Delirios de persecución plagan las relaciones de los colombianos en cada una de las esferas sociales, campañas de estigmatización y desprestigio se esgrimen para evitar se develen los intríngulis del actuar político, económico y social conexo a intereses ocultos en la construcción del imaginario colectivo desde los medios de comunicación. El discernir con argumentos, evidencia de las pruebas, queda al margen con la intimidación armada y el bullying social que atomiza la libertad de expresión, voces disonantes acallan el pluralismo conceptual que debe reinar en una democracia. Peligroso entorno toma ventaja dando relevancia a criminales que con verdades a medias quieren atenuar penas y reparar el mal causado, por muchos años, al núcleo poblacional de la nación.

Contexto comportamental del colectivo social de Colombia denota una estrategia de interacción cimentada en lo políticamente correcto, correlación marcada por la desconfianza y las ansias de venganza, contorno con señalamientos injuriosos y graves acusaciones que dejan la duda en el ambiente, pero jamás exhiben las pruebas que incriminan. Nefasto proceder que trae consigo profusión de cortinas de humo que desvían la atención de las malquerencias de caudillos, la odiosa corrupción, los problemas de orden público, la inseguridad, y demás flagelos sociales que ahora se acrecientan con la crisis económica y multiplicidad de necesidades que asaltan a la población.

Corrientes de popularidad no permiten controlar o mitigar el cuestionable proceder de los líderes de la opinión pública, arquitectos de la fascinación que fungen de víctimas para ocultar su inoperancia de gestión en un momento tan crítico como el que atraviesa el país. Huella histórica que deja en el recuerdo una política social, basada en peleas conceptuales, que se niegan a pasar la página y tapar bocas con hechos de trascendencia y transparencia; necesidad de llamar la atención, estar presente en la memoria de los ciudadanos, y evitar la caída en picada, al desastre, que parece está condenada la clase administrativa nacional. Biósfera atestada de fallas, incumplimientos y acciones dudosas que, desde presiones indebidas, se esfuerzan por ocultar lo que verdaderamente ocurrió en situaciones puntuales.

Maraña de mentiras e intrigas acaba con el prestigio de la función pública, miles de preguntas invaden a una población que atónita observa cómo los hechos y el tiempo destapan las ollas de podredumbre que han acompañado el conflicto armado colombiano. Escenario de responsabilidad mutua en el convergen quienes perpetraron masacres, aquellos que las ordenaron y esos otros que desaparecieron las evidencias; ecosistema fortuito que a cuentagotas da la razón a quienes en su momento fuero señalados por poner el dedo en la llaga, perímetro de cinismo en el que corderos mansos dejan salir el lobo feroz que habita en ellos.

Arrogancia, autoritarismo y actitud desafiante que manipula gestas, sesga la visión e impone tratamientos por parte de la prensa, ataque directo a estamentos democráticos y ciudadanos que incomodan por el esfuerzo de conseguir la verdad. Confrontación del miedo y la esperanza que siembra la suspicacia sobre el trabajo y dedicación investigativa de los comunicadores; ejercicio profesional que debe ser practicado de manera libre para el bien de la sociedad. Ponderación de situaciones que demuestran un rumbo a la deriva, adoctrinamiento filosófico, quehacer facultativo rebosado de militancia, rabia y soberbia con vanidad de superioridad moral e intelectual.

La industria de la comunicación parece perdió su norte por la conexidad con la clase política y económica de la nación, infinidad de compromisos impiden la exposición de verdades que incomodan y exponen a ciertos personajes de la vida pública. Egolatría, eufemismo de prepotencia, reaviva la táctica de propaganda coordinada para influir en la consciencia ciudadana desde la de distorsión de la realidad; mentiras posicionadas como verdades para sembrar la cizaña, infundir temor, y mantener la jerarquía del terror que justifica una forma de ejercer el poder e imponer políticas de seguridad y reconstrucción de la verdad. Caja de resonancia que se constituye en escenario de insultos y amenazas que sumen en el descrédito a ese cuarto poder que son los medios de comunicación y tanto efecto tienen sobre las masas.

Bosquejo del conflicto, la discrepancia y la intolerancia que traslada el problema a una instancia que tiene más estigmas que aciertos, concentración de autoridad y jurisdicción que, en medio de la implementación de los Acuerdos de La Habana, ahora se quiere centralizar en la JEP. Maltrecho organismo jurídico debilitado por la mezquindad de los guerrilleros desmovilizados y ahora está en la mira del resentimiento paramilitar. Círculo de reconstrucción de la verdad que se debe constituir en zona de reconstrucción de todas las aristas del conflicto armado en el país, atmósfera de confesión de robos, muertes, atrocidades, desigualdades y demás plagas que impiden la tan anhelada paz por parte de los colombianos.

Desbordamiento de la violencia, retorno de las masacres, “homicidios colectivos”, infunden el desasosiego en las zonas vulnerables del país, llegó el momento de contar la verdad y hacer frente a las graves acusaciones que se ciñen sobre nombres particulares de importantes personajes de la vida pública nacional. La hecatombe del narcotráfico y los grupos afines a este lucrativo negocio deben ser erradicados del paisaje nacional, la búsqueda de la verdad es un arduo trabajo que intimida a quienes piensan diferente, esos que buscan silenciar o censurar las manifestaciones de quienes comprueban lo ocurrido con los hechos y no en las palabras que se quieren hacer creer desde la repetición infundada de discursos.

La ilusión de un país mejor llama a derrotar el pánico, dejar de lado la pelea por no compartir ideas, y expresar lo que se siente. No todo se debe asumir como un ataque personal, en el marco del conflicto hay errores de todas las partes, son muchos los responsables y por ello la verdad debe brillar, los culpables están llamados a pagar por sus errores. Las masacres, asesinatos, desplazamientos y amedrentamientos en contra de la población civil no son hechos aislados, ni hacen parte del elefante que impide ver la realidad al mejor estilo del proceso 8000; llegó el momento de escuchar a los actores del conflicto armado en Colombia y que digan en voz alta qué fue lo que verdaderamente pasó, cómo fue que ocurrieron los hechos, quiénes fueron los autores intelectuales, quiénes se señalan como determinadores y a quiénes benefició lo que acá ocurrió.

Filtraciones de fragmentos, piezas convenientes para acomodar la verdad de un expediente, solo ponen de relevancia nuevamente la urgente necesidad de una profunda reforma del politizado aparato judicial de Colombia. La política y la justicia nacional evidencian su descomposición, la incómoda verdad recuerda la conexidad de actores democráticos con la violencia y la corrupción que sume en el desempleo, el hambre y la miseria a millones de colombianos que desde el inconformismo social parece por fin están abriendo los ojos y no van a ir como borregos en las próximas elecciones a votar por los mismos para que sigan en las mismas.

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