“Quienes viven son quiénes pelean, con un designio fijo en el pecho y la cabeza. Los que trepan escarpas hasta un alto destino. Los que persiguen, absortos, un sublime objetivo.” – Víctor Hugo.

En una preciosa traducción del francés de José Antonio Soriano Marco, Narrativa Salamandra nos trae un libro publicado en 2019, pero que solo hasta 2021 llega a Latinoamérica: “Las Vencedoras”, de la francesa Laetitia Colombani (Burdeos1976) novelistadirectora de cineactriz y guionista francesa.

En esta novela, la autora nos recrea la vida de dos mujeres que viven, una a principios del siglo XX y la otra en la época actual: Soléne y Blanche.

Soléne es una abogada, excelente, trabajadora, perfeccionista, concienzuda, fuerte, en movimiento constante. Pero debido al suicidio de Arthur Saint-Clair, uno de sus clientes, se sume en una depresión profunda, no repentina sino acumulada, lo que el mundo actual ha llamado Burnout. Soléne no ve venir la ruptura. La visión de su vida era la de una mujer perfectamente equilibrada pero en realidad su vida era un “tren lanzado a gran velocidad que no se puede parar, el exceso de trabajo, los fines de semana, noches y vacaciones dedicados a los casos, la falta de sueño, etc.”.  El horror laboral actual.

Ante tal “crisis vital”, su psiquiatra le recomienda “salir de sí misma, volverse hacia los demás, encontrar un motivo para levantarse por las mañanas. Sentirse útil para algo para alguien,” y le recomienda hacer un voluntariado. Al averiguar en las diferentes asociaciones de voluntariado en París, Soléne se encuentra que todo lo que piden es tiempo. “Sin duda, lo más difícil de dar en una sociedad en la que cada segundo cuenta”. 

En su infancia, Solene soñaba en secreto con ser escritora, se veía a sí misma sentada ante un escritorio a lo largo de toda la vida con un gato en las rodillas, como Colette, en “Una habitación propia”, igual que Virginia Wolf. Con esta crisis vital descubre que su profesión, el derecho, no la lleva a todas partes, como le decía su madre, sino que el derecho no lleva a ningún sitio: la reenvía a sí misma. Y recuerda una cita de Marilyn Monroe: “una carrera está bien, pero no es lo que te caliente los pies en la noche. Y Soléne tiene los pies helados. Y el corazón también.”

Contacta con Leónard el director de una fundación de nombre “Pluma Solidaria”. Y Leónard le encomienda una tarea en un lugar de mujeres en riesgo de exclusión: Pasar allí una hora a la semana para ayudar a las residentes en sus tareas de redacción. Un voluntariado de escritura pública. Los escribientes públicos existen en la actualidad y desempeñan un rol fundamental en la escritura de cartas de migrantes que no conocen el idioma, en la escritura de cartas de amor, de reclamaciones, en fin… así es como llega Soléne al Palacio de la Mujer, una institución real, que existe en París.

Su nombre suena extraño y hace pensar en un sitio lujoso pero realmente es un refugio para mujeres vulnerables a las que les ha costado adaptarse a la vida. Mujeres con un pasado problemático que, en general, han roto con su entorno y su familia. Allí Soléne descubre que la verdadera diversidad no se reduce a la mezcla de culturas y tradiciones que, en general, ya existe de forma natural. Todas esas mujeres han conocido alguna forma de precariedad, todas han sufrido violencia indiferencia, todas están en los márgenes de la sociedad. Soléne sabe que tendrá que ganarse su confianza porque las mujeres del Palacio, en general, son desconfiadas y distantes. 

Las primeras veces que va al Palacio se sienta en su mesa con su computador… y nadie se le acerca, pero poco a poco se le van aproximando. La primera “carta” que le piden es una reclamación a un supermercado del barrio por dos euros cobrados de más por uno de los cajeros a una de las mujeres y Soléne se siente insultada… ¿para eso vino?. Después de que la mujer le explica la importancia de los 2 euros en relación con el miserable ingreso mensual que recibe, en Soléne empieza a nacer la semilla de la indignación por la precariedad con la que deben vivir muchos seres humanos. Y ese momento empieza a marcar un cambio profundo en su vida.

Soléne se va haciendo consciente de que las mujeres son las principales víctimas de la pobreza, que representan el 70% de los trabajadores pobres, y de que son las principales beneficiarias de la Renta de Solidaridad Activa que entrega el gobierno francés. 

La tercera carta que le piden marca un punto de inflexión en la vida de Soléne. La historia de la solicitante, una migrante de Guinea, Binta, mamá de una niña, Sumeya, que ha huido para proteger a su niña de la mutilación genital tradicional, hace que Soléne se desmorone y tome conciencia de que se ha perdido en el camino pues lo que ella ha sido en la vida es lo que todos los demás esperaron que ella fuera. Solo hasta ahora ha podido empezar a reencontrarse. Sus nuevas amigas del Palacio, conmovidas con su desmoronamiento, de dan fuerza, la abrazan, la invitan a rituales de baile en los que ya no hay mujeres mutiladas, ni toxicómanas, ni prostitutas, sino solo cuerpos en movimiento que rechazan la fatalidad, que gritan sus ansias de vivir … y de ello se vá contagiando Soléne. 

