No todas las máscaras son de felpa. Algunas están hechas de prejuicios, discriminación o xenofobia. Algunas se parecen más a la intolerancia y otras, como la que usó Joana Toro, imitan a personajes que hicieron parte de nuestra infancia.

Joana Toro fue Hello Kitty por dos años. Un moño rosa adornaba su oreja izquierda, los bigotes negros se asomaban en sus mejillas y la boca, así como en el personaje original, no existía.

Toro nació en Bogotá en 1976, dos años después de Kitty, pero a diferencia de la muñequita blanca, esta fotógrafa colombiana alzó su voz para hablar de la migración en Estados Unidos y expresó sus sentimientos en imágenes que le han dado la vuelta al mundo.

Puede leer: “La vida es la gran oportunidad que tengo para poder cumplir con la misión de mi alma”, Luz Lizarazo

Hello I am Kitty, como ella misma asegura, “es el resultado de un diario personal para encontrar mi nueva ‘identidad’ viendo a través de un ojo en la cabeza de mi disfraz de Hello Kitty, mientras pido donaciones después de posar para fotos en Times Square”. Además, se trata de un fotolibro producido por Tragaluz Editores.

Algunas de estas fotografías se exhibirán hasta el 22 de abril en OjoRojo Fábrica Visual. En el marco de esta exposición, la fotógrafa dará un Taller de Fotografía Documental que tendrá como escenario visual el Mercado de las Pulgas. Diario Criterio habló con Joana Toro para conocer su historia como migrante y sus años detrás de la máscara.

Lee También

Joana Toro: ‘Make migrants great again’

Joana creció en Ciudad Bolívar. Vivió su adolescencia en Barranquilla y volvió a Bogotá a estudiar diseño gráfico, donde se enamoró de la fotografía. Abandonó los estudios por problemas económicos de su familia y la cámara se convirtió en su aliada para revelar lo que veía.

En 2000 uno de sus amigos de diseño la invitó a una revisión de proyectos en El Tiempo y le sugirió imprimir las fotos que tenía hasta el momento. “Para mi sorpresa a uno de los editores le gustó y me empezaron a pedir fotos semanales”, dice Joana.

Después de diez años trabajando como fotorreportera en reconocidos medios del país, decidió romper su “cajita de cristal” y migrar a Estados Unidos: una decisión que le cambió la vida y le enseñó que el ‘sueño americano’ está lleno de disfraces de felpa.

Puede leer: Ai Weiwei, uno de los artistas contemporáneos más reconocidos, llega a Colombia con ‘El Banquete del Emperador’

Llegó a Nueva York en 2011 para estudiar inglés. La plata se le esfumó rápidamente y en una visita a Times Square vio a Batman con una bandera de Argentina, a Minnie y a Mickey guardando dólares en un bolso y a Elmo caminando entre la multitud.

Disfrazarse le pareció un trabajo fácil, así que habló con Berta Guerra, una de las mujeres que trabajaba en la Gran Manzana y durante varios meses, su reconocimiento como fotógrafa quedó camuflado por un inocente atuendo.

“La fotografía me salvó. Nunca pude terminar una carrera y la cámara me llevó a muchos lados. Inconscientemente tomé una decisión buena, lo hice perdida en ese momento pero fue muy afortunado”. Joana Toro.

 

Hello I’m Kitty – Foto: Cortesía Joana Toro.

Diario Criterio: ¿Cuál era su idea inicial para irse? ¿Cómo fue esa planeación?

Joana Toro (J.T): El plan era ir a estudiar inglés. Hice las vueltas de la visa y todo salió muy rápido. Llegué en 2011 con todos los ahorros que traía de mi trabajo en los medios. Tenía que pagar el apartamento, la comida, el estudio y esa plata se evaporó muy rápido.

Así que en 2012 estaba sin trabajo y aunque mi nivel de inglés no era bueno decidí quedarme. Mi compañera de cuarto tenía un performance donde bailaba con un maniquí disfrazado de Obama. Ella me dijo que iba a bailar en el Time Square y que quería que le tomara fotos.

Cuando empecé a captar la escena vi que había varios muñecos de felpa en la zona y dije “ese trabajo puede ser fácil, yo creo que puedo hacerlo”. Ahí conocí a Berta Guerra en la calle y me dijo que fuera el próximo fin de semana. Ahí empezó mi proceso.

Puede leer: María Isabel Rueda: un final del mundo, muchos caminos posibles

Yo llegué con muchas expectativas de hacer lo que hacía en Colombia: fotografiar en revistas, periódicos y todo de una. Cuando estaba acá trabajé para una agencia de fotos internacional que tenía sede allá y yo pensé que sería suficiente. Cuando llegué a la empresa me encontré con una señora que me dijo “qué bueno ponerle una cara a los e-mails, buena suerte, y adiós”, el resto de cosas no las entendí.

