Durante algunas horas del domingo de Pascua, una serie de atentados con bomba coordinados sembraron el horror en hoteles e iglesias que oficiaban misa en varios lugares de la isla del sudeste asiático, que no había conocido tanta violencia desde el fin de la guerra civil, hace 10 años.

Aunque los ataques aún no han sido reivindicados, la presidencia decretó el estado de emergencia a partir del lunes a medianoche en aras de la “seguridad pública”.

El portavoz del gobierno, que señaló al grupo NJT, indicó que no entendía “cómo una pequeña organización en este país puede hacer todo eso”.

“Estamos investigando sobre una posible ayuda extranjera y sus otros vínculos, cómo forman kamikazes, cómo han producido estas bombas”, agregó.

El NJT se dio a conocer el año pasado por actos de vandalismo contra estatuas búdicas. Igualmente, hace 10 días los servicios de policía fueron alertados de que el grupo preparaba atentados suicidas contra iglesias y la embajada de India en Colombo, la capital.

Las autoridades esrilanquesas anunciaron por el momento la detención de 24 personas, sobre las cuales no se dio ningún detalle.

El presidente Maithripala Sirisena presidió el lunes un consejo de seguridad a su regreso del extranjero a este país de 21 millones de habitantes.

Escenas de desolación

El balance oficial de la tragedia se elevó el lunes por la mañana a 290 muertos y 500 heridos.

La cantidad exacta de extranjeros muertos “es difícil de determinar. Unos 37 murieron, de los cuales 11 ya fueron identificados”, indicaron las autoridades.

Indios, portugueses, daneses, turcos, británicos y estadounidenses figuran entre las nacionalidades de las víctimas.

Anders Holch Povlsen

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El lunes por la mañana, en la morgue de Colombo se vivieron escenas de desolación.

“La situación no tiene precedentes”, apuntaba un responsable que guardó el anonimato. “Pedimos a los familiares proporcionar el ADN para ayudar a identificar algunos cuerpos demasiado mutilados”, explicó.

Una mujer cuyo hermano mayor murió con sus tres hijos, rompió a llorar al identificarlos uno a uno en una pantalla. El más joven de sus sobrinos era “un bebé tan bello, solo tenía ocho meses […] ¿Qué ha hecho para merecer esto?”.

Dilip Fernando, un católico de Negombo, ciudad situada a unos 30 km al norte de Colombo, estaba delante de la iglesia San Sebastián, a la cual el domingo no entró porque estaba repleta, salvándose por poco de la matanza provocada por un atentado suicida.

“Si esta mañana la iglesia estuviera abierta habría entrado. No tenemos miedo. No dejaremos ganar a los terroristas. ¡Nunca! Seguiré yendo a la iglesia”, declaró el ciudadano.

Decenas de pares de zapatos pertenecientes a las víctimas se encontraban en el suelo delante del edificio.

En el interior, las tejas caídas del tejado se mezclaban con los escombros. Las paredes y las estatuas religiosas estaban llenas de esquirlas.

En las calles del país, la vida volvió a su curso. La gente comenzó a salir de sus hogares para ir al trabajo y las calles se llenaron de automóviles, motos o tuk-tuk, los típicos triciclos motorizados del sudeste asiático.