Si te preocupa la grasa que se posa en tus caderas y tapona las arterias, también debería preocuparte el sobrepeso que tienes en el corazón. Ese que se ha convertido en un lastre que te impide gozar de la vida, que te mantiene escaso de sonrisas y de bienestar.
A veces veo personas muy esculpidas por fuera, pero flácidas en su interior. Se refugian en el ejercicio para llenar sus más profundos vacíos. Y no solo en el ejercicio, también en la comida, en los festejos, en los amores, en cualquier exceso que les permita saciar su hambrienta alma.
No es un juicio para usar en contra de nadie. Es solo una reflexión que vale la pena hacernos a nosotros mismos, especialmente, aprovechando que finaliza un ciclo y empieza otro. Vale la pena preguntarnos el por qué hacemos lo que hacemos y, especialmente, cuestionarnos sobre si eso nos hace felices.
Y es que, justamente, se nos ha olvidado ser felices por convertirnos en jueces de la felicidad ajena. Frecuentemente escucho y leo comentarios ponzoñosos, en donde las personas critican las situaciones que ven. Las tachan de falsas, de banales, las censuran y las reprochan.
Los temas de belleza y fitness, por ejemplo, son quizá unos de los más señalados. Rendirle culto al cuerpo es, para muchos, un acto superficial que, además, anula el conocimiento. Ese ‘match’ entre ser atractivo e inteligente despierta toda clase de envidias, celos, resentimientos, rabias y rencores. Todo lo que se nos dificulta obtener, pero vemos que otros logran es lo que tendemos a juzgar, a criticar y a demeritar.
El que consiguió un ascenso laboral es un ‘lambón’ o amante del jefe, el que tiene dinero empezó a ‘traquetear’, el que se casó lo hizo por interés o porque se embarazó y el que se adelgazó se hizo una lipoescultura. Qué mala vibra tenemos los seres humanos.
Nuestro corazón necesita un plan detox ¡urgente! Estamos envenenados por dentro y debemos poner a dieta a nuestro interior. La dieta no solo se refiere a lo que comemos, también involucra lo que sentimos, pensamos, decimos, hacemos, leemos, vemos y si, hasta de quienes nos rodeamos.
Así como se hace una dieta alimentaria, en la que se restringen las comidas irritantes, tóxicas, malsanas, nocivas y dañinas, en la dieta emocional también se suprimen toda clase de personas, sentimientos y situaciones que hacen que nuestra existencia sea pesada y difícil.
Es una lástima que no exista lipoescultura para quitar con un bisturí todas esas capas de sentimientos y sensaciones que corroen y ahogan nuestra armonía y felicidad. La única manera de esculpir el alma es haciendo ayuno de odios y sus derivados.
La invitación es, entonces, a preocuparnos por esculpir el alma tanto como lo hacemos con nuestro cuerpo. Como cualquier dieta, será cuestión de mucha disciplina y voluntad, pero de que se puede, ¡se puede! Evita el consumo de chismes, rumores, murmuraciones y bochinches y prefiere los comentarios constructivos, optimistas y edificantes; lee la etiqueta de las personas y, al primer ingrediente tóxico, aléjalas de inmediato; ejercita tu corazón con 30 minutos de buena vibra al día (el yoga, la fe en Dios y las diversas doctrinas que se basan en el amor, son buenas opciones); bebe, al menos, 4 litros de sentimientos saludables al día y recuerda que, en esta dieta, no hay ‘Cheatmeal’ porque es una rutina 24/7.
¡Feliz 2020 lectores! Que el nuevo año nos traiga nuestras mejores versiones por dentro y por fuera.
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