Yo era muy ignorante. Pensé que iba a hacer lo mismo que en Colombia pero en dólares y esa fue la primera lección. Empecé a tomar fotos seis meses después de estar disfrazada de Hello Kitty y para mí fue un impacto muy grande. Yo ya había construido una carrera con las uñas y de repente estaba en Nueva York trabajando en la calle.

Diario Criterio: Sin ahorros y con pocas alternativas de trabajo, ¿Por qué no se devolvió? 

J.T: Porque yo sentía que tenía que hablar bien inglés. Sentía que en Colombia no tenía muchas opciones porque ya había trabajado en todos los medios, no quería pedir cacao otra vez, no tenía nada ahorrado. Así que empecé a pensar que lo mejor era quedarme.

Tomar la decisión fue un proceso difícil, logré llenar un formulario que me permitía seguir legal como estudiante pero “no podía trabajar”, así que ser fotógrafa no era una opción.

Diario Criterio: ¿Qué otros trabajos tuvo durante esos primeros años en Estados Unidos?

J.T.: Después de trabajar como muñeco de felpa estuve trabajando en varias cosas al mismo tiempo, pero siempre intentaba seguir con la fotografía. Fui niñera, cuidé perros, gatos, fui mesera (aunque pésima).

Hace tres años estoy trabajando totalmente en la fotografía y además la enseño a abuelitos, a niños y a menores con autismo en una entidad que usa la fotografía para acercarse a la comunidad y contrata a artistas para enseñar.

Puede leer: ‘Herbario del Bronx: las plantas de la L’, símbolo de vida y memoria entre las ruinas

Trabajo en mis proyectos personales, buscando convocatorias o becas y también cuidando gatos. Me gustan mucho los gatos (risas) soy la chica de los gatos. En la época dura cuidé perros y ahí me di cuenta que había una demanda de gente que vive sola con sus mascotas y no tiene con quién dejarla cuando viajan, así que yo las cuido.

Ya llevo diez años allá. Me dieron una visa de artista y gracias a eso he podido legalizar mi estadía.

Hello I’m Kitty – Foto: Cortesía Joana Toro.

Diario Criterio: ¿En esos años de trabajo hablaba con su familia? ¿Ellos sabían de su situación?

J.T.: Tuve una época de mucho silencio porque en mi cabeza me costó mucho darme cuenta de lo que estaba pasando. Mi primera reacción fue la vergüenza. Verme en esas calles pidiendo prácticamente donaciones fue muy introspectivo.

Estuve casi un año sin contarle a la gente lo que estaba haciendo. Para mi pequeño mundo ese proceso fue difícil, hasta que un día en la calle yo me dije “no me importa, yo voy a ser fotógrafa hasta que me muera y esté donde esté” y fue cuando tomé la decisión de llevar la cámara a las jornadas de trabajo. Me diferenciaba de las demás porque era el único muñeco que tenía una cámara colgada. La cargaba y en mis ratos muertos hacía imágenes.

Diario Criterio: ¿Cuándo empezó a tomar las fotos pensaba que sería un gran proyecto? 

J.T.: Yo recolectaba imágenes simplemente. Sentía que como no tenía más que hacer pues era mejor tomar fotos. Uno llega con una mente muy limpia en cuanto a lo que es un latino en Estados Unidos, uno no entiende muy bien lo que significa la migración, qué representa ser latino, cuál es la criminalización de esa palabra. Yo empecé a ver que eso me estaba enseñando mucho, siento que lo empecé a ver con ojos de periodista así solamente quisiera tener esto para mí.

Años después, en 2018, empecé a buscar la forma de volver este proyecto algo editorial. Ahí fue cuando Tragaluz se interesó por el tema y un año después lo publicamos.

Puede leer: Los mejores libros de arte de 2021

Ya en 2020 se le hizo más difusión al libro acá en el país y paralelo a esto hice un acercamiento en pandemia con los trabajadores del Time Square para un proyecto con Pulitzer. Creo que ahora lo que viene para el proyecto es compartir con la mayor cantidad de público la historia de la migración. En este caso estamos hablando del pequeño cosmos de dos calles famosas en Estados Unidos, pero podemos hablar de la Séptima, del Parque Nacional y otro tipo de migraciones que hay.

Diario Criterio: las fotografías de Hello I’m Kitty revelan de primera mano lo que vive cada uno de estos migrantes que trabajan disfrazados en el Time Square. Cuénteme cómo se dieron a conocer públicamente sus fotos y qué consecuencias le trajeron. 

J.T.: Un periodista de The New York Times vio mi trabajo y le gustó tanto que decidió llevarlo al impreso para publicación. Vio el proyecto un lunes, el miércoles estaba en el periódico y el domingo ya estaba publicado.

Pero eso generó mucha controversia entre los trabajadores porque en esa entrevista yo abordé puntos muy controversiales socialmente que hasta ahora estoy entendiendo. Yo dije que Mickey Mouse no hablaba inglés, que la estatua de la Libertad era indocumentada y dije cosas fuertes que generaron un mar de rechazo hacia estas personas del Time Square.

Yo dije que Mickey Mouse no hablaba inglés, que la estatua de la Libertad era indocumentada y dije cosas fuertes que generaron un mar de rechazo hacia estas personas del Time Square. 

Sentí que los expuse, incluso el Times Square Alliance quiso sacarlos, los políticos se entrometieron y a raíz de esto se creó un sindicato de trabajadores. Estuve escondida un tiempo pero luego les di la cara y algunos entendieron que esa publicación había sido una forma de exigir sus derechos.

Así que sacamos identificaciones para distinguir quiénes estaban debajo de esas máscaras de muñecos y cada vez más gente se fue involucrando por la defensa de los muñecos de felpa. Los medios empezaron a hacerle bombo a esta lucha y se generó todo un movimiento por el reconocimiento de los derechos de los migrantes.

Puede leer: Yael Martínez, el fotógrafo que registra a los migrantes y los desaparecidos en Centroamérica

Esta lucha tuvo un final feliz ya que la ciudad los dejó quedarse ahí y la gente empezó a apoyar más la causa. Pusieron señalizaciones para demarcar los espacios en los que pueden estar, pero reconocieron que debían estar ahí.

Diario Criterio: Después de vivir en carne propia las dificultades de ser un migrante en Estados Unidos, ¿cómo entiende este término?

J.T.: Ese es un tema que no va a pasar de moda y mi mayor anhelo es que entendamos que migrar es natural y dejamos de criminalizar esa palabra. Para migrar pueden haber miles de motivos, no solamente salvar tu vida y salir corriendo, sino también buscar tus propios sueños. Además la migración también es interna y los motivos son muy diversos.

Todos estos años viendo este proceso me han puesto a pensar en si realmente la migración es el problema, y no. El problema es que el que migra sea pobre. El problema no es que entren migrantes, el problema es que entren sin dinero. Entonces pongámosle nombre a lo que es: fobia a la pobreza. El problema de la migración no es la migración, es la aporofobia, como lo dice Adela Cortina. Desde que esa señora dijo eso yo la amo.

En contexto: Adela Cortina, la ilusión posible de una ética global

 

Hello I’m Kitty – Foto: Cortesía Joana Toro.

 

Diario Criterio: ¿Cómo fue su rutina de trabajo durante esos dos años? 

J.T.: Yo trabajaba de jueves a domingo o de viernes a domingo, era un trabajo que iba variando. Alquilábamos un cuarto con varias amigas colombianas. Usualmente me levantaba, tomaba un café, preparaba la ropa del disfraz, si tenía que hacer alguna tarea lo hacía.

Trataba de no comer tanto. El traje tiene mucha producción, mucho peluche, es grandísimo e ir a un restaurante caminando es un complique. Yo trataba de llegar almorzada y aguantar hasta que volvía a casa. Los sábados iba más temprano y usualmente comíamos una pizza por ahí.

Para cambiarnos, por ejemplo, nos tocaba en la calle. Yo me cambiaba en el metro o en algunos lugares que sabía que estaban solos. Uno se pone el disfraz encima de la ropa, pero llevaba una tula para la chaqueta, el celular y los papeles. Los sábados yo trabajaba hasta donde aguantara, ocho horas o más.

Diario Criterio: ¿Cómo es estar dentro de un disfraz? 

J.T.: Voy a decir algo raro, pero más que ver gente yo pensaba que era un dólar más o un dólar menos. Intentaba pensar así para no desanimarme. Yo no estaba detrás de esa máscara pensando en lo bonito que era hacer a los niños felices, y muchas cosas pasaban. Muchas veces no me pagaban, me metían monedas y billetes falsos.

Puede leer: La mirada del artista Óscar Murillo a la opresión y a la injusticia

Hubo un momento en que pensaba solo en lograr la meta que me proponía diariamente. Pensaba que si el sábado pasado me había hecho 200 dólares para el próximo podría ser el doble. Trataba de tener mis pequeñas metas.

Una vez ya tenía la cámara conmigo, pues observaba mucho más e intentaba quitarme de encima todos los prejuicios: esas frases de que tú eres tu trabajo solamente. Empecé a hacer un curso intensivo de humildad. Yo creo que la creatividad y el amor por la fotografía puede más que cualquier situación incómoda.

Aprendí que hacer un trabajo humilde o sencillo también era para mí. Antes no sabía para quién era, pero no era para mí. Ya entiendo más cosas, me tomo menos en serio en muchas cosas. 

 

Diario Criterio: ¿Cuánto fue lo máximo que le pagaron durante una jornada? 

J.T.: Alguna vez estuve en una esquina donde normalmente no podíamos estar porque la policía vigilaba esa zona y M&M nos había prohibido estar por ahí. Pero me quedé ahí un rato y en ese momento recibí 200 dólares con dos personas que creo que les caí bien (ambos me dieron dos billetes de 50). Ese fue un día muy feliz, pero eso es una excepción, nunca más me volvió a pasar, eso fue pura “chiripa” como dicen.

Diario Criterio: En los días tristes, ¿qué la motivaba a seguir detrás de la máscara?

J.T.: Ver a los demás compañeros que tenían menos oportunidades, menos educación que yo. Ver a los demás llenos de orgullo y de ganas por su trabajo mientras yo tocaba “mi pequeño violín” no era justo. No pensaba en nadie ni en nada. Verlos a ellos tan activos me hacía sentir que debía ser igual. Berta Guerra salió caminando del desierto de México, sacó a sus hijos adelante, sin idioma y solo echándole ganas, y yo ahí llorando.

Obviamente me revolqué en mi miseria también, no lo puedo negar, pero lo que me hacía levantarme para ir fueron esas personas que se convirtieron en mis amigos y compañeros. Después de un tiempo la vergüenza se convirtió en orgullo, pero fueron meses de mucha transformación.

 

Hello I’m Kitty – Foto: Cortesía Joana Toro.

Diario Criterio: Además de Hello Kitty, tuvo otros disfraces como Dora la Exploradora, Mickey Mouse o Elmo, entre estos, ¿hubo alguno con el que se sintiera ‘más cómoda’?

J.T.: Sin duda Hello Kitty. Primero porque atrae a un público femenino, de bebés, de niños más pequeños o personas mayores. Gente de la comunidad LGBTI, un público que me gustaba y me hacía sentir agradable.

Yo me ponía un Mario Bros y sentía otro público: hombres, adolescentes, gente masculina, más pesada y brusca, me chocaban la mano duro o me pegaban puñitos en el brazo y no me sentía muy identificada. Fui Mickey y Minnie y pues el público no era tan chévere.

Con Hello Kitty me sentía tiernita. Con Elmo me sentí muy incómoda porque la máscara es más pesada. De hecho sucedía que algunas de las personas que llevaban décadas trabajando le decían a uno que quizá era mejor como equis o ye personaje. “A usted le iría bien como otra muñequita“. Cada disfraz requiere de muchas características físicas y a mí me iba bien con ella.

Puede leer: Jesús Abad Colorado, el testigo que deja memoria del horror y la resistencia en Colombia

Diario Criterio: Los años han pasado y usted se ha transformado no solo como fotógrafa sino como persona. ¿Qué piensa después de todo lo que ha sucedido con estas fotos, con su vida y con los cambios que ha habido?

J.T.: Pienso en que menos mal no me devolví. No por nada con Colombia sino por mi propio crecimiento. Si no hubiera vivido esa experiencia no hubiera tomado esas fotos, no estuviéramos hablando de que la migración es natural y es parte de la vida. No hubiera publicado el libro (lo cual ha sido muy importante para mí). Creo que todo ha valido la pena y ha sido de mucha paciencia. La vida no es ni rápida ni fácil, es demorada y difícil, pero difícil gozándola (risas).

 

Diario Criterio: ¿Le gustaría volver a Colombia? 

J.T.: Siento que es una situación que tiene que pasar. Más temprano que tarde volveré para devolver todo lo que he enseñado afuera. Pero primero quisiera cerrar el ciclo allá y regresar con todas las fuerzas para crear diálogos acá. Estos proyectos independientes y de inmersión no son cosas que pasan en uno o dos meses, se debe tener un poco de paciencia.

Puede leer: La nueva sala del Museo Nacional: arte, arqueología e historia dialogan sobre ‘ser y hacer’

Diario Criterio: ¿Cuáles son sus sueños ahora? 

J.T.: Tengo la ilusión de seguir haciendo proyectos para generar diálogos. Trabajo temas como la migración, la identidad y la justicia social y esas tres cosas me van a mantener muy ocupada. Quiero seguir generando ensayos gráficos que hablen de estos tres temas.

Actualmente estoy trabajando con la comunidad LGBTI migrante y sueño con poder trabajar con colombianos miembros de la comunidad, sueño con tener espacios para hablar de la fotografía quir. Quiero hacer contenidos que hablen de nuestra identidad.