Irene Vallejo es la nueva sensación – literalmente – de la literatura española. Una filóloga nacida en Zaragoza (1979), de mirada y gestos dulces, de una inteligencia privilegiada y de una sabiduría inigualable, al momento de poner en palabras al alcance de todo el mundo el universo de las letras. Irene es una de esas rara avis, de esos seres que solo se encuentran cada siglo, un ser que nos recuerda que somos la única especie que explica el mundo con historias, que las desea, que las añora y que las usa para sanar. Que el lenguaje consciente es nuestro tesoro infinito.
El libro que hoy les traigo, es el último que ha sido publicado de su autoría. No es “El Infinito en un Junco” (Siruela, 2018), ganador de varios y prestigiosos premios, del que ya se han escrito millones de reseñas, que ya supera las 30 ediciones y que ha sido traducido a más de 30 idiomas. Y lo hago adrede, porque pienso que a una escritora extraordinaria hay que seguirle la huella y leer no solo sus éxitos editoriales sino todo lo que tiene que decirnos ex post.
El que hoy les traigo se llama “Manifiesto por la lectura” (Siruela, 2020). Como Irene ha dicho: “En febrero recibí un encargo de la Federación de Gremios de Editores (de España). Me pidieron un manifiesto que apoyase y diese envoltura literaria a la propuesta de un Pacto por el Libro, una pequeña hebra en el inmenso tapiz de personas que defienden el valor de la lectura. Acabé escribiendo el texto durante el confinamiento, de ahí las alusiones a la fragilidad y las ‘caligrafías del cuidado’.”
Es un libro que hasta ahora está llegando a Colombia. En un formato pequeño, de tapa dura, y de 60 páginas, es un homenaje a la literatura que se lee de un tirón y en el que se encuentran datos valiosísimos que hacen que nos ratifiquemos en la valía del leer y del escribir, del interpretar, del documentar, en la valía, pues, de las letras.
Manifiesto por la lectura es un libro precioso, de nueve capítulos, que empieza con la historia de Scherezade, aquella joven que en “Las mil noches y una noche”, a través de las grandes historias que narra, logra salvar su vida. Irene nos lleva por el “Cantar del mío Cid” en donde una niña ayuda a salvar a su pueblo con la belleza de sus palabras y continúa con la historia del “Lazarillo de Tormes” en donde es claro que semejante personaje no tiene ni oro ni plata para dar, pero lo que sí tiene son historias para vivir… y contar…. Por último nos deleita con una breve referencia a la pastora Marcela en el Quijote, en donde defiende su libertad por medio de una vibrante narración. El legado de esos primeros capítulos: un enganche total en donde recordaremos que los relatos nos ayudan a sobrevivir.
El libro no es solo una oda poética, en prosa, a las letras. Trae unos datos magníficos, cómo por ejemplo que el filósofo Richard Rorty piensa que leer nos cambió la mente de forma irreversible porque gracias a la lectura, hemos desarrollado una anomalía llamada “ojos interiores”: descubrir los personajes de la historia se parece a conocer gente nueva, comprendiendo su carácter y sus razones. Cuanto más diferentes son estos personajes de nosotros mismos, más nos amplían el horizonte y enriquecen nuestro universo.
Que, por ejemplo, el psicólogo Raymond Mar y su equipo de la Universidad de Toronto, probaron en 2006 que las personas que leen son más empáticas, y más simpáticas que las no lectoras, especialmente quienes frecuentan las obras literarias de forma periódica permanente: las historias despiertan emociones, nos implicamos en ellas como si nos sucedieran a nosotros. De hecho, las técnicas de neuroimagen han demostrado que se activan las zonas del cerebro que se activarían en una situación similar de la vida real.
Y que leer es una de las más valiosas herramientas de reconstrucción: la antropóloga Michelle Petit ha estudiado el valor de la lectura en tiempos de desafíos colectivos. Después del 11 de septiembre de 2001, se observó un aumento de la afluencia de público a las librerías de Nueva York. Pero, en general, ella encontró que leer es una valiosa herramienta de reconstrucción en diferentes regiones del planeta azotadas por la violencia, terribles crisis económicas, éxodos de poblaciones o catástrofes naturales. Los resultados de los experimentos de Petit descubrieron en los libros una posibilidad de entablar con el mundo una relación que no fuera únicamente de depredación, de dominio o de utilidad.
Nos relata Irene que Quintiliano, aquel romano, decía que los libros hacen los labios. Por ese motivo, quienes leen son capaces de exteriorizar con más claridad sus ideas, traducir en palabras sus emociones. Pero además nos revela algo maravilloso respecto a lo que los lectores/as y escritores/as tendemos a dudar profundamente: el leer y el escribir son actividades que, aunque las hagamos en soledad, no significa que sean actividades solitarias. Leer nunca sido una actividad solitaria, ni siquiera cuando lo practicamos en la intimidad de nuestro hogar. Leer es un acto colectivo que nos avecina a otras mentes y afirma sin cesar la posibilidad de una comprensión rebelde al obstáculo de los siglos y las fronteras.
Para Irene, leer y escribir constituyen el mejor gimnasio: los sicólogos recomiendan la lectura para la rehabilitación de los daños neurológicos y como método preventivo del Alzheimer y otras enfermedades degenerativas. Los libros ofrecen un gimnasio asequible y barato para la inteligencia en todas las edades.
Irene no puede dejar de recordarnos que, en todas las épocas de su invención, los libros han sido perseguidos, quemados y destruidos con saña reincidente por el pensamiento dogmático y totalitario. Pero también nos recuerda nuestro presente de olvido: hay entre nosotros el peligro, casi imperceptible, de la desidia. El olvido, la omisión el descuido, la indiferencia de una sociedad para con los libros y los eslabones de la cadena invisible que los salva.
Finaliza diciéndonos que en esta época acelerada, presos de la prisa en donde hemos arrinconado la educación de la paciencia, los libros emergen como aliados para recuperar el placer de la concentración, la intimidad y la calma. Por eso leer puede ser un acto de resistencia en una época invadida por la información nerviosa y desbocada.
Que no se nos olvide que, nunca como hoy, habían estado tan abiertas de par en par las puertas a la lectura. Si bien los libros nacieron como un privilegio de sacerdotes aristócratas y por cientos de años permanecieron guardados en palacios y en conventos, es relevante señalar que, a la alfabetización y al libre acceso de hoy, hemos llegado a través de grandes luchas sociales desde el impulso público al minucioso entusiasmo de las empresas que nutren la cultura.
Léanse este pequeño tesoro, saldrán con el alma enriquecida.
*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.
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