La periodista recordó, en medio de lágrimas, que los hechos ocurrieron en el corregimiento de Arauquita (Arauca) cuando ella apenas tenía cinco años de edad, y que ese día (29 de enero de 1995), que no ha podido borrar de su mente, se transportaba en un vehículo junto con su madre, que se encontraba en estado de embarazo.

“Estábamos en una camioneta, y hacia las 2:00 a.m. en un retén del sector nos retienen dos militares del Ejército Nacional, quienes manifiestan que debemos bajarnos y que qué hacíamos a esa hora por ahí y con mujeres […] Mi tío, quien iba con nosotras, les preguntó el motivo, y al negarse le meten un cachazo en la cabeza. Mi mamá tenía 24 o 25 años”, dijo.

La mujer contó, en la emisora de Caracol, que al notar que estaban en riesgo su madre accedió a bajar del vehículo, y que los uniformados le dijeron que la niña también debía descender de allí. Luego, dijo, los agresores ordenaron que las demás personas siguieran su camino y que las esperaran en el pueblo más cercano, que estaba como a un kilómetro de distancia pero en donde no había ni luz ni cómo pedir ayuda.

“Nos llevan hacia el monte, y a mí me sientan en un tronco. A mi mamá la separan de mí, digamos, metro y medio. Nos dividían arbustos. A mí mamá la acceden carnalmente en repetidas ocasiones y queda vuelta nada”, relató.

Figueroa narró que el militar que la estaba cuidando “decidió aprovechar” que ella estaba ahí para abusarla, pues su compañero “se demoraba” en regresar. Luego de eso, dijo, los hombres les quitaron los zapatos y las dejaron ir, aunque no se explica cómo su madre resistió la caminada en las condiciones que estaba.

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La mujer dijo que aunque era una niña de cinco años todavía tiene esos dolorosos recuerdos, con algunos vacíos, y que “en repetidas ocasiones” se le cruzan en sus sueños: “Quedé con un cuadro de ansiedad crónica generalizada, y eso nunca se me pasó”.

En sus labores de investigación periodística, Figueroa contó que alguna vez decidió preguntarle a su madre por qué los militares las dejaron ir y no las asesinaron o desaparecieron, y la respuesta la devolvió a ese sufrimiento.

Uno de ellos me preguntó que si me gustó, y yo le dije que sí, básicamente por eso no nos asesinaron”, recordó la comunicadora. Además, que su madre le dijo que los uniformados se habían justificado diciendo que ella “era una mujer tan bella como para ser una guerrillera”.

“Ella me decía que se notaba que el único deseo de ellos era destruirnos, tratarnos como basura”, dijo, y ahí se le volvió a quebrar la voz.

La mujer narró, entre otros detalles, que cuando su madre denunció que habían sido violadas por miembros del Ejército “todo el mundo se le fue encima”, porque no le creían, y que los dos involucrados fueron capturados y solo estuvieron dos años en prisión.

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Pero años después, el fantasma del pasado las volvió a perseguir, esta vez con amenazas de muerte.

“Ellos salen de la cárcel y, pues, empiezan a amenazarnos, y es cuando nos toca desplazarnos definitivamente de Arauca a Santander […] mi mamá se volvió activista después de pasar por tantas penurias, porque tiene problemas graves del sistema nervioso, y le tocó salir del país este año porque la amenazaron en su ejercicio de encontrar más mujeres en Arauca para contar esta historia, porque supimos, en varias ocasiones, que hay niñas que no pudieron vivir para contarlo”, puntualizó la mujer.

La periodista dijo, en la frecuencia, que decidió contar esta dolorosa historia a propósito de la violación de la niña indígena de 12 años a manos de siete soldados, en Risaralda, y pidió que la justicia no se olvide de ellas porque el dolor que cargan encima no se alivia con una simple condena.

También, para que muchas personas sepan que las violaciones de niñas por parte de militares no son casos aislados, así haya personas influyentes y hasta colegas periodistas que se empeñan en justificar el abuso diciendo que son las niñas las que incitan y provocan a los soldados.