Que por lo general padecen los más débiles, y es ingenua frente a la capacidad real del estado de obtener réditos por interpuesta persona.
Bien lo decía George Orwell al afirmar que “toda la propaganda de guerra, todos los gritos y mentiras y odio, provienen invariablemente de gente que no está peleando”, de los que no ponen los muertos.
También es una apuesta peligrosa. El tan mentado y olvidado Sun Tzu recomienda en –”El arte de la guerra”– no solo someter al “enemigo sin luchar” sino “evitar entrar a una batalla si se carece de las fuerzas suficientes para ganarla” y en ésta, se pondría en riesgo la infraestructura nacional que tantos años y esfuerzos económicos ha requerido además de abrir la puerta a la inestabilidad regional.
Los años de conflicto armado legaron a nuestras fuerzas armadas una destreza en la guerra de guerrillas que difícilmente es aplicable como ventaja operativa a un enfrentamiento con aviones, misiles y bombarderos como bien sugiere el informe de la revista Semana y que es la lógica de medición de fuerzas que evita por ejemplo que un país con tres soldados y un caballo se enfrente a uno con tres tanques, como en el juego de estrategia RISK creado hace 60 años y donde de manera llamativa Colombia y Venezuela integran un solo país, una Colombozuela.
Que se contemple la alianza con los EEUU como el factor de ventaja y eventual respaldo militar, no asegura nada diferente a prestar el territorio nacional y a sus muertos -porque los coletazos son para Colombia– como tablero de juego entre EEUU contra Rusia y China, países que han respaldado en el cerco diplomático a Venezuela y podrían actuar en su defensa.
Otro gran afectado sería el sistema interamericano tras dejar de lado cualquier asomo al principio de autodeterminación y no intervención que parecía una asunto superado desde 1989 cuando un ejército de 26.000 soldados norteamericanos se tomó Panamá para llevarse al general Noriega, hecho que Colombia condenó aunque ese dictador diera refugio a capos colombianos y fuera despreciado por los presidentes latinoamericanos, como bien anota el excanciller Julio Londoño Paredes en alusión a que los intereses del estado deben superar a los del gobierno de turno porque “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”.
El principio de no intervención es precisamente odioso porque aplica a gobiernos buenos y malos y considera que una nación debe resolver sus propios cánceres sin la intervención de otro, ni de un vecino y menos de un tercero y permitir la entrada de tropas extranjeras no sólo es anacrónico sino debilitante y un precedente institucional regional de difícil recuperación.
Aún así, la campaña de liberación de Venezuela que ha utilizado la entrega de ayudas humanitarias, -cuestionadas por la Cruz Roja Internacional por su falta de neutralidad de a cuál bando llegan-, ha servido para que Trump seduzca electores en La Florida, Maduro exacerbe sentimientos antinorteamericanos y anticolombianos, Guaidó se consolide como el presidente constitucional interino de Venezuela en campaña desde el exilio y Duque emerja como líder regional de una tensión militar que no se sabe en qué pueda terminar aunque parezca hasta la fecha útil para darle un sentido a su gobierno y una mayor favorabilidad en las encuestas.
Si bien son innegables el sufrimiento del pueblo venezolano por cuenta de la tiranía de su dictador, y el desespero ciudadano pareciera no reclamar sino medidas igualmente desesperadas como la intervención externa, la salida efectiva de Maduro sólo pasa por una remoción militar que hoy no parece viable al hallarse las empresas, los negocios, los recursos y las fuerzas armadas, controladas por más de mil generales enmermelados y sobre la que resulta como infortunado presagio, una potencial guerra civil tras una intervención militar como señala la revista The Economist.
Por esta provocadora tensión a la que nos quieren avocar, en una guerra entre pobres sólo habría perdedores en una innecesaria guerra entre países vecinos que terminarían peor que cuando empezaron, con una crisis humanitaria mayor a la conocida, con huida de migrantes y sus países sujetos al crédito de su reconstrucción y al arbitrio de sus acreedores, de los inversionistas de guerra.
Aunque Maduro debe salir y eso deben decidirlo el pueblo venezolano y sus propios militares, no corresponde a ningún otro país y menos a un vecino, una intervención militar como la pretendida, cuya posibilidad debe suscribirse al ámbito de la presión diplomática sin hacer efectiva su aplicación, por cuanto los riesgos evaluados son mayores y las consecuencias y pérdidas inestimables, en una guerra donde tanto Colombia como Venezuela, terminarían poniendo los muertos y sus instituciones y fuerzas debilitadas y vulnerables.
*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.
LO ÚLTIMO