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Escrito por:  Fredy Moreno
Editor jefe     Ago 14, 2024 - 12:44 pm

La otra arma además de la represión violenta y directa que usa contra la oposición el régimen que oprime a Venezuela —ante las cada vez más concluyentes evidencias que de Nicolás Maduro perdió las elecciones del pasado 28 de julio— es el insulto, el vejamen verbal, la descalificación grosera y la acusación. Y las profiere sin mostrar tampoco pruebas (como no ha mostrado las actas de los escrutinios) de los graves crímenes que les endilga a los líderes de la resistencia democrática.

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Aunque esa manera de expresarse no es nueva en la cabeza del régimen (igual se comportan sus alfiles Diosdado Cabello, segundo al mando del chavismo, y Jorge Rodríguez, presidente de la chavista Asamblea Nacional), sí ha arreciado en los últimos días después de que María Corina Machado publicara las actas que el también chavista Consejo Nacional Electoral (CNE) no deja ver, y que han provocado una ola de rechazo mundial, y de exigencia para que entreguen esos documentos. La situación, para muchos, tiene temblando y a punto de caer al régimen, cuya permanencia se hace insostenible con el paso de los días, de no ser por el uso de la fuerza, y por el apoyo de los gobiernos de Colombia, Brasil y México.

De tiempo atrás, especialmente Maduro y Cabello, se han referido a María Corina Machado como ‘la Sayona’. Aluden así a la líder de la oposición en Venezuela de manera irrespetuosa, por ser de tez blanca y cabello negro y lacio, lo mismo que un ánima del folclor venezolano. Ese trato muestra el nivel de oprobio a que es sometida toda la oposición en Venezuela. En abril pasado, Maduro dijo: “Yo no voy a hablar con ‘la Sayona’. Yo hablo con los dueños del circo, no con los payasos ni las payasas”.

El debate con la altura razonable que reclama una democracia no admitiría semejante trato, pero es la forma como braman y se desgañitan las figuras más destacadas del chavismo (y de todos los totalitarismos) para atajar a los opositores, contra quienes también predisponen a sus huestes con esos insultos. En el caso de Venezuela, ni Machado ni su candidato Edmundo González emplean ningún improperio, epíteto o descalificativo para referirse a Maduro y los suyos. Si bien en política son herramientas válidas la expresión vehemente y el insulto, este necesita de altura intelectual, de inteligencia, para no caer en el simple vituperio.

En una reseña que hace del autor mexicano Héctor Anaya (que publicó ‘El arte de insultar’), el sitio ‘La méndiga política’ lo cita asegurando que insultar no es “soltar exabruptos, palabrotas, malas palabras, majaderías, leperadas, peladeces, ajos y cebollas, o como se quiera llamar a expresiones socialmente incorrectas”. Anaya considera que el que se atreve a la grosería lo que hace es manchar el entorno, más que herir en específico. “Decirle [en México] güey, pinche, pendejo a alguien, no es insultar, sino abandonar la misericordia. Insultar, en cambio, exige capacidad para la definición, precisión en el ataque”, explica.

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La tradición política recuerda el intercambio que un día sostuvieron el dramaturgo y premio Nobel de Literatura irlandés George Bernard Shaw y el primer ministro Winston Churchill, a quien el escritor detestaba, pero lo invitó al estreno de una de sus obras teatrales. Con las entradas, Bernard Shaw le mandó a Churchill una nota que decía: “Para que venga con un amigo (si es que lo tiene)”. Y el premier británico le respondió: “Me es imposible asistir a la noche de apertura, pero iré a la segunda función (si es que la hay)”. No se puede esperar semejante nivel de inteligencia entre quienes sojuzgan a Venezuela.

Lo del régimen es la ignominia, la afrenta. Y ahora que está acorralado pasó a otro nivel, que es el de la incriminación de los líderes opositores de gravísimos crímenes. En una de sus más recientes intervenciones, y en la pelea que casó con las redes sociales, Maduro dijo: “WhatsApp les entregó a los terroristas venezolanos, a la diabla, esta demonia, Machado, terrorista y asesina, prófuga de la justicia, y al criminal de guerra Edmundo González Urrutia, y a sus comanditos, les entregaron toda la base de datos de Venezuela”.

Eso de “diabla” y “demonia” tal vez se entienda: Machado tiene asustado a Maduro. Pero lo que él vociferó sin mostrar las pruebas sobre los supuestos actos terroristas que habría llevado a cabo Machado, o de los asesinatos que habría cometido, no tiene hasta ahora ningún sustento. Y mucho menos la inculpación que le hace a González Urrutia de “criminal de guerra”. ¿De cuál guerra? ¿Qué crímenes de guerra ha cometido este exdiplomático que derrotó a Maduro en las urnas, según las actas que publicó Machado? Ese ha sido su ‘crimen’.

Es la única manera que tiene el régimen para responder a los dos grandes martillazos que le propinó la ONU en las últimas horas, dándoles la razón a Machado y a la oposición. Primero, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Türk, manifestó su profunda preocupación por el elevado número de “detenciones arbitrarias” en Venezuela y el “uso desproporcionado” de la fuerza que “alimentan el clima de miedo” desde las elecciones presidenciales.

Luego, el panel de expertos de la ONU que acompañó la jornada electoral del 28 de julio llegó a la conclusión de que esas elecciones no cumplieron con las medidas básicas de transparencia e integridad esenciales para la realización de unos comicios creíbles, lo cual provocó la desencajada del presidente de la Asamblea Nacional, Jorge Rodríguez. “Es especialmente preocupante que tan tas personas estén detenidas, acusadas o imputadas, ya sea de incitación al odio o bajo legislación antiterrorista”, sostiene el informe del panel. “El derecho penal nunca debe utilizarse para limitar indebidamente los derechos a la libertad de expresión, a reunión pacífica y asociación”.

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