Si tuviera que poner un ejemplo de transformación digital, sin duda utilizaría el ciclismo. Para los que no son tan cercanos a este deporte, recientemente terminó el Tour de Francia (que viene siendo como el Mundial de esa especialidad) con resultados agridulces para los pedalistas colombianos.

Pero acá hablamos de tecnología y no de deporte. El experto David Costajussa dio una frase que resume el asunto: “hoy, una bicicleta es un computador rodante”. Entre ciclo ordenadores, potenciómetros y aplicaciones, los ciclistas saben hasta el número de bocanadas de aire que tomaron durante una etapa. Esto tiene su lado positivo y un sello más desagradable. Veamos lo positivo primero. El avance tecnológico aplicado en el ciclismo mejoró notablemente los rendimientos de los pedalistas. También ha influido en la lucha contra el dopaje que es un fantasma que acecha siempre. Y sobre todo, mostró que hasta los deportes más tradicionalistas pueden transformarse digitalmente.

Gracias a los dispositivos y sobre todo a la información que se recopila y analiza , los ciclistas mejoran la postura al pedalear, controlan su peso, su alimentación y, en algunos casos, es la base de sus estrategias para competir de mejor manera en competiciones que cada año se tornan más complicadas.

Lo negativo de todo esto, es que el deporte de las bielas se tecnificó tanto que el corazón y la voluntad de los ciclistas quedó a merced de lo que diga un dispositivo o al análisis de un ingeniero de datos que hace parte fundamental de los equipos. La tecnología, para ser claritos, mejoró el rendimiento del ciclismo, pero le quitó la épica y la locura al deporte de los solitarios.

El caso de Rigoberto Urán es paradigmático. Debe ser uno de los pocos ciclistas que encaró el Tour de Francia sin tener un potenciómetro o un minicomputador (es esa pantallita que los ciclistas apagan apenas acaban una etapa). Una locura. Una hermosa locura.

Rigo le creyó a la máquina más vieja de todas: su cuerpo. Resistió en el grupo de punta hasta donde pudo. Defendió no cuando timbraba la máquina, sino cuando el corazón y las piernas le decían que podía defender. Y, por encima de todo, disfrutó el recorrido con en los años 70 y 80: con piernas, locura y corazón.

Al otro lado están los ciclistas europeos que son cada vez más automatizados. Todo lo tienen calculado. Saben de antemano cómo será su día, conocen el recorrido y en algunos casos non santos hasta se valen de GPS para seguir a sus rivales. Algo que, esperamos, no haya pasado en este atípico Tour de Francia 2020.

Qué ¿cuál es la mejor opción? Hombre, la pregunta del millón. Por eso es que el ciclismo es el mejor ejemplo de la transformación digital. Los que no se han subido en ese bus de la tecnificación tarde o temprano lo harán, porque es darles ventaja a los rivales.

Pero, acá entre nos, yo soy de los que prefieren que las ciclas sigan siendo ciclas y no computadores rodantes. Soy de los que prefieren a los Rigos que se dejan llevar por lo que digan sus piernas y sobre todo su corazón. Sin duda, la tecnología llegó para mejorar el ciclismo. Y sí, para volverlo mucho más aburrido.

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