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Lola, la perra que pasó sus últimos años a bordo de un taxi y se hizo famosa haciendo que de paso su benefactor, don Rodrigo, se convirtiera en merecedor de reconocimiento público, exhaló sus últimas bocanadas de aire.
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“Se me murió la niña”, le dijo en medio de una tristeza que se le salía por cada poro don Rodrigo a un periodista de El Tiempo, el medio que recogió su historia de amor y entrega.
La vivencia de este par de amigos se hizo viral en diciembre pasado, luego de que un cibernauta se montara al taxi manejado por don Rodrigo, y la divulgó en su cuenta de Twitter.
Él la había adoptado cuando nadie la acogía por su fragilidad y aspecto descuidado. Ya debía rondar los ocho años y lucía frágil: pesaba escasos tres kilos y medía alrededor de 20 centímetros de alto.
La relación entre ambos fue bien particular. Debido a que ella a estas alturas de la vida ni siquiera ladraba ni lo podía ver, aprendieron a entenderse con un lenguaje propio. Mientras él conducía su vehículo, ella permanecía echada en el asiento delantero, el del copiloto, lidiando con los dolores de los años y de los múltiples padecimientos que tenía. En medio de los recorridos citadinos en su carro amarillo la sobaba sin cesar, buscando darle algo de alivio.
Una de esas enfermedades obligó a don Rodrigo a hacer que la sometieran a una operación del intestino hace poco más de dos años. La perrita quedó maltrecha, llevaba sus dolores con estoicismo en tanto que su amo no escatimaba recursos para mantenerla de la mejor manera que podía y para que no faltaran las visitas al veterinario.
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Un pasajero, Juan Guerra, recordó que hace dos semanas, al subirse con su novia al auto de servicio público se sorprendió al ver a la perrita arropada con una cobija.
Pero la mascota cada vez se veía peor. En los últimos días le pusieron suero y oxígeno. “Yo me puse a hablarle y a decirle que estaba con ella, le decía que la amaba mucho, pero descargó su cabecita y a los 15 minutos se quedó quieta, le dio un paro cardíaco”, relató don Rodrigo, quien a sus 70 años de edad volvió a su soledad porque su última compañera de vida, la incondicional Lola, partió hacia el cielo de los perros o tal vez hacia ese otro mundo llamado Tombuctú, que el escritor Paul Auster inventó para Míster Bones, el personaje de una de sus obras.
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