Las bondades del teletrabajo no se pueden debatir. Para el individuo representa mayor seguridad, más tiempo con los seres queridos, menores tiempos desplazamiento en urbes cada vez más congestionadas, y sobre todo un nuevo modelo de autogestión que saca a relucir viejos pero necesarios valores como la responsabilidad y la capacidad de manejarse por resultados y no por horas/nalga.

Para las sociedades como conjunto, el teletrabajo también generó beneficios en cuanto temas de ambientales, de uso de recursos naturales y, también, de seguridad, por algo más bien lógico: entre menos personas en las calles menos riesgos de inseguridad o de accidentes. Hasta ahí los gozosos. Ahora vamos con los dolorosos.

Desde el punto de vista tecnológico, el teletrabajo, considero, tiene dos flaquezas en un país como el nuestro: la primera tiene que ver con las capacidades de conectividad que tenemos. Y volvemos a un punto que tocamos en esta columna: los expertos creen que todos tienen capacidad de pagar planes de 100 Megas en adelante para responder a las necesidades que ciertamente suple una conexión dedicada como la que tienen las oficinas.

La segunda flaqueza, creo, tiene que ver con la apropiación de la tecnología y con la seguridad en la información. Si algo nos dejó claro esta situación de miércoles es que no todos tienen las capacidades para utilizar plataformas digitales que no son tan intuitivas. Y claro, si en las oficinas no nos destacábamos por proteger las contraseñas, en las casas mucho menos.

Pero también existe el punto de vista humano. El teletrabajo volvió borrosas algunas barreras que eran infranqueables en la lejana época de las oficinas (o sea en febrero). El horario es lo obvio, pero también se pasaron barreras como la interacción con la familia, como que te toque solucionar problemas álgidos o tomar decisiones mientras se quema el tinto.

El teletrabajo arrancó en esta pandemia como una solución ideal para que, en la medida de lo posible, siguiéramos siendo productivos. Pero hubo una parábola. Este modelo de trabajo pasó de lo idílico a lo invasivo en cuestión de meses. Y eso se explica desde la obligatoriedad y desde el empujón hacía la virtualidad.

De cara al futuro cercano, los expertos insisten en los modelos de teletrabajo híbrido. Un esquema que individualice al empleado. ¿Cómo? Sencillo, hay personas que tienen las capacidades y las condiciones para teletrabajar. Pero también están esos colaboradores que logran mejores resultados desde la silla, el escritorio y moviéndose con libertad por la ciudad.

Sí al teletrabajo. No al teletrabajo para todos y menos por obligación. Al final, las empresas van a terminar entiendo que sus organizaciones son seres vivos que se adaptan, sí. Pero que al final se mueven mejor desde la decisión y la convicción.

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