Con pocas variables en los diccionarios, la definición de la languidez se asemeja, las palabras más comunes para definir este mal del cuerpo y del alma, se repiten: flaqueza, debilidad enfermiza, falta de energía, fatiga…

Aún bajo una mirada propia del romanticismo que le diera un cierto valor estético a las personas lánguidas (por ejemplo mirándolas como de una “belleza enfermiza” lo cual no es propiamente el caso de Santos en ningún sentido), no hay duda que sufren de una enfermedad avasalladora, progresiva y a veces letal.

De un tiempo para acá, desde la primera firma de los acuerdos de paz con las Farc en Cartagena, momento en el cual Santos y su gobierno estaban en plena exaltación, las cosas han ido literalmente languideciendo. El primer batatazo fue el triunfo del no en el plebiscito, convertido en ganancia de última hora al ser refrendados los acuerdos en el Congreso. Y de ahí en adelante, empezando por su imagen y la de su gobierno, Santos ha ido en picada en el sentir popular y en las encuestas, ayudando a generar todo un terreno de escepticismo nacional, en el cual medran ubérrimos y exprocuradores.

Hay quienes le endilgan esta languidez al fenómeno natural del desgaste, al cuento aquel de tener “el sol en las espaldas” al final de un periodo. Y aunque eso debe tener algo que ver con la decadencia de Santos, más parece que a punta de debilidades, flojeras y “faltonerías” propias de la languidez misma, el presidente se ha encargado de meterse en la olla en la que lo vemos hoy en día.

Algunos elementos de la olla: un proceso de paz con las Farc semiempantanado por la mediocridad del Estado para resolver cosas fáciles como la organización de los campamentos veredales para las Farc; un Congreso que le funciona muy a medias al punto que las leyes para apuntalar la paz que deberían ser aprobadas rápido vía “fast track” andan patinando en manos de las ineficientes y mediocres bancadas del gobierno; una evidente desidia en materia de cumplir con todos los acuerdos de paz, de cumplirles a las Farc, de cumplirle al país que lo eligió para eso; el caso Odebrecht con la certeza de que hubo dinero sucio en su campaña de 2010, en materia de millones para afiches y lo que se pueda saber de su campaña del 2014; una panoplia de actos de corrupción (algunos heredados de su antecesor) que pasan por los nombres de Reficar, Electricaribe, Cambio Radical, la U y etc.; la ausencia de un candidato suyo para un gobierno de transición que garantice el legado de paz de Santos; su desatada impopularidad; una economía a trompicones; y los ojos ciegos ante la matazón de líderes populares, entre otras muchas cosas.

Todo ello y más, han deconstruido a ese Santos languideciendo, con una apretada e irresoluta agenda de futuro, empastelado, envainado, entorpecido… adjetivos todos propios de la languidez, una enfermedad que en el caso de la política, no tiene cura, que avanza y se empeora, que mina el cuerpo enfermo, que deprime como un círculo vicioso de decadencia.

Qué triste ver, antes de tiempo, porque aun a Santos le queda año y medio en el poder, como el hombre del Nobel de la Paz, que hizo un encomiable trabajo para lograr los acuerdos, como que le ha quedado grande el post acuerdo, el posconflicto y se regodea en justificaciones tontas o ingenuas para aclarar lo inaclarable: el proceso de paz se ha dado porque las Farc cumplen, pero está en un cierto limbo de nuevo, por falta de voluntad del gobierno, que parece estar asustado con el cuero.

O Santos reacciona de su a veces cómoda languidez y de verdad le mete el acelerador a la paz, a las reformas y a todos los intríngulis que ello implica, o llegará al 7 de agosto de 2018 con el drama del tiempo perdido, dejando sin futuro a la paz, o lo que es peor, en manos de un fanático de la guerra.

Y hay razones objetivas contundentes que refuerzan la languidez de Santos. A raíz de las últimas noticias de los sobornos e invasión de dineros ilegales en las campañas de 2010 y 2014, lo único que ha quedado claro es que, por lo menos en la teoría, porque la práctica es también corrupta, buena parte de lo elegido y actuado políticamente en el país en los últimos siete años es chimbo, ilegal, podrido, corrupto.

La última campaña de Álvaro Uribe aún Presidente, fue la de Juan Manuel Santos en 2010: se ha comprobado que los dineros de Odebrecht sirvieron para hacer carteles… lo que no se sabe es si eran afiches o carteles de los otros. De tal modo que en el papel la presidencia de Santos 2010-2014 resulta cuando menos ilegítima.

Y en cuanto al 2014, lo de Zuluaga y el Centro Democrático recibiendo también platica brasileña, hace ilegítimo a todo ese partido que perdió las elecciones con Santos, en una campaña aparentemente también untada: la de Santos . Y de ahí para abajo si se trata del CD o la U y Cambio Radical, los liberales y conservadores, partidos elegidos y en el Congreso, alcaldías y demás, pues todos parecen untaditos.

Así las cosas ¿qué queda de legítimo y honesto en el poder hoy en Colombia? Pocón pocón, por lo menos en los elegidos.

Esto se ha convertido en un fangal, en un relleno sanitario, todo claro, a las espaldas de los jefes, de tal modo que el elefante de Samper resulta una novatada al lado de semejante compra de la “democracia” colombiana. Ojalá el olor fétido se instale en la memoria para no volver a elegir la podredumbre…

Y como “valor agregado” de todo este escenario lánguido, nn una actividad prepago, para cobrar con bonos posteriormente, un río de mermelada de uchuva corrió en Corferias en el acto de despedida del ex vicepresidente Vargas Lleras.

Los delegados de las más reconocidas “fruteras” colombianas, colmaron el auditorio junto con miles de empleados enlazados para asistir, bajo la promesa de prebendas al día siguiente.

En el más exquisito acto de clientelismo, Vargas Lleras se bajó de la vicepresidencia para convertirse ni siquiera en candidato sino en presidente virtual, por derecho de herencia y de pernada. Vargas Lleras, que ya se había cobijado con decenas de billones de pesos en obras para enmermelar sus tostadas, se llevó lo poco que quedaba de un gobierno que languidece por todos lados.

Hasta Santos amarrado fue al acto y aprovechó la ocasión para hablar de coscorrones.

Se inicia pues la campaña de Vargas Lleras ya adobada con nuestra plata convertida en relativas obras que le servirán para untar debidamente al electorado.

No todo proviene de Odebrecht. La corrupción histórica del voto entamalado está en lo fino… Tras siete años de campaña con dineros públicos, el exvice se lanza a recorrer el camino de Santos. Pero bien puede ocurrir que la languidez de Santos como contagio de sucesión, le llegue prematuramente y le frustre el tamal.

Languidez: entorpecimiento general, desmayo, flojera, descorazonamiento, falta de energía y valor, cobardía…

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