Y sigo con Diego Capusotto, Jorge Luis Borges, Facundo Cabral y Gustavo Cerati. Al hablar de Argentina, no puedo dejar de pensar en sus asados, el acento maravilloso que los distingue, su pasión por el fútbol, sus vinos ensaladas, y la literatura.

Ni que decir de su producción audiovisual. Me estoy viendo en Netflix una serie llamada ‘Millennials’. La recomiendo. Aclaro, no es apta para todo el mundo. Por si fuera poco, tengo cuñado argentino. Y la mejor amiga de mi esposa y su familia son de esas hermosas tierras.

Andrés Rojas Franco

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Es el 'momento' de la decisión

Con lo cual, podrán entender por qué me es tan difícil, repito, hablar de ellos sin antes expresar mi profunda admiración por su riqueza cultural. Pero sobre todo por esa narrativa única que tienen cuando comentan sobre  cualquier cosa.

Hace un tiempo escribí un post que titulé, ‘Borrar y Borrar’. Mi cuñado y hermano argentino Martin, tuvo la gentileza de leerlo. Me hizo un comentario, que guardé celosamente hasta que pudiera compartirlo y tuviera sentido actual.

En Buenos Aires, la gente consulta el psiquiatra y al psicólogo con la misma regularidad que nosotros compramos café en el mercado. Así que, al mencionar, un texto de Juan Gossaín, en el que aseguraba que “ocho de cada diez colombianos tienen alguna enfermedad mental como consecuencia de la convulsionada, caótica y siempre violenta realidad nuestra”; fue un tema que inmediatamente le llamó la atención.

Y me dijo: “No sé quién es ese tal Gossaín, pero bueno, sí todos están enfermos, a mi entender, es como sí todos estuvieran curados”. No te entiendo, le repliqué. Inmediatamente, me soltó un cuento que caza como anillo al dedo para muchos de nuestros temas cotidianos tanto de ciudad, como de país.

Me dijo: “Si todos estamos mal no hay quien esté mal. El que está mal es el que está bien.” Y añadió. “No sé si ubicás el cuento. Había un pueblo que tenía un rey y todo el pueblo tomaba el agua de un pozo. Un día el agua se puso mala y la gente, tomó el agua y enloqueció. Y todos estando locos dijeron: el rey se volvió loco porque era el único cuerdo. El rey viendo eso tomo agua, enloqueció y el pueblo al ver eso dijo: El rey se curó”.

Andrés Rojas Franco

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Pendejos, pero hiperinformados

Volviendo a la caótica cotidianidad, la Colombia de este siglo que conmemora fechas como los setenta y un años del asesinato de un caudillo o espera una resolución a los miles de casos de corrupción que sumados nos darían en plata para tener un país distinto, son como el agua que bebemos a diario.

Esa de la que hablaba el cuento del argentino. Hace unos días alguien gritaba en la calle que no pagaría la valorización de Peñalosa. Mientras, se volvió imposible vivir en la Bogotá insegura y llena de ventas ambulantes, trancones y peligros. Sostener una familia en condiciones dignas es cada vez una tarea más complicada.

Y por ahí cada tanto sale uno que dice que es solo la mirada. Pero no lo es. El agua envenenada, es decir las noticias que nos inundan, nos tienen contaminados y los niños que merecen un futuro diferente al que nos tocó a nosotros, no tienen la culpa de lo que está sucediendo, ha sucedido y sigue sucediendo.

Enfrentamientos violentos y anarquía. Tristeza, desesperanza y una evidente falta de oportunidades nos están dejando como la sociedad de los locos, que escoge cada tanto a uno que esté más loco y diga lo que todos queremos escuchar.

Bogotá se merece algo mejor que lo que hemos padecido. Debatir sobre el metro es devolvernos a lo mismo. Se requiere una mirada fresca pero experimentada. Alguien que haya sufrido en un cargo público y tenga el cuero para gobernar la ingobernabilidad. La ciudad no es fácil de manejar. Son demasiados los problemas y problemáticas.

La propuesta de David Luna sobre la eliminación de los estratos podría ser, una primera cura a la locura de una sociedad que atenta cada tanto contra la gran clase media que sostiene el aparato productivo de Colombia.

Andrés Rojas Franco

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Si en Venezuela llueve, acá no escampa

No es cualquier cosa lo que se juega con cada Alcaldía. Bogotá dicta la ruta para las demás ciudades del país. El próximo alcalde no puede ser un polarizador y mucho menos un delfín. No más de estos personajillos siniestros que nos heredan las mismas familias que lo han gobernado todo desde siempre.

En medio de tanto que nos divide, el nuevo alcalde debería encontrar algo que nos convoque. Y ello son las familias y la cantidad de niños que hoy tiene la ciudad. Es a ellos que se debe Bogotá, el lugar de las oportunidades.

Es un desafío en el que todos deberíamos subirnos. Una vez se lanzó uno con el que logramos reducir la accidentalidad por conductores borrachos. Así es que sí se puede. Todo depende de cómo interprete usted el cuento del  argentino.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.