Y caemos en el cliché de que no hay nada que mate más la pasión que bajar un pantalón y descubrir una suerte de mantel mal enrollado, con motas, intentando apretar algo en forma de tamal. Los hombres, en mi época escolar, llamaban a los interiores femeninos grandes, de color piel, y nada estéticos “los matapasiones”. Pero ¿es cierto el mito?

En un típico simposio empresarial en una ciudad de clima cálido terminé, después de una noche de una aburridísima cena empresarial, saliendo a tomar un par de copas con la intención de divertirme un rato. Había mar, brisa y la cuenta la pagaría la empresa, ¿qué más podía pedir? Y lo descubrí: bailar sintiendo un pito duro rozar mi pelvis por la persona escogida es la definición de dicha. No vale el del gordo morboso que se ha tomado una botella de aguardiente para frotar la hebilla de su cinturón contra mi pierna, en el mejor de los casos. El escogido me llevó a su cuarto después de muchas copas, bailes y risas a su habitación. Un tipo normal, no muy llamativo, en buen estado físico sin ser Rambo, y, en especial, muy desenvuelto. Me dispuse a atenderlo para dejarme atender. Al agacharme y desabrochar su pantalón, mientras despegaba mis labios empezando a asomar mi lengua, apareció ante mí el temido envuelto de tela y, además, con un hueco descosido incluído.

Si hubiera tenido banda sonora la escena se hubiera desafinado en ese momento. Me miró apenado y sin decirme nada me levantó, me tiró en su cama y como desagravio me practicó uno de los mejores sexos orales de la historia. Con su lengua cosió cualquier roto que hubiera visto en mi vida. Luego se empelotó y se encargó de hacer lo suyo, a la manera tradicional, pero con cierto encanto que aún recuerdo.

En la mañana hablamos del tema, se disculpó y avergonzado declaró su descuido con la susodicha prenda. Sin embargo, ahondamos en el tema, le pregunté si no le pasaría lo mismo que me pasó a mi con él, el desánimo que me produjo ver ese “trapo de cocina” amarrado entre sus piernas.  Después de pensarlo me puso el siguiente ejemplo:

A mí me encantan las tetas, en especial chuparlas y tengo cierta predilección por la estética de tetas convencionales, redondas y grandes, punto. Y continuó: mi gusto es por las tetas, no por los brasieres. Si tiene un brasier bonito, lo agradezco, pero no es el objetivo. Y terminó con la siguiente perla: ¿De qué me sirve un brasier bonito con unas tetas escurridas de gelatina, como bolsa de supermercado arrugada?

Demasiado gráfico para mi gusto. La ropa interior no intenta mejorar. Quizás ni siquiera es para la otra persona sino para uno, para sentirse cómoda o “especial”, según la intención. Finalmente, la ropa define nuestros estilos y predilecciones. Pero todas estas son horribles generalidades y tópicos, como los del colegio y para gustos los sabores. Mi conclusión: me alegra haber encontrada esa noche esos calzoncillos rotos porque el remiendo aún lo tengo grabado en un lugar llamado “deseo”.

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