Desde que gocé de uso de razón, sus andanzas – en la mayoría de las veces deplorables – marcaron mi niñez. Demasiadas imágenes se me vienen a la cabeza al evocar al personaje: un avión explotando en el aire, hipopótamos, jirafas y aves exóticas corriendo libres por el magdalena medio, Luís Carlos Galán y con él toda una ola de esperanza desplomándose en Soacha, una ‘catedral’ que nada tenía de iglesia, ejércitos de sicarios, persecuciones, detonaciones, equipos colombianos de fútbol haciendo historia, fiesta, tristeza y dolor…

Nunca se me va a olvidar la bomba del Centro 93 donde hoy tengo la oficina (que desde entonces es propiedad de mi mamá). A muy corta edad me pasee en uniforme de colegio entre escombros, esquirlas, sangre y desazón sin saber qué le había pasado a la persona que más quería en el mundo. Afortunadamente, como no lo fue para mucha gente que conocí, no estaba en el lugar al momento de la barbarie. Iba llegando en su carro. Salió ilesa. Mi conciencia no.

¿Cuál fue el combustible de todo? El clorhidrato de cocaína. Alcaloide extraído de la hoja de coca por medio de un complejo – y espeluznante – proceso químico del que ‘el patrón’ se convirtió en el experto por excelencia. La coca, planta sagrada sustento de civilizaciones milenarias, prodigio de la tierra americana, se tornó en ponzoña, en veneno. Entre las obras (y fragmentos de ellas) que se han escrito y filmado sobre el hombre, siempre me ha impactado este tráiler: Pablo Escobar: ¿Ángel o Demonio?:

Al final, aparece en el entierro del capo Marina Escobar, su hermana, diciéndole en forma desafiante a una periodista a la que nunca vemos, y que bien podría representar a toda la sociedad colombiana: “¿Usted cree que el tráfico de drogas se acaba y el narcoterrorismo se acaba con la muerte de Pablo Escobar?, ¡Sea honesta!, ¡Contésteme usted!”

Fuerte, real, directa. Décadas adelante podemos comprobar que la respuesta es, claramente, negativa.

Juan Daniel Correa

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Se preguntarán por qué estoy hablando de esto, si se supone que mi columna es sobre sostenibilidad. Precisamente por ello mismo: este cuento, tiempo después de la muerte de Escobar, no es sostenible. En su época, y cuando poseía según la revista Forbes una de las diez fortunas más grandes del mundo, en Colombia había aproximadamente 30,000 hectáreas sembradas con coca.

Hoy, mal contadas (nunca sabremos a ciencia cierta cuál de las cifras – la de Estados Unidos, la ONU o la del Gobierno de Colombia – es la correcta) hay 200,000. A lo que se suma los avances en las tecnologías de extracción, producción y comercialización, y la persistentemente creciente demanda de cocaína en el ámbito mundial.

Si somos sinceros, como nos pide Marina, de lejos en la actualidad Colombia es el principal productor de cocaína en el planeta; y quienes manejan el negocio (centenares, o más, de ‘Pablos’ mimetizados en la cotidianidad de nuestras ciudades) están generando la mayor cantidad de dinero por concepto del tráfico en la historia de la humanidad.

Personalmente no creo en la fumigación (con helicópteros, aviones o drones), ni en la erradicación manual (hace un tiempo pude constatar y documenté que, definitivamente, si de coca se trata: “hierba mala, nunca muere”), ni en la prohibición de dosis mínimas, ni en las incautaciones, ni en nada de ello, siempre y cuando el consumo de cocaína continúe y, así sea sólo por razones demográficas, crezca. Si algo tiene la cocaína como canta Eric Clapton, es que ella no miente, no miente, no miente.

Sé que hay bastante tela por cortar, y demasiado por discutir, pensar y debatir. Sin embargo, tomando en consideración que existen muchas más víctimas, y muchas son muchas, por causa de la violencia asociada al tráfico de la droga que por el consumo de ella; no creen que, por el futuro de este país (y de este mundo), ¿ya va siendo hora de pensar en legalizar la cocaína?

If you want to hang out, you’ve gotta take her out, cocaine
If you want to get down, get down on the ground, cocaine
She don’t lie, she don’t lie, she don’t lie, cocaine

Eric Clapton

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.