Todos contamos los días para que las cosas se normalicen, para que el salir a la calle no sea sinónimo de infringir las normas y el virus se amaine a tal punto de no representar una emergencia como la que actualmente atravesamos. Al entrar en cuarentena, dejamos en pausa lo cotidiano, el trabajo, el bus, el carro, las compras, los amigos y en general, todo lo que llamábamos “normal”, pero no fue sino hasta ahora, cuando miramos el mundo desde las cuatro paredes, que nos dimos cuenta de lo mal que estábamos.

Veíamos como normal al desarrollo económico girando vertiginoso a un ritmo insostenible ante toda lógica; la producción tuvo aumentos delirantemente exponenciales durante los últimos años haciendo que la cadena de consumo sea tan rápida, que la energía y agua utilizadas en fábricas alrededor del mundo, dejó sin estos servicios elementales a centenares de millones de personas.

Veíamos como normal que la Amazonía pierda un millón de kilómetros cuadrados de masa forestal por la implementación de zonas para pastoreo de ganado y cultivo de soya, utilizado para engordar a estos animales; además, que la producción de un solo kilogramo de carne, acarrea, según datos de la FAO, la utilización de 15 mil litros de agua potable, lo que es igual a la cantidad necesaria para que 136 personas puedan suplir toda su demanda del preciado líquido por un día.

Veíamos como normal el hecho de que seis países: China, Estados Unidos, India, Rusia, Japón y Alemania, sean los responsables del 60% de las emisiones de gases de efecto invernadero debido, entre otras cosas, al uso excesivo de combustibles fósiles. Paradójicamente, los efectos dañinos del calentamiento global producido por esto son sufridos por los países más pobres.

Veíamos como normal que, aunque representamos solo el 0.01% del total de formas de vida en el planeta, seamos los causantes directos de la pérdida del 83% de los mamíferos salvajes y la mitad de las plantas, eso sin contar que en la actualidad, más del 30% de las especies que aún sobreviven el la tierra se encuentren en alto riesgo de extinción según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN).

Veíamos como normal que nuestras ciudades se asfixien bajo densas nubes tóxicas debido a la pésima calidad del aire que respiramos, y que, según el Instituto Nacional de Salud, en su informe “Carga de la enfermedad ambiental en Colombia”, 17,549 personas mueran en el país debido a estos factores de los cuales no podemos zafarnos.

Cuando venga el tiempo de regresar a la vida cotidiana, tenemos que resignificar lo que hoy conocemos como normalidad, para que este encierro obligado sea también un motor de cambio, y no se convierta simplemente en la anecdótica época en la que vimos, desde casa, a la naturaleza recuperar espacios que le quitamos.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.