cuales el secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, estaría detrás de un plan para provocar un golpe en Colombia. “Deseo aclarar que cualquier expresión mía que haya sido interpretada como una acusación directa sobre la participación en un supuesto golpe de Estado en Colombia, no tenía la intención de señalar a nadie de manera personal ni de cuestionar sin fundamentos el papel de los Estados Unidos”, escribió el presidente Petro.

“Reconozco que es posible que algunas de mis palabras hayan sido percibidas como innecesariamente duras”, agregó el mandatario sin admitir de manera directa su responsabilidad sobre la gravedad de lo que dijo, para después plantear las vías del diálogo. “Quiero decir que mi intención no es cerrar puertas, sino abrir caminos para una conversación honesta y respetuosa entre nuestros países”. En la introducción de la misiva llama la atención lo que le dice al presidente estadounidense: “Como representantes electos de nuestros pueblos, compartimos la responsabilidad de cuidar las palabras y los gestos, particularmente en tiempos de agitación y desinformación”.

Una de las primeras reflexiones que surgen es por qué si el presidente Petro está convencido de lo que dice, no lo aplica también en el ámbito interno de Colombia, en donde se le reclama de manera permanente que modere el tono de sus declaraciones, especialmente las de plaza pública, en donde es frecuente que su discurso se apodere de él y lo haga lanzar improperios y amenazas de todos los calibres. Es como si el señor que grita e insulta dentro de su casa saliera a la calle a pedirles a sus vecinos cordura. Quizás el peso de lo que significa Estados Unidos para Colombia haya hecho reparar al mandatario en la dimensión del desfiladero por donde ha comenzado a andar.

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Pero, por lo pronto, la carta no parece haber producido ningún resultado concreto porque los embajadores de Estados Unidos y Colombia permanecen en sus países después de haber sido llamados a consultas (primero el de Estados Unidos) por la situación que desató el presidente Petro. Tampoco parece haber llegado a su destinatario, porque este lunes, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, aseguró en rueda de prensa: “No estoy segura de que el presidente haya visto esa carta. Pero puedo consultar con él y con el Consejo de Seguridad Nacional. Le enviaremos una respuesta [al periodista que preguntó por si Trump había leído la misiva]. Si se comunica con mi equipo, lo averiguaremos”.

Otra reflexión está relacionada con el principio de publicidad de los actos de un gobierno. Si bien la diplomacia se caracteriza por la reserva y el secreto, no deja de llamar la atención que el presidente Petro haya señalado al secretario de Estado Marco Rubio en público (en la tristemente célebre tarima de La Alpujarra, en donde alternó y contemporizó con jefes de bandas criminales), pero presente sus disculpas en privado y sin contarles a los colombianos que lo había hecho mediante una carta, ni les haya contado los términos de esa misiva. Al país no le hubiera molestado una muestra de gallardía de su presidente al disculparse en público.

Este no es un detalle menor. En la vida, en general, las personas no solo tienen que ser, sino parecer. Mostrar compostura, aplomo y hasta contrición en una carta reservada obliga a actuar de conformidad con lo que se dice en lo escrito. Pero la relación con Estados Unidos muestra en la realidad un rosario de tensiones originadas en Colombia: diferencias en política migratoria (el ya histórico trino del presidente Petro a las 3:00 de la mañana reclamándole a Trump), la adhesión de Colombia a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China y el ingreso de Colombia al Nuevo Banco de Desarrollo del Brics. Todas son decisiones que molestan al gobierno estadounidense.

La diplomacia moderna se ha convertido en un arte donde el equilibrio entre la franqueza y la disimulación es determinante y puede afectar severamente el curso de los acontecimientos. Todavía tiene vigencia el precepto de Maquiavelo según el cual lo importante no es solo lo que hace un líder, sino cómo son percibidas sus acciones. Por eso, hay que tener en cuenta que en el mundo actual interconectado cada gesto y cada declaración es registrada y amplificada. Casi nada queda oculto, y los gobiernos se enfrentan constantemente al desafío de mantener una imagen coherente. No hacerlo les acarrea altísimos costos políticos.

No se trata de ver a Estados Unidos como el más fuerte de la región, ni situar a Colombia en el plano de simple subordinado, ni como su patio trasero. Pero aun en condiciones de igualdad y soberanía el pragmatismo es el que debe regir las relaciones diplomáticas. Es claro que si se agravan o agudizan las relaciones entre ambos países el más (si no el único) perjudicado será Colombia. El presidente Petro ve venir la descertificación estadounidense por narcotráfico y una virtual crisis económica pues Trump, ya lo ha demostrado con contundencia, resuelve sus problemas usando los aranceles como garrote.

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