1.- «La propuesta levantó polvero». Expresión escuchada en un programa radial. En Cuba y Venezuela, el término polvero significa «gran cantidad de polvo», pero en Colombia las autoridades lingüísticas aún no dan cabida a tal palabra en el diccionario académico. En cambio, sí se emplea la palabra polvareda, que significa lo mismo: «gran cantidad de polvo que se levanta de la tierra, agitada por el viento o por otra causa cualquiera». Conclusión: la oración del ejemplo, en materia semántica, ¡no levanta polvo en Colombia!

2.- «…especialmente el famoso apartamentazo». Locución empleada popularmente para significar que en una determinada temporada del año no hubo asaltos a apartamentos en Bucaramanga. Como el término apartamentazo corresponde al lenguaje empleado por los hampones, es decir, a la jerga de los bajos fondos, no es recomendable emularlos en tal estilo oral. Ahora bien, si el término fuese castizo significaría un golpe asestado con un apartamento, lo cual es inverosímil, porque las terminaciones en azo, generalmente, denotan efectos de una acción contundente con algo o sobre algo (manotazo, pelotazo, tortazo, balonazo, etc.). Corrección: «…especialmente en famoso robo en apartamentos».

3.- «Retomamos nuevamente». Una veterana locutora, en Bogotá, usa esta expresión, que constituye una redundancia. Retomar es tomar de nuevo, o por segunda vez, algo que había quedado en suspenso o suspendido. Y el adverbio nuevamente significa otra vez. Caben, entonces, dos alternativas para evitar tal redundancia: «Retomamos el tema»; «Abordamos el tema nuevamente». Pero no los dos vocablos en forma simultánea.

4.- «Detallitos pequeños»: Expresión semejante a la anterior. También es una redundancia. Si detallitos es el diminutivo (pequeño) de detalles, sobra advertir que los detalles son pequeños. El diminutivo indica, con precisión, la idea de pequeñez. Aunque en algunos casos, ciertamente, el diminutivo se refiere a expresión de cariño, de aprecio, pero se usa más con referencia a personas: amorcito; corazoncito, cielito, etcétera. Ese no es el caso del ejemplo. Son detalles pequeños para tener en cuenta a la hora de hablar y escribir. O detallitos que tiene el idioma cervantino.

5.- «Cállesen, córrasen, sálgasen…». Mientras dedico un artículo especial a hablar de los pronombres proclíticos y pronombres enclíticos, anoto algo sobre los términos en cita: comúnmente se incurre en tales irregularidades lingüísticas al agregarse una ene (n) al final de algunos verbos. Es un error. Muy notorio, por cierto. Se evita si la persona que duda de cómo expresarse formula primero (puede ser mentalmente) una oración imperativa: «Quiero que se callen»; «Quiero que se corran»; «Quiero que se salgan». De ello podrá preguntarse, entonces: ¿Qué es lo que quiere? ¡Que se callen! Y lo dirá imperativamente: ¡Cállense!; también: ¡Córranse!; ¡Sálganse! Viéndolo más sencillamente, la ene que antes estaba de intrusa al final del verbo, pasa a asentarse precedida del pronombre personal se; ese pronombre toma ahí el nombre de enclítico.

6.- «Se sintió a 149 kilómetros de profundidad bajo la tierra». Esta sentencia se escuchó en una radiodifusora, en referencia a un temblor de tierra. ¿Nerviosismo de quien la pronunció? ¿Desconcentración? Probablemente, las dos situaciones. Lo cierto es que, si el temblor «se sintió» a 149 kilómetros de profundidad, ningún humano lo percibió. Seguramente fueron las rocas y la tierra del subsuelo las que lo «sintieron». Ahora, la expresión tiene una redundancia: «de profundidad bajo la tierra». Cuando se habla de profundidad se indica que algo está u ocurre debajo de una superficie. Aclaremos: quien tal locución pronunció quiso decir que había ocurrido un temblor de tierra, y que se originó a 149 kilómetros de profundidad. Naturalmente, se sintió sobre la superficie de la corteza terrestre por sus ondas emitidas. Afortunadamente, el fenómeno terráqueo tuvo tal profundidad; por eso no alcanzó a tumbar de la silla a quien lo anunciaba.

7.- «Diomedesmanía». El apasionamiento por la música de acordeón ha llevado a muchos de sus seguidores a crear vocablos no admitidos por la Real Academia Española. «Diomedesmanía» (en alusión a la manía de escuchar la música de Diomedes Díaz) es uno; pero no ha obtenido esa bendición, según consulta respondida por ese cuerpo académico. Más bien pareciera una manía de muchas personas, la costumbre de usar esa palabra al agregarla a un sustantivo a modo de sufijo. Por esa razón también dicen: «exitomanía», «descuentomanía», «fútbolmanía», entre otras semejantes. Seguramente en el mañana dirán: «chanchullomanía», «corruptomanía», «contratomanía» y otras barbaridades parecidas. Es preciso transcribir la definición que la RAE da para para el término manía: «1. Especie de locura, caracterizada por el delirio general, agitación y tendencia al furor. 2. Extravagancia, preocupación caprichosa por un tema o cosa determinada». Como se nota, esos vocablos son asunto de gente no muy cuerda.

¡Hablar y escribir bien: el reto de hoy!

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