
Es muy infrecuente que un candidato o una candidata presidencial, en cualquier parte del mundo, llame la atención de los niños. La política es cosa de adultos y a los menores esos temas les resbalan. Pero en Venezuela se viene produciendo un fenómeno simplemente conmovedor: entre los miles de ciudadanos que salen a saludar a la líder de la oposición María Corina Machado en cada localidad que visita en sus larguísimos y agobiantes recorridos por tierra (el régimen de Nicolás Maduro le tiene prohibido viajar en avión), destacan los pequeños que lloran y buscan abrazarla.
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La razón es muy sencilla: el régimen destruyó las familias (son unos siete millones de venezolanos que salieron de su país por la persecución política o por la grave crisis humanitaria debida a la debacle económica, social y política), y los que se han quedado en el país son los viejos y los niños. Machado, y así lo afirma en sus diferentes intervenciones, se ha convertido en un símbolo de esperanza para que esos compatriotas que se fueron regresen y las familias se recompongan. Eso, para los menores, es lo que representa la señora a la que ven que llega a sus pueblos vitoreada por los adultos.
Pero hay una preocupación más grande. Los niños, igual que los mayores, saben, de acuerdo con estimaciones de estudiosos en el tema, que si el régimen de Maduro consigue (a cualquier precio) quedarse en el poder, la desbandada de venezolanos hacia el exterior será superior. Más familias se desintegrarán y más niños, si no consiguen salir con sus padres, se quedarán solos en el país. Por eso, son frecuentes las escenas de papás que ponen en manos de Machado a sus niños de brazos rogándole que gane. “¡Hazlo por ella, por ella! ¡Por mi hija!”, le decía entre lágrimas un padre a Machado, en una de sus correrías, mientras le alargaba a su pequeña para que la líder opositora la alzara.
Y Machado, que recorre el país promoviendo la candidatura de Edmundo González Urrutia, porque a ella el régimen la inhabilitó, ha captado con mucha sensibilidad lo que pasa en su entorno y el clamor de las familias. “Cada vez que cruzamos la mirada, el corazón se me para. Cuando lloran, llora mi alma. Cuando los abrazo, temblamos juntos. Y cuando, finalmente, sonríen, se ilumina la vida. Cada uno de ellos son nuestros hijos y la razón por la que seguimos, cada día, cada paso. Los veremos crecer con sus padres, hermanos y abuelos, en una Venezuela que los protege, los respeta y los eleva a ser hombres y mujeres de bien”, escribió en X.
La sensibilidad de Machado y sus actitudes han potenciado en un grado superlativo su discurso en Venezuela, que ya no se sustenta solo en palabras bonitas y promesas típicas de cualquier político. Conmueve ver cómo los niños la esperan, llorando, en las diferentes localidades que visita para acercársele y conseguir uno de esos abrazos maternales con que los envuelve cada vez que puede. Los menores intuyen que con ella podrán volver a tener a sus padres, sienten ese calor que solo puede proporcionar el afecto verdadero.
Cada vez que un niño consigue llegar hasta la tarima donde Machado arenga a los venezolanos, ella lo toma entre sus brazos, lo besa en la frente, le dice cosas cariñosas y de aliento, y también guarda silencio. Lo siente como si fuera un hijo suyo. No es una puesta en escena. Ella es mujer y cada uno de estos hechos no es más que la expresión de su naturaleza profunda.
“Se ha buscado separar a la familia, cambiar la historia y destruir la cultura y los elementos del tejido comunitario y social que construimos durante muchos años para tener la noción de nación”, dijo Machado en una entrevista con Artículo 14. “Frente a esto, las mujeres entendimos la magnitud de la amenaza y decidimos ponernos en primera fila a defender lo que más queremos: nuestros hijos, nuestros valores y nuestro país.
Después, recordó en el mismo medio que la primera manifestación que hubo contra el régimen de Hugo Chávez, cuando era una fuerza muy poderosa y tenía apoyo nacional e internacional y se le veía como invencible, fue de las mujeres. “Salimos a la calle con un lema: ‘Con mis hijos no te metas’. Y es que Chávez pretendió la ideologización de la escuela y fueron las maestras las que se pararon a impedir esa destrucción de nuestra propia historia, de nuestros propios símbolos. Para imponer el socialismo chavista”.
Así que, desde hace mucho tiempo, los niños están entre las preocupaciones más profundas de Machado. Su abrazo y cariño con ellos en las manifestaciones no es sino la expresión de una comunión de vieja data. De ahí que a sus mítines lleguen los menores esperándola como si se tratara de una heroína, de una ‘rockstar’ a la que quieren ver, y, si es posible, tocar, y hasta recibir uno de sus abrazos. En sus pequeños mundos construidos, como es natural, con base en ensoñaciones feéricas, es como sentirse tocados por un hada.
Los niños pueden resultarles de poca importancia a los políticos tradicionales (solo los mencionan como objeto de eventuales políticas públicas), pero su valor resulta determinante. El comercio, por ejemplo, lo ha entendido desde hace mucho rato: sabe que, si consigue la atención y las preferencias de los pequeños, asegura la voluntad de los mayores. Machado no actúa de esa manera calculada; y su relación con ellos será estratégica en el propósito de remover al régimen. Maduro ya tiene un problema serio con Machado, y también debe temerles a los niños.
Cada vez que cruzamos la mirada, el corazón se me para. Cuando lloran, llora mi alma. Cuando los abrazo, temblamos juntos. Y cuando, finalmente, sonríen, se ilumina la vida.
Cada uno de ellos son nuestros hijos y la razón por la que seguimos, cada día, cada paso.Los veremos… pic.twitter.com/bc1YDwklKd
— María Corina Machado (@MariaCorinaYA) June 23, 2024
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