La idea de salvar al país ha rondado las mentes desde personajes como Simón Bolívar que se peleó con Santander, precisamente, por eso: por quién de los dos la salvaba.

El problema, desde ese entonces, siempre es él quién y no el cómo. Y, más preocupante aún, siempre cambia el qué.

En política los llaman bomberos pirómanos. Es decir, personas con la capacidad de armar un incendio para ellos mismo ir a apagarlo. Tienen las máquinas, la forma y el entrenamiento para hacerlo.

Apagar el incendio conlleva a la gratitud y casi que a la servidumbre ante el héroe.

El pueblo, en consecuencia, no sólo les queda sumamente agradecidos, sino que acomodados en la fila para ser bautizados como los salvadores con sus nombres y hazañas dignas de canciones, odas y estatuas, como en el pasado. Esas cosas nunca cambian.

Es una condición humana terrible, latente, real en cualquier escenario de la vida y más en la política.

Comienza en los discursos que ocultan intereses. Una práctica difícil de acabar en democracias donde el político cuando llega al poder tiene la capacidad de cambiar las cosas con pretextos y lugares comunes ocultando, casi siempre, intereses particulares y aspiraciones electorales posteriores.

En definitiva, la gente cree en los discursos y los personaliza. Los hace suyos, aunque es incapaz de leerlos entre líneas.

Nunca se preguntan si, en el fondo, eso que está diciendo el personaje de turno es viable, sí se puede hacer o sí son mentiras sus argumentos. Lo normal, para convencer, es que le digan a la gente lo que quiere y necesita oír.

A eso aquí, lo llaman escuchar a la gente. Estar con la gente en la calle. Escuchar el clamor de la ciudadanía. Estar en la plaza pública ¿Le suena familiar?

Un ejemplo dinámico: Usted es candidato para administrar Bogotá y sus 9 millones de problemas.

Le gustaría, estando en campaña, aceptar decididamente qué: ¿Sí, la circunstancias así lo ameritan, adoptará la antipática decisión de ampliar la restricción vehicular, de casi 2 millones de vehículos a 3 días a la semana, en algunos casos, para evitar el infarto de la ciudad?

Qué respondería a la pregunta audaz del momento: ¿Ampliaría la restricción ante los trancones de todo el día? Desde su posición de candidato tome un momento para pensar en su respuesta.

Ahora, trate de no tomar la posición de nadie. Ni la de dueño de vehículo particular que paga cuotas al banco mes a mes, o que paga una de las gasolinas más cara del mundo en vías siempre destruidas, que, además, debe asegurarlo año a año contra hurto por el alto índice de robos e inseguridad y daños. O que, además, le cobran un costoso seguro obligatorio, un impuesto de rodamiento, una revisión técnico mecánica anual e IVA para cualquier cosa que requiera el vehículo.

Es decir, que un vehículo en Bogotá comparado con otra ciudad es una herramienta no sólo de lujo, sino de lo más costosas en comparación con cualquier otro lugar.

Olvídelo por un momento, como también que, ante la situación calamitosa de la economía mundial que antes de la pandemia daba señas de una preocupante desaceleración, usted no usa su vehículo particular como fuente de ingresos para su familia. No.

Ni el repetido y mentiroso argumento que esa decisión fomenta la compra de un segundo carro. Mentiras. La gente compra una moto. Y la industria automotriz no va dejar de hacer y vender carros, etc. ¡Mentiras!

Ahora, lo invito a que piense en función de la mayoría, esa que no tiene carro y la necesidad de curar el infarto de movilidad que los afecta a ellos también.

Hace 3 años cuando el alcalde era Peñalosa, se alertó sobre el problema de la movilidad cero kilómetros.

Volvamos a la realidad y tenga presente su respuesta con pros y contras.

Ahora, cuando se les pregunta a los candidatos a la alcaldía de Bogotá, sobre su decisión de aumentar el pico y placa y otras medidas igual de restrictivas, antes que le voten, es casi seguro que no le va a cerrar la puerta en la cara a dos millones de personas afectadas con una decisión así.

Seguro que se lo piensa. Y seguro responde en función electoral, apelando a las falacias ante los cuestionamientos de quienes hacen las entrevistas. No creo que haya escuchado a nadie en campaña decir eso. ¡Vamos a volver a ampliar a un día completo la restricción, ¿cierto? Nadie lo dice. Al contrario: “Jamás” dirán, casi todos.

A esto se le llama el cálculo político que usan los que quieren llegar. Lo que no han entendido es que, en ese momento, cuando dicen lo que dicen por cálculo, se enredan, si no, vean el problema de la alcaldesa.

Perder la credibilidad es lo peor que le puede pasar a un gobernante. Tema que se juega a la ruleta cuando están en campaña. Olvidan que al lado de la cima está el abismo.

Cuando la ciudadanía se siente traicionada, el amor por el entonces candidato se convierte en odio. Fuego atizado por la oposición.

Gobernar es muy difícil y los problemas que se deben administrar, me indica la experiencia, requieren soluciones impopulares e incómodas como esas, porque antes otros políticos con otros intereses tomaron otras decisiones.

En definitiva, es una cadena de acontecimientos con resultados pobres, básicamente, porque las políticas públicas dejan de serlo cuando se modifican al vaivén de los pareceres, discursos y personalismos propios de una democracia como la nuestra.

Se supone que ampliar la medida tiene su razón de ser en estudios, decisiones técnicas y no pareceres, y que se debe adoptar sin pensar en las críticas o los aplausos.

El problema es que no se le dijo la verdad al votante. La prensa poco ayuda si no pregunta sobre evidencias y condiciones objetivas, y no cae presa de los pareceres y las discusiones subjetivas.

Los primeros movimientos de las campañas de este año así lo demuestran. Vallas y entrevistas repitiendo: -No más este, no más de lo otro-. -Nunca más-. Y cosas así no son sino frases carentes de peso específico frente a la realidad.

Lamentablemente es en esos pareceres donde se cocinan los votos y no en la verdad.

Ahora suponga lo siguiente: ¿Será que un dueño de un carro metido en un trancón de dos horas le votaría a un candidato que le va a guardar su carro todo el día? La respuesta es NO. Las encuestas no mienten.

Y vuelve y juega, políticas públicas que no deberían ser susceptibles del acomodo electoral, pero aquí lo son. La paz lo es, lo fue y lo sigue siendo. O el tema del transporte público y tantos otros.

Se la ponemos muy difícil a los políticos, porque ellos no deberían tomar esas decisiones, pero dejamos cada nada la responsabilidad de un montón de temas complejos en personas que no saben y no tienen idea.

Por eso el baldado de agua fría.

Este 2022 comenzó con el juicio de un asesinato escabroso de un famoso y millonario peluquero, sometido al escarnio público, un tema taquillero siempre. Y las nuevas o viejas historias de corrupción, siempre repelentes, indignantes, abusivas.

Las vacaciones ni siquiera dieron tregua para evitar el aluvión de noticias negativas, a pesar de los balances de un año inolvidable como el anterior que tuvo revuelta social, muertos por Covid 19, rabia en el corazón, pobreza, muertos y dolor en cantidades abrumadoras.

Despunta enero lleno de buenas intenciones, promesas y las mismas peleas de los unos contra los otros, en debates interminables acompañados de discursos plagados de gestas infructuosas en un universo de opiniones poco calificadas pero que se permiten calificar.

Y seguimos sin saber de qué nos quieren salvar esta vez. ¿Salvar de qué? De ellos mismos. ¿No será?

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.