“Soléne nunca sabe lo que le espera ni lo que encontrará cuando abre la puerta de la sala común. Cada jueves le trae un lote de sorpresas. Cada sesión está llena de imprevistos. Cada encuentro es un acontecimiento“. 

Entabla amistad con Salma, la recepcionista, una antigua habitante del Palacio que Salma resume el efecto que genera el Palacio: “siempre te llevas algo de aquí contigo”. Y es así como Soléne, por fin, va entendiendo el sentido de su tarea de escribiente pública: prestar su pluma, prestar su mano, prestar sus palabras a quienes la necesitan, como una intermediaria que transmite sin juzgar. 

Las historias que va descubriendo, breves pero impactantes, la de Binta, su hija y “las tatas” (así es como llaman a las africanas), la de Cvetana, la de Iris -que en realidad es Luis-, la de Selma, la de Cynthia, la de la Reneé, la de Vivian la tejedora, la de Lily -la indigente cuasi-vecina de Soléne, y que nos transmite Colombani delicadamente, hacen de este libro una narración profunda y conmovedora que toca las fibras del alma. 

Por su parte, en el otro relato, entramos de lleno a una ficción histórica. Tenemos a una Blanche que nació en Lyon en 1867, hija de un pastor protestante que muere muy joven. Ella, la hija menor, queda al cuidado de su madre junto con otros 4 hermanos y, desde pequeña, muestra ya un carácter fuerte rebelde con una profunda empatía por el sufrimiento ajeno. Su madre la envía a estudiar a Escocia y en un evento social conoce a Katherine Booth, la Mariscala, la hija mayor del pastor inglés William Booth, fundador del “Ejército de salvación”, una organización sin ánimo de lucro, en cuyas filas se establece la igualdad absoluta entre sexos. “El ejército canaliza todas sus inclinaciones: la empatía por los que sufren, el espíritu de sacrificio, el culto al heroísmo, el gusto por la aventura”, nos dice Colombani.  

A pesar de la oposición de su familia, amigos y su prometido, asume un compromiso hasta su muerte con la institución. En una gira con la Mariscala en Suiza, se enamora de Alvin Peyrón, cadete de la escuela militar de Ginebra. Se enamoran en una escena cinematográfica, mientras él le enseña a ella a montar bicicleta. Se prometen en matrimonio y esa unión será más que un matrimonio: será un proyecto vital su unión durará 42 años, hasta la muerte de Blanche.

Ya en París, el Ejército de Salvación– de naturaleza protestante- no es bien recibido (Francia es un país netamente católico) y, aún así, fundan el Palacio del Pueblo, un hogar social para hombres sin techo y el Refugio de la Fontaine Du-Roi para mujeres, el Ropero del pobre, que reparte muebles y ropa, y la Sopa de Medianoche, cuyo caldero recorre las calles de París para alimentar a los más necesitados. 

Las mujeres conmueven a Blanche de forma especial. “Son sus “hermanas de la calle“, sus Slum Sisters, como las llaman los ingleses. Blanche se reconoce en cada una de ellas, ve otra versión de sí misma, una versión maltratada por la vida. Una “vasija rota” que le gustaría reparar”, nos dice la autora. 

Y gracias a un doloroso evento que presencia en una de esas noches de invierno en donde madres con sus hijos deambulan con hambre y frío, emprende la titánica misión de comprar un inmueble enorme con 763 y camas que fue inicialmente el solar de un antiguo convento de las Hijas de la Cruz, dedicadas a la educación de las jóvenes, que a principios de siglo, con la aplicación de la ley que prohibía a las congregaciones religiosas participar en la enseñanza, fue cerrado: las monjas fueron expulsadas. Fue construido en 1910 por la fundación Lebaudy, y su objetivo fue proporcionar alojamiento digno de los trabajadores pobres y obreros y, en 1914, se convirtió en un hospital de guerra. Blanche y Alvin deciden remodelarlo y fundar allí el Palacio de la mujer. El Palacio en sí mismo es uno de los protagonistas del libro. 

El espíritu emprendedor de Blanche, que se inspira en libros como “Courage”, de J. M. Barrie y en Victor Hugo, se hace evidente en la campaña que emprende con su esposo para lograr la financiación de su proyecto hasta que, en 1926, se inaugura oficialmente como el Palacio de la Mujer. Se ofrece a todos los benefactores la posibilidad de que su nombre o una cita seleccionada quede escrita en una de las puertas de las habitaciones del futuro Palacio… y esas citas serán claves para la historia de Soléne.

Una figura preciosa que nos acompaña a lo largo del libro es la del colibrí. La fábula del colibrí, de Pierre Rhabi nos relata que durante un incendio espantoso en el bosque los animales asistían impotentes a la devastación. El único que se afanaba en coger agua con el pico y arrojar las gotas a las llamas era un colibrí del que un armadillo se burlaba: “Así no vas a apagar el fuego”… Y el colibrí sencillamente le contesta: “Ya lo sé. Pero al menos habré hecho mi parte”. Blanche y Soléne saben que su acción es irrisoria, una gota de agua en un océano de sufrimiento en donde a veces todo parece inútil, pero cada una habrá hecho su parte. Y eso es Soléne: “una pluma de colibrí al servicio de aquellas mujeres maltratadas por la vida, que sin embargo mantenían la cabeza alta”.

Léanlo, llorarán al final, un final arrollador. Conmueve el alma en estos tiempos en que nos hace falta tanta empatía y solidaridad.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.