Justo cuando estoy volviendo a algunos libros clásicos contemporáneos y tengo alborotado el síndrome anti-best seller, aparece ante mí un libro cuya seductora carátula con la ilustración de una biblioteca, una ventana a través de la cual se pueden ver los montes japoneses, un gato mono posando en ella y una breve hojeada a su contraportada, me inducen, sí, a darle una oportunidad.

Ese libro del que les estoy hablando, fue best seller del Times en Reino Unido y, por si fuera poco, elegido libro favorito de las librerías independientes en Estados Unidos. Ha sido traducido a múltiples idiomas y ha vendido más de 3,5 millones de ejemplares a la fecha. Su nombre: “El gato que amaba los libros” (Grijalbo Narrativa, 2022). Personalmente lo hubiera traducido como “El gato que salvaba libros”, pero entre el amor y la salvación no hay distancia.

El autor, Sosuke Natsukawa (Japón, 1978) es médico en la ciudad de Nagano y escritor. Su primer libro Kamisama No Karute (‘Registros médicos de Dios’) ganó el premio de ficción Shogakukan y recibió el segundo premio en los Japan Bookseller Awards. Vendió más de 1,5 millones de copias y se adaptó al cine en Japón.

No hay muchos más datos disponibles sobre el autor, pero su libro nos puede dar luces sobre su extremado amor hacia los libros. “El gato que amaba los libros”, tiene 6 capítulos: un prólogo, “Así comenzó todo”, 4 laberintos metafóricos (“El hombre que los tenía encerrados”, “El hombre que los recortaba” y “El hombre que solo pensaba en venderlos”) y un epílogo, “Así terminó todo”. Son 253 páginas con bellísimas ilustraciones al comienzo de cada laberinto. Los nombres de cada laberinto nos indican hacia donde nos dirigimos, excepto el último, el cuarto, que no tiene nombre y al que solo pueden acceder los más valientes.

Se trata de un libro lleno de fantasía, pero a la vez de una satírica crítica social. “En el mundo suceden muchas cosas absurdas, carentes de sentido. Y la mejor arma para sobrevivir en este mundo lleno de sufrimiento no es la razón y la fuerza física, sino el sentido del humor.”. En medio de la cotidianidad, se nos van pasando las cosas verdaderamente importantes, y en cada laberinto encontramos verdaderas críticas a la acumulación excesiva, al mercantilismo desbordado, al desánimo de los lectores, a ese mundo de apariencias en donde predominan las formas sobre el contenido: “El mundo está lleno de personas que viven en lugares con una entrada deslumbrante y luego el edificio en sí es penoso”, nos dice el autor.

Desde el siempre mágico Japón y en el mejor estilo de Dickens, llega una historia imperdible. Un adolescente hikikomori (término japonés usado para referirse a personas que han decidido apartarse de la vida social y vivir en condiciones de aislamiento), huérfano de padres, de nombre Rintaro Natsuki, vive con su abuelo, a quien ayuda en su librería de libros viejos y usados. Una librería en la que iremos entendiendo que el abuelo quería trasmitir al mayor número posible de personas la fascinación por los libros. “Estaba convencido de que, de este modo, lo que se ha torcido, volverá a enderezarse poco a poco”, nos dice.

Su abuelo muere y Rintaro hereda la librería, un espacio pequeño ubicado en un lugar de difícil acceso en la ciudad. La ruptura que supone la muerte de su abuelo hace que deje de ir al instituto en donde estudia, y que dedique sus días a atender la librería, único refugio que le queda, a sabiendas de que será algo temporal, pues una de sus tías asumirá su custodia y cuidado.

 

Lejos está Rintaro de imaginarse que la visita y presencia de tres personajes cambiará su vida para siempre. Ryota Akiba, el joven más popular del instituto, y un amante de los libros, en especial de las grandes obras maestras del pasado, Sayo Yuzuki, la delegada de su clase que pasa casi a diario por la librería para informarle de sus deberes y saber de su estado, y Tora, un gato atigrado con poderes mágicos, que además habla y que le pide acompañarlo en 4 misiones para salvar libros de dueños que les han quitado su dignidad. Cada uno de sus dueños tiene su propia verdad en relación con su actitud hacia los libros, pero, como dice el gato, es una verdad distorsionada y, para poder salvar los libros, el arte estará en encontrar algo falso en cada uno de los discursos.

El primer laberinto es un hombre que tiene encerrados a los libros y que se limita a engullirlos en número, más no en profundidad. Este personaje opina que “el mundo está lleno de seres humanos que dicen ser lectores. Pero las personas que se hallan en una posición como la mía deben leer más libros. Es más valioso quien ha leído diez mil que quien ha leído mil. Habiendo tantos libros, releer sería una pérdida de tiempo. ¿Lo entiendes? (…) lo que importa en esta sociedad es haber leído muchos libros”.

Y por supuesto, para quienes somos lectores voraces y omnívoros, volvernos a conectar con la realidad siempre es un desafío. Pero Rintaro nos seduce para volver a la realidad. “Si no haces más que leer libros con tanta avidez, tu visión del mundo será muy limitada. Por muchos conocimientos que reúnas, si no piensas con tu propia cabeza y no caminas con tus propios pies, todo lo adquirido será en vano. (…) Los libros no vivirán la vida por ti. El lector voraz que se olvida de caminar con sus propias piernas acaba siendo como una enciclopedia repleta de conocimientos obsoletos. A menos que alguien la abra será sólo una antigualla inútil (…) Leer es bueno, pero cuando termines de leer será el momento de moverte”. “Los eruditos que no hacen más que hojear libros acaban perdiendo la habilidad de pensar, cuando leen no piensan”, nos dice.

El segundo laberinto se desarrolla en el Instituto de Investigación sobre la Lectura, el instituto mas grande del mundo dedicado a realizar estudios en donde se recortan libros que, entonces, van dejando de ser libros, con el objeto de producir “Consejos para un método de lectura totalmente innovador”, un método de optimización de lectura con el objeto de que los humanos puedan leer más rápido, “eliminando tecnicismos, expresiones elegantemente escritas, todas las frases de significado profundo, etcétera. Se elimina el estilo original del texto, se emplean expresiones comunes y, en definitiva, se lleva a cabo una revisión exhaustiva para que todo resulte fácil y sencillo, de este modo un texto que pongamos por caso que exigiría diez minutos de lectura se lee en uno. (…) ¡lo que yo hago es infundirles una nueva vida! Las historias que no consigan ser leídas acabarán por desaparecer. Yo les otorgo valor y, para darles una vida larga, las reviso, las convierto en sinopsis, las someto a una lectura rápida (…) utilizo mis tijeras para proteger la vida de esos libros”.

Y ustedes me perdonarán, pero esas aplicaciones y videos de YouTube en que prometen “un libro en una hora” o sinopsis de los clásicos, justamente acuden a este cruel recorte. «Y por la misma razón que no podemos reducir una canción solo a unas cuantas notas, tampoco podemos limitar un libro solo a unas pocas palabras.»

Como el personaje recortador, se apela a la falta de tiempo con tanta actividad y quehaceres de la vida moderna. Y nada mas falso. Como nos dice el libro: “Leer un libro se parece a subir una montaña. (…) Leer no es tan solo disfrutar y emocionarse. En ocasiones hay que ir línea a línea, releer repetidas veces las mismas frases, y avanzar despacio y con esfuerzo para comprender lo escrito. Llega un momento en el que ese arduo trabajo de pronto nos abre las miras del mismo modo que, tras un larguísimo sendero, las vistas se abren al llegar a la cima (…) el paisaje que verás desde la cima será incomparable”.

El tercer laberinto, que se desarrolla en la Sekai Ichiban Dotshoten, la editorial más grande del mundo, es una estupenda crítica a la industria editorial actual que, en su afán por publicar best sellers, se desprende de valiosos libros, o no los vuelve a publicar haciendo que se vuelvan extremadamente difíciles de conseguir, simplemente porque ya no se editan. “Aquí no publicamos libros para transmitir nada sino los que la sociedad pide. No me importan los mensajes que deban comunicarse, las ideas que haya que llegar a las siguientes generaciones, las realidades crueles, o las verdades complejas. Eso no es lo que quiere la sociedad. Las editoriales no necesitan saber qué habría que transmitir al mundo. Lo que precisan saber es lo que la sociedad quiere que se le transmita (…) lo que establece el valor de los libros no es la profunda pasión que sientes por ellos, sino el número de ejemplares que se publican. Es decir, hoy en día, el factor determinante del valor es la moneda. Las personas con ideales que olvidan esta regla quedan excluidas de la sociedad. Triste pero cierto”.

Por supuesto, la solución de Rintaro al tercer laberinto y toda la trama del cuarto laberinto y el epílogo no habré de traerlos a colación porque no quiero dañarles a los lectores un sorprendente final.

La prosa es sencilla, fluida, de frases breves y brillantes, de reflexiones entre literarias y filosóficas que hacen que la mitad del libro salga subrayado y que el relato sea universal, ni oriental ni occidental, ni obra de culto. Que sea un relato de todos y para todos …. Y todas.

La novela rinde un sentido homenaje a clásicos como: El alma encantada o Jean-Christophe de Romaind Rolland; a Así hablaba Zaratustra de Nietzche; así como a la Alicia de Lewis Carroll o a Saint-Exupéry, con El Principito, Vuelo Nocturno, y Correo del Sur, estos últimos dos no tan conocidos; a Hemingway con Adiós a las armas, a las Crónicas de Narnia, y claro, con sorpresa también nos encontramos a Cien años de soledad de nuestro Gabo. Es una delicia cómo se van citando libros y autores a lo largo de todo el relato. La influencias de los RPG japoneses es evidente: los cuatro personajes entran en diