Esta segunda fase de sobrevivir a un narcisista se compone de hechos y vivencias dolorosas, de recuerdos que llevaré conmigo y que atestiguarán que este tipo de relaciones pueden afectarnos más de lo que pensamos y que no es tan fácil cortarlas.

Hoy me pregunto por qué no saqué fuerzas para rematar esa relación antes. La explicación es que más que una relación, lo que se tiene con un narcisista es un círculo vicioso.

Es importante ver cuál es el patrón crónico que se está siguiendo. En mi caso el patrón empezaba cuando él me pedía ayuda y yo le abastecía. Algunas veces me pedía los consabidos cinco eurillos, otras veces me pedía el carro, y otras me pedía que le sirviera de fiadora para que él pudiera comprarse uno. Por suerte y porque no me convertí en estúpida integral, no fui su fiadora y le fui cortando el chorro a sus demandas. Cuando yo le decía que no, me hacía sentir mal y acudía al agravio comparativo. El más clásico era este:

Es que tú tienes una vida feliz y yo tengo una vida de mierda.

Lo cierto es que con él no era una vida feliz, pero en cuanto yo me quitaba a este hombre de encima mi vida y quedaba con mis amigas, era mucho más feliz, y esto fue el comienzo del fin de nuestro extrañísimo noviazgo. Lo que necesitaba era poder ver y apreciar el mundo sin él.

Con él me sentía agotada el día entero, encima de todo, me di cuenta de que me había vuelto casi tan amargada como él. Comía a deshoras y fumaba como un carretero. Dormí mal por once meses. Y no exagero. Al tipo no se le ocurría mejor cosa que poner cada noche documentales de tragedias, de tsunamis, de volcanes arrasando con ciudades, cuando no apostaba por las películas de terror y miembros cercenados a punta de radial a todo volumen. Para despertarse, había elegido la canción “Take my breath away”, con más decibelios de los concebidos para un móvil. Él se despertaba y me despertaba a mí y a todo el barrio. Aquí me di cuenta de que no tenía empatía, no se la habían puesto por dentro. La puñetera canción romántica no sonaba una vez, ¡No!, sonaba 12 veces porque el muy cabrón no se levantaba, sino que retrasaba la alarma. El resultado es que yo me levantaba de muy mal genio, a la hora que no me tocaba levantarme, y lo empezaba a odiar desde que abría el ojo, mientras pensaba que el asqueroso me estaba robando el aire como su maldita canción.

Se levantaba, encendía un cigarrillo y se hacía el café. Sus pelos caóticos, su andar de animalito ingeniando una estrategia para seguir abusando de mí, su noticiero con tragedias. Lo que me llamaba la atención es que él seguía saludándome con un Buenos días, que sonaba mucho más respetuoso el primer día. Yo alucinaba porque el hombre hacía lo mismo en whatsapp, no decía ni Hola, ni qué más pues, el tipo escribía Buenos días, buenas tardes y buenas noches, como un mayordomo. Tan estirado para saludar y tan estirado para pedir dinero, tan abusivo en su propia forma de amar porque sólo teníamos relaciones sexuales cuando él quería, como él quería y por el tiempo que él quería. De esto me di cuenta con el paso del tiempo. Porque yo le buscaba cosas buenas a esta relación, y por más que rascaba, lo único que recibiría buena nota era el sexo que compartíamos. Así que me fui enganchando a ese sexo que me daba. Y claro, cuando yo quería tenerlo, él no.

Hay una escena que me marcó mi memoria. Después de llevarlo a comer a un buen restaurante, y de que él pidiera una botella de vino y una ensalada que yo no quería, nos montamos en el carro para ir a un lago. Vamos con mi perrito y me apetece meterme en el agua. Nos metemos, a mí me dan ganas de hacerlo ahí, en medio de la nada. El lo intenta, pero me dice que no, que necesita una cerveza para poder hacerlo.

Me siento horrible. ¿No hay sexo porque no hay cerveza? ¿Qué tipo de relación es esta?

Viajamos por su cumpleaños. Esto fue definitivo. Aquí demostró que su falta de empatía podía llegar a ser muy peligrosa.

Yo sigo esperando que lo podamos pasar bien. En mi memoria, cuando viajo con amigos o con parejas me lo paso estupendamente, y me encanta poder tener nuevas experiencias, pero con él todo se hace difícil.

“Esa mesa no porque huele a pescado, no puedo caminar por el campo con estos Armani, no me quiero ensuciar los tennis porque yo no camino.”

Me sabotea cada uno de mis planes y me encuentro sin energía. Lo único que él quiere es beber alcohol.

Nos sentamos en un restaurante. Mi perro ya no come concentrado gracias a que él lo ha malcriado y le da carne o jamón a diario. Lo más grave es que si llegamos a un restaurante, me veo en la obligación de comprarle algo al perro. Ese día me da por ser creativa y voy y le compro un sánduche de jamón en la plaza principal. Cuando regreso, se lo pongo a mi perro en el suelo. A él le da asco y coge el sánduche y lo tira a la basura.

Cuando llega la comida a mí se me caen las lágrimas. No quiero quedarme ahí, frente a él, con toda su horrenda energía. Me levanto de la mesa y me voy al puerto a llorar y a fumar (porque para ese momento ya estoy enviciada grado superlativo).

Quince minutos después vuelvo a la mesa. Él está comiendo solo. Invitando a vino a los vecinos. Me pone algo de comida y me obliga a comérmela. No tengo ganas, así que no como.

Esto lo vas a pagar tú, le dije.

Tenía clarísimo que por esa comida tan ofensiva no iba a pagar.

Pido que me pongan todo para llevar. Él se sienta y se pide una copa más fuerte. Le ruego que me pida perdón y se niega. Insiste en que yo me equivocado trayendo el sánduche. Él lo hace todo perfecto, yo soy la que la ha cagado. Clásico comportamiento de un narcisista.

Bebe y bebe. Yo quiero ir a una iglesia que hay en el pueblo. Le pago la entrada. Sale veinte minutos después, diciendo que tenía mucho que hablar con el de arriba. Aparte, deja en la puerta de la iglesia 20 euros que seguro que los va a necesitar después.

Subimos al coche, él se baja y lo veo irse a un bar. Me tengo que bajar del coche y despegarlo del bar. Fuma en mi carro, algo que detesto.

Llegamos en medio de gritos al hotel. Dice que se va a seguir emborrachando y que se va a llevar mi carro.

Escondo las llaves del coche en un zapato. Me entra la ansiedad de que se coja sin mi permiso el carro y lo termine estrellando por esa carretera.

Se abre unas cuantas latas de cerveza y dice que si no lo dejo ir será una mierda de cumpleaños.

Que lo sea, pienso. Ese día empiezo a entender que estoy con una persona que detesto.

Le doy un beso de buenas noches, increíblemente me gustaría desfogar la tensión con sexo. No lo conseguimos, él me muerde un pecho y me manda de un salto al baño para ver si me sale sangre.

Duermo en el sofá, empiezo a sentir que sería maravilloso dejarlo ahí tirado, cogerme yo al perro, mi maleta y mi coche y dejarlo ahí como a un delincuente.

No estaba preparada para hacerlo, eso vino después.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.