El documento poseía buena dosis de aprecio y resaltaba el vacío que yo había dejado entre mis amigos por mi ausencia de mi natal Bucaramanga, lo cual valoré en su justa dimensión.
Pero la carta también tenía más de un error de escritura (faltas de ortografía, ante todo); y consciente de su falla, el colega advertía al final: «Perdone usted los errores, pero es que mi computadora me está ‘dando guerra’». Por supuesto, esta última afirmación yo no la creí; sabía que la que ‘daba guerra’ era la ortografía, que aquel comunicador no había aprendido.
Muchos años después de aquel pasaje que aquí cuento, uno de mis leales lectores del boletín Español Correcto (que transmito por Internet) me escribió para agradecer mis correos, y, de paso, decirme que, parcialmente, las fatalidades en la escritura en estos tiempos obedecen a la presencia de la telefonía celular en la vida de la gente, y del Facebook (o ‘cara de libro’, como algunos lo traducen) y del WhatsApp y similares canales en la red global de comunicación.
Aquella anécdota sirve hoy para ilustrar una verdad que no necesita mucha sustentación: son las personas las que, por no saber, incurren en yerros; no son las máquinas las que deben cargar con esa «culpa». Inanimadas por sí mismas como son, ellas no van a corregir ni a «corregirse» de tales desperfectos en la escritura de los seres humanos. Ni siquiera lo hace bien el famoso «corrector automático», que apenas es un alcahuete mal programado para tratar de enmendar las meteduras de pata de quienes adolecen de fallas ortográficas. Por eso yo lo llamo el «incorrector traumático».
Lo cierto es que los aparatos no tienen nada qué ver con la escritura enrevesada que hoy vemos. Ellos son el canal, la herramienta, nada más; las personas son las que saben o no saben escribir bien. Y ellas, nadie más que ellas, son las autoras de tantos errores que se cometen desde esos instrumentos tecnológicos de comunicación.
Si a la tecnología la «sentenciamos» de tal modo, lo cual sería absurdo porque los juicios se les hacen únicamente a las personas, la humanidad que nos antecedió debió hacerlo también con las antiguas plumas de tinta, los lápices y los estilógrafos. A lo mejor, esos utensilios también tuvieron «la culpa» de que en el pasado hubiesen existido personas que escribieran mal en esas antiguas épocas. Pero por entonces nadie juzgó y condenó a los lápices, a las plumas de tinta, ni a los estilógrafos porque «escribían» con errores gramaticales, de ortografía y de puntuación.
Por supuesto, en esta disquisición no caben aquellos congéneres hispanohablantes que usan teclados fabricados en Estados Unidos, Alemania, Italia u otros países. Porque ellos tienen otras configuraciones, y algunos carecen de los signos alfabéticos que nosotros sí usamos en español, como la eñe, por ejemplo. En esos casos hay quienes acuden a escribir anio o year, para evitar que, al referirse al ciclo de 365 días, aparezcan escribiendo ano, vocablo que desvía por completo el mensaje y termina introduciéndolo en los vericuetos del trasero, el cual apenas coloca uno sobre una silla cuando escribe frente a una computadora, pero ¡no interviene en la escritura! Aunque, metafóricamente hablando, ¡pareciera que algunas personas escribieran con él!
Las excusas, aunque sigan siendo recurso de muchos para sacarle el cuerpo a su propia responsabilidad, no funcionan para superar las barreras en la comunicación escrita. No tenemos escapatoria: para escribir bien hay que aprender a escribir bien. ¡Las máquinas son apenas nuestro soporte técnico! Y a pesar de tanta parafernalia tecnológica de que hoy disponemos, todavía suena repetidamente la pregunta de hace 60 o más años: «¿Cómo se escribe la palabra…?». Quienes preguntan tienen, generalmente, un celular al alcance de las manos, o cuentan con un computador en la casa o en la oficina; a pesar de eso, no se les ocurre «entrar» en un diccionario, que les evitaría el sonrojo que produce la descalificación de quienes las escuchan, por no haber aprendido ni aprehendido un apéndice del lenguaje, que le enseñaron en la escuela primaria: ¡la ortografía!
Le dejo, respetable lector, unas «píldoras» que seguramente le aclararán dudas en su mundo comunicacional:
NO SE DICE: Probidoso.
SE DICE: Probo.
NO SE DICE: Prohibicionismo.
SE DICE: Prohibición.
NO SE DICE: Fleteo, que deviene del verbo fletear; significa transportar una carga de un lugar a otro. En Cuba, se dice de una prostituta que recorre las calles en busca de clientes.
SE DICE: Atraco, asalto, robo a mano armada.
NO SE ESCRIBE: Excento.
SE ESCRIBE: Exento.
NO SE ESCRIBE: En los noventas.
SE ESCRIBE: En los años 90.
NO SE ESCRIBE: Fotos hot.
SE ESCRIBE: Fotos «calientes», fotos atrevidas.
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¡Escribir y hablar bien, el reto de hoy!
*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.
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