Para Caballero, ni el escándalo que salpica a Martínez por las declaraciones de Jorge Enrique Pizano, según las cuales le entregó información al entonces asesor jurídico del Grupo Aval sobre irregularidades de la corruptora Odebrecht, ni las muertes de Pizano y de su hijo Alejandro, harán que el jefe del ente acusador deje el cargo.

Pese a que muchos hoy piden su renuncia, porque encuentran insatisfactorias las explicaciones que ha dado sobre por qué no denunció si, como abogado, sabía de las irregularidades, y, después, como fiscal, no abrió investigaciones de oficio con base en lo que sabía, Martínez se mantendrá porque “contará con el respaldo del Establecimiento en pleno, que no solo le debe muchos favores sino que sabe que le conoce desde adentro sus peores secretos”, agrega Caballero en su columna.

“Salvo excepciones […], como el senador Robledo, a Martínez lo defienden todos los políticos, encabezados por todos los expresidentes para quienes trabajó –que, con excepción de Belisario Betancur, son todos los que están vivos– y por los jefes de todos los partidos, en varios de los cuales ha militado. Y todos los grandes cacaos, empezando por Sarmiento, el hombre más rico del país, de quien ha sido –y en vista de las revelaciones póstumas del difunto Pizano, sigue siendo ahora desde la Fiscalía– el más cercano consejero”, sostiene el columnista.

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Pero las posibilidades de que Martínez renuncie son aún más remotas, porque, según Caballero, también lo defiende “casi toda la prensa, escrita o hablada: El Tiempo, para empezar, que es de propiedad de Sarmiento”, y añade que “solo quedarán por fuera de su anillo defensivo unos cuantos columnistas independientes”.

“De modo que Martínez puede dormir tranquilo en su Fiscalía. Lo más grave que puede temer es una indigestión de tanto recibir banquetes de desagravio. Peor le irá a su acusador Jorge Enrique Pizano: lo acusarán a él, después de muerto, de pertenecer al cartel de los testigos falsos”, termina Caballero.

Ramiro Bejarano es otro columnista que desvela el animal político que es Martínez. En El Espectador, Bejarano escribe que “detrás de cada declaración suya [de Martínez] o decisión importante de algunos de sus fiscales se percibe una agenda política, que a veces coincide con que se paralice o acelere el trámite de un asunto en el que tenga interés quien critica o aplauda al fiscal”.

Y también, como Caballero en Semana, Bejarano sostiene que el fiscal es “consentido” de los medios. “Cuando lo fueron a nombrar fiscal y muchos advirtieron sus conflictos de interés derivados de sus asesorías, sus protectores alegaron que eso era una virtud y no un defecto. Y de ese beneplácito mediático ha seguido gozando NHM, pues no le ha faltado quien lo entreviste y le pregunte lo que a él le gusta; a ello se suman columnas de opinión muy leídas, en las que se rasgan las vestiduras intentando demostrar que, además de valiente, es un santo laico”.

También plantea una interesante hipótesis sobre una eventual renuncia de Martínez: “En las actuales circunstancias políticas, […] no resuelve nada renunciando y en cambio sí podría desatar una hecatombe. […] Hoy solamente al uribismo le convendría la renuncia de NHM, porque dejaría libre el camino para exigirle al ‘subpresidente’ Duque integrar una terna de aspirantes a sucederlo con sus más intolerantes áulicos, como Rafael Nieto, Rafael Guarín y Alejandro Ordóñez, para que uno de ellos ungido como fiscal haga y deshaga para favorecerlos, y torne más temible esa Fiscalía”.

Por su parte, Héctor Abad Faciolince, también en El Espectador, deja al desnudo cómo el escalamiento político es el objetivo que mueve al fiscal. Para eso, recuerda una columna que escribió hace 20 años sobre Martínez, a quien llamó entonces, “por sus grandes dotes de camaleón y de oportunista político, ‘el doctor veleta’”.

Recuerda que para “caracterizar la psicología de ese abogado sinuoso y sagaz, hoy a la cabeza de la Fiscalía General de la Nación”, usó una cita de una novela vienesa: “Poseía un oído finísimo para el intrincado vaivén de las relaciones, influencias, simpatías e intrigas. En su rostro podían leerse, como en un barómetro, las oscilaciones de la atmósfera política. El lado hacia el cual se inclinase era, con toda seguridad, el del poder de mañana”.