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Escrito por:  Fredy Moreno
Editor jefe     Jun 1, 2025 - 9:14 am

Acierta el presidente Gustavo Petro. Es el pueblo el que “decide los momentos, los días, los tiempos” —como lo afirmó el mandatario en su discurso en Barranquilla— para adelantar acciones como una huelga, un cabildo, una manifestación o, incluso, una revolución. Pero se equivoca al creer que es él quien lo establece pues, como quedó en evidencia esta semana, pese a sus encendidas arengas y proclamas, el denominado paro nacional no consiguió convocar a la mayoría de los colombianos. Su iniciativa, aunque estuvo mediada por centrales obreras y otras organizaciones sociales, recibió un golpe de realidad.

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Si bien el legítimo inconformismo de diferentes sectores de la sociedad debe ser canalizado, y, sobre todo, orientado por sus líderes, también puede ocurrir que esos liderazgos se equivoquen o sean incapaces, no solo para indicar los métodos, sino los momentos. La protesta necesita un clima social, ese que no encontró la convocatoria a un cese de actividades para los pasados 28 y 29 de mayo que, para muchos, iba a replicar los graves desórdenes del paro de 2019 y 2021. Si un cálculo así estuvo detrás de esta convocatoria, falló, pues hoy no se presentan las mismas circunstancias políticas y económicas que marcaron la aguda crisis de pospandemia.

Gustavo Petro se atribuye recuperación de Colombia

Por el contrario. Colombia está en plena fase de recuperación, según lo afirmado por el mismo presidente Petro en su discurso en la capital del Atlántico. “La economía crece: llevo tres años subiendo el salario mínimo por encima de la inflación”, aseguró el mandatario. “En el último año creció en un millón los puestos [de trabajo] ocupados, 368.000 en la agricultura, y doscientos y pico mil, la mayoría 600.000 en la industria. Eso no se veía antes. Creciendo la agricultura al 7 al 8 %, porque les entregamos tierra a los campesinos, porque bajamos el precio de los fertilizantes, porque entregamos más crédito barato en la antigua Caja Agraria…”.

La prosperidad que vive el país en manos del presidente Petro ha dado hasta para, de acuerdo con sus propias palabras, beneficiar a los pudientes. “¡Los estoy volviendo más ricos! Miren las ganancias de Sarmiento, de Gilinski, de Santo Domingo. Uy, salen en El Tiempo: se aumentaron las ganancias 50 % más. ¡Pues gracias a Petro! No a ustedes que son malos gerentes”, se vanaglorió el mandatario, y después concedió que eso, también, fue “gracias al pueblo trabajador”, aunque volvió a jactarse: “Gracias a la política económica de este Gobierno”. Un dato del Dane apunta a ese estado de cosas: el desempleo en Colombia cayó de 10,6% en abril de 2024 a 8,8% en abril de 2025, pero mucho tiene que ver con el incremento de la informalidad.

En todo caso, el país no vive la crisis de pospandemia cuando, de acuerdo con un informe del Banco de la República, “la economía colombiana sufrió un choque negativo de gran magnitud en los meses de marzo y abril de 2020”, lo que “repercutió en el empleo y se destruyeron entre febrero y abril un total de 5,1 millones de empleos, según la Gran Encuesta Integrada de Hogares”. El COVID-19 fue uno de los eventos más disruptivos que el mundo haya enfrentado en su historia reciente y suscitó una crisis económica también sin precedentes y la tasa de desempleo más alta desde que se tienen registros en Colombia.

La crisis disparó el justo inconformismo de amplios sectores sociales, capitalizado en muchas ocasiones por intereses políticos. Todo derivó en graves hechos violentos de los que surgieron conceptos como ‘primera línea’ o ‘estallido social’, que aún hoy son motivo de una discusión que busca establecer su pertinencia y validez. Pero lo cierto es que la Colombia del 2025 no vive la crisis de hace cuatro años y mal se puede esperar —habrá quienes así lo quieran— que el país vuelva al caos en medio de las protestas. Estos 28 y 29 de mayo en que tuvo lugar el paro sí hubo vandalismo, pero fue focalizado y sin las cualidades de chispa para encender de nuevo al país.

