Su testimonio, que se suma a la ola de revelaciones que viene conociendo el mundo (y que ella misma recuerda), como la de actrices de Hollywood, deportistas, gimnastas, asesoras de políticos y periodistas de los grandes medios (incluso, el caso del abatido segundo al mando de las Farc ‘Raúl Reyes’, acusado de abusar de niñas guerrilleras), ejemplifica lo que les sucede a miles de mujeres en Colombia.

Y lo ejemplifica no por el escaso número de las que se atreven a denunciar, sino, por el contrario, porque nutre la incontable lista de las que no lo pueden hacer porque tienen las circunstancias en contra: “No me atrevo a dar nombres porque no tengo pruebas del caso. […] Sería su palabra contra la mía y podría terminar emproblemada judicialmente y hasta con un carcelazo. No saldría bien parada: me pulverizaría en un segundo con su poder, influencia y amigazos mediáticos”, lamenta en su columna.

Para empeorar las cosas, Ochoa relaciona otra razón por la que no denuncia y que revela los severos riesgos a los que se expone una mujer cuando decide contar que fue o es víctima de acoso. “Tampoco me atrevo a denunciarlo públicamente porque corro el riesgo de no poder nunca más conseguir trabajo. A las mujeres que lo hacen se les cierran las puertas de por vida en casi todos los campos”, y pone el ejemplo de la funcionaria de la Defensoría del Pueblo que denunció acoso del Defensor, y que, según ella, “no puede encontrar un trabajo por mucho que lo intentó”.

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“Callé por muchos años. Nunca pedí ayuda a nadie, nunca hablé con nadie. Algunos de mis compañeros veían lo que estaba pasando, pero no hicieron tampoco nada por denunciarlo“, continúa Ochoa. “Tal vez por susto, tal vez por miedo. Tal vez por la angustia de jugarse también su pellejo. O tal vez porque les parecía normal que un hombre en una situación de poder intentara comerse a sus subalternas en oficinas que volvían dormitorios”.

Pero, ¿Cómo fue el acoso del que fue víctima? Habla de unos comportamientos de su jefe de entonces que, sin duda, les puede servir a muchas mujeres subalternas para identificar si están siendo víctimas de esa conducta de sus superiores. Menciona “miradas”, “toques”, “insinuaciones”, “chistes” y “propuestas”, todas “morbosas”, “grotescas”, que “estaban completamente fuera de lugar”.

En suma, aclara Ochoa, son formas de los jefes para acorralar sexualmente a sus subalternas en lugares y situaciones “netamente profesionales”. “Mi jefe de esos años era […] un devorador de mujeres, un depredador de subalternas, un adicto al sexo con mujeres jóvenes e ingenuas”, describe el perfil que hace Ochoa de esa persona. “De esos tipos que creen tener el derecho a comérselas a todas porque se sienten los escogidos, porque se sienten con derecho sobre los demás, porque se creen dioses, porque sencillamente se sienten por encima de lo humano y lo divino”.