Los artistas suelen adaptar bodegas y grandes espacios con techos altos para que sean sus talleres. Algunos, como “The Factory”, el estudio de Andy Warhol, era un espacio de paredes plateadas y espejos rotos donde también se celebraron fiestas antológicas. Otros, como los de Calder o Pollock, tenían tantos materiales y tarros de pintura que era casi imposible moverse de un lado a otro.

En el barrio El Polo de Bogotá –una zona de talleres de reparación de vehículos y casas grandes de arquitectura de los años 70–, se camufla el taller de la artista bogotana, Luz Lizarazo, quien en lugar de tener un espacio abarrotado de tarros o materiales, tiene un rectángulo de paredes blancas, que recuerda las salas de museo.  

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En la entrada del taller hay estantes llenos de cajas donde la artista guarda algunas de las obras que ha realizado a lo largo de su carrera. Cuenta Lizarazo que en ellas conserva dos piezas de cada una de sus series que ha realizado para regalárselas en el futuro a Bettina y Celeste, sus hijas.

Al fondo del taller, por el contrario, se encuentran tres obras de la artista, todavía sin terminar. Una de ellas es una falda confeccionada a partir de lenguas de tela que se unen con un aro de madera. Otra, una especie de candelabro de cristales rojos que caen hasta el piso. Y una más que se asemeja a una malla parecida a la que usan los pescadores. Al lado de estas, en un mueble de madera, están los órganos de vidrio soplado que Lizarazo expuso en su última colección, titulada “Visceral”, con la que la pintora y escultora quería representar la fragilidad del cuerpo humano. El vidrio es frágil. Se rompe. También el cuerpo. Y esta serie quiere mostrar también el cuerpo como contenedor de memoria y vivencias, todo tras un proceso de ideación, investigación y creación con el que Lizarazo pretende fortalecer su narrativa sobre el cuerpo, que usa también como metáfora y lo nutre, en cada pieza, de nuevos significados. 

Artista y maestra yogui

Luz Lizarazo se mueve por su taller de forma pausada y lenta, como si no tuviera ningún afán en el mundo. Sus ojos, penetrantes, miran con atención lo que sucede a su alrededor. Nació en 1966 y mide 1.62 cm. Es muy delgada, y su cuerpo es el característico de las personas que practican yoga con regularidad, como forma de vida. 

La artista cuenta que fue gracias al Kundalini –el yoga de la conciencia– que comenzó a comprender el cuerpo, porque la práctica se cruza con su obsesión con su pregunta clave como artista: “¿Qué es el cuerpo que habitamos?”. El Kundalini se centra en la base de la columna, donde se encuentra la energía creativa. “Empiezo a entender que, si yo tengo un cuerpo flexible, mi mente también lo es. Por ejemplo, empiezo a entender cómo mis órganos no son solamente un pulmón o un corazón que late”, explica. La artista se inspira en las posturas que realiza para hacer bocetos de lo que luego se convierte luego en obras de arte. 

La práctica del kundalini también ha llevado a la artista a experimentar con el performance y las obras que tienen como protagonistas al cuerpo humano, incluso en movimiento. Según su amiga Diana Gamboa, su trabajo es una extensión de sí misma, de su pensamiento y su mirada. 

El cuerpo y sus cicatrices 

Da Vinci diseccionó cuerpos para estudiar la anatomía y realizó bocetos detallados a partir de lo que observaba en sus estudios anatómicos en la Florencia del Renacimiento. Frida Kahlo, obsesionada por las secuelas que le produjo un accidente de autobús, pintó compulsivamente su cuerpo malherido y sufriente. Luz Lizarazo utiliza como punto de partida de una de sus series el órgano más grande del ser humano: “La piel es la única frontera que me interesa, la frontera que separa nuestra casa interior de nuestra casa exterior, es una frontera porosa, protectora, elástica y humana”, explica. Para la artista, en ella van impresas señales que nos hacen únicos: la raza, las pecas, los lunares, y las arrugas que deja el paso del tiempo. 

Para interpretar ese órgano, Lizarazo usa medias veladas. Juega con los diferentes tonos y experimenta con ellas como un taxidermista o médico forense: las teje, las anuda, las corta, las cose, las estira, las borda y las ahueca. Esta pieza fue expuesta en el 2021 en Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO), que, según cifras oficiales, el público la eligió como favorita. Según el informe del Museo, los visitantes “hallaron pertinente y conmovedor el enfoque de género de la exposición… sobre todo en la serie de la obra La Piel”. Fueron 393 encuestados entre el 28 de agosto al 21 de noviembre de 2021, de los cuales 204 personas prefirieron a Lizarazo sobre las demás muestras museográficas.

El origen de una artista

Durante el último año de su pregrado en Arte en la Universidad de Los Andes, la artista Luz Lizarazo cuenta que alquiló, junto a una compañera, una galería para exponer su tesis. Pero se acuerda de haber entrado al mundo del arte sin saber realmente cómo funcionaba: “Recuerdo mis inicios con mucho respeto, también porque fueron totalmente inocentes”.

Lizarazo recuerda que, realmente, no sabía qué quería estudiar. Estaba tan perdida que hasta consideró estudiar bacteriología. Pero una conversación con su madre, Eloisa, fue decisiva.

“Luz, ¿qué haces tú ahí buscando cosas donde no tienes nada que ver? ¿Por qué no estudias arte?”, le dijo su madre. “Ni yo sé”, le respondió la joven Lizarazo. La madre, que conocía las facultades de su hija, pudo guiarla. “Ella me lo decía porque yo siempre estaba dibujando las tarjetas de cumpleaños, arreglaba los regalitos de Navidad”. Cuando se decidió a estudiar Arte, entró a la universidad y dice que se convirtió en una esponja. No sabía nada de la carrera, pero estaba dispuesta a aprender. 

Lizarazo no promovió que sus hijas fueran artistas también, explica Alberto Herencia, el padre de su hija menor. No obstante, tanto Bettina como Celeste estudian carreras relacionadas con arte. Quizá porque ven con admiración el trabajo de su madre que ya ha llegado a varias galerías de Europa, Asia y América Latina.

La relación entre lo público, lo íntimo y lo privado 

La fragilidad y la feminidad son otros de los temas centrales de esta artista bogotana. En su serie “Soy las niñas” propone una crítica al secuestro y violación de una chica Embera Chamí de once años de la comunidad Gito Dokabú, víctima de siete soldados del Batallón de San Mateo en Risaralda. También en su serie “Cicatrices” Lizarazo pretende recalcar el poder creador y destructor que cada mujer lleva por dentro: “las mujeres somos muchas cosas, somos no solamente una sola cosa, sino muchas que también tenemos nuestra parte masculina adentro, que es tan importante”.

Asimismo, la maternidad es un aspecto fundamental que la artista trata en su obra. Y asegura que, casi desde que nació, soñaba con ser madre. Y ha sido precisamente ser madre lo que le ha ayudado a comprender y explorar aspectos de su vida y de su arte a los que no hubiera llegado sin Bettina y Celeste. 

Y no ha dejado su trabajo por sus responsabilidades maternas, aunque admite que “es bastante complejo ser artista mujer, pero es mucho más complejo ser artista, mujer y madre”. En un informe presentado por la red cultural del Banco de la República en el 2020, se indica que solo el 8% de la colección de arte fue hecho por mujeres. 

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Y aunque Lizarazo no sabe bien cómo responder a la pregunta sobre cuál será su futuro inmediato como artista, está segura de que en sus próximos trabajos quiere experimentar con plantas vivas. Va a seguir, como ha hecho siempre hasta ahora, buscando la inspiración en sus pares, en el mundo que habita y en los seres que la rodean. Louise Bourgeois, la artista francesa más conocida como “La mujer araña”, es uno de sus mayores referentes. “A ella la amo y a veces la odio porque eso es todo lo que uno quiere hacer como artista mujer. Hay que tener mucho cuidado: inspirarse, observarla y admirarla, pero alejarse también porque es muy fácil caer en el plagio”. 

Mientras tanto, vale la pena seguirle la pista de cerca a esta artista colombiana. Sin duda, en los próximos años, seguirá creciendo, y su obra dará mucho de qué hablar.

Por: María de los Ángeles Delgado y María Mercedes Rojas.

*Estas notas hacen parte de un acuerdo entre Pulzo y la Universidad de la Sabana para publicar los mejores contenidos de la facultad de Comunicación Social y Periodismo. La responsabilidad de los contenidos aquí publicados es exclusivamente de la Universidad de la Sabana.