Esta vez llamaron la atención los casos de varios exintegrantes de la denominada ‘primera línea’ que en Cali invitaron a manifestarse sin violencia y en Bogotá participaron en un encuentro con empresarios y la administración distrital para buscar salidas diferentes a las vías de hecho. Fueron múltiples los casos de ciudadanos que se enfrentaron a los encapuchados exigiéndoles que no bloquearan las vías ni impidieran que la gente fuera a su trabajo, a su estudio o a citas médicas. Muchos analistas coinciden en que el paro no solo no funcionó, sino que fue un fracaso, al punto de que el presidente Petro dio un giro y sostuvo que no lo había convocado él, sino las centrales obreras. El costo político fue alto.

¿Se puede dar la revolución que ve Gustavo Petro?

Así como no se puede declarar un paro si el clima social no da para eso, como quedó demostrado esta semana —aunque, y así lo reconoció patéticamente el presidente de la CUT, Fabio Arias, una de las actividades que se trazaron fue afectar Transmilenio para forzar a otros ciudadanos a parar y afectar severamente la economía—, el presidente Petro tampoco puede convocar a una revolución ni decidirla, como lo hizo en Barranquilla, al afirmar que, si lo van a echar por animar una huelga general y acompañarla, “entonces estalla la revolución en Colombia, porque no vamos a arrodillarnos”.

Según los cánones marxistas, una de las principales fuentes de inspiración de la izquierda, una situación revolucionaria es un conjunto de condiciones objetivas que expresan la crisis económica y política de un régimen social dado y determinan la posibilidad de la revolución social. Vladimir Lenin, cuyas ideas aún tienen eco, expuso en su obra ‘La bancarrota de la II Internacional’ que la primera característica de esa situación revolucionaria es la imposibilidad de las clases dominantes de mantener su dominio en forma “inmutable” debido a la profunda crisis que la has afectado y que provoca el descontento y la indignación de las clases oprimidas.

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Para que estalle la revolución ordinariamente no basta con que “los de abajo no quieran vivir” como antes, sino que hace falta también que “los de arriba no puedan vivir” como hasta entonces, dice Lenin, cuyas lecciones han inspirado diversas revoluciones en América Latina, desde Cuba para acá, a partir de la cual se han desarrollado en la región distintas apropiaciones y usos del líder ruso. Al presidente Petro le atribuyen rasgos leninistas porque defiende la creación de un ‘Estado revolucionario’ y comparte con Lenin la idea de que el Estado debe tener un papel central en la regulación y control de la economía. El mandatario lo cita de vez en cuando (Nabusimake, Cesar, 28 de agosto de 2024 / Chicago, EE. UU., 21 de septiembre de 2024), así sea para tratar de mostrarlo obsoleto.

De ser cierta la idea de que el jefe de Estado sigue las tesis de Lenin, también debería considerar que, según el líder ruso, un estallido revolucionario requiere asimismo de un agravamiento fuera de lo común de la miseria y de los sufrimientos de las clases oprimidas, y una intensificación considerable, por estas causas, de la actividad de las masas. Sin estos cambios objetivos, no solo independientes de la voluntad de los distintos grupos y partidos, sino también de la voluntad de las diferentes clases, la revolución es, por regla general, imposible.

Y en otra de sus obras, el ensayo político ‘La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo’, Lenin, que amaba las revoluciones, pero detestaba algunos clichés revolucionarios, sobre todo en el vestir, sentencia: “La revolución es imposible sin una crisis nacional general —que afecte a explotados y explotadores—”, una situación que, según lo afirmado por el presidente Petro en Barranquilla, está muy lejos de reflejar la Colombia que hoy gobierna, pues, de acuerdo con él, no solo ha mejorado las condiciones de los trabajadores y los campesinos, sino hasta la de los propios ricos, gracias a su capacidad gerencial.

A juzgar por la poca asistencia a las marchas y a las plazas públicas, tal como lo pidió el mandatario, no solo se ven dificultades para convocar a un paro nacional, sino a una revolución. Concluye Lenin que para la victoria de la revolución no basta que se dé una situación revolucionaria (que es mucho más que el tradicional malestar vociferante de los revolucionarios). Es necesario que a las condiciones objetivas se unan las subjetivas, es decir, la capacidad de la clase revolucionaria para la lucha audaz y abnegada, la existencia de un partido revolucionario experimentado que lleve a cabo una acertada dirección estratégica y táctica. Y eso tampoco se ha visto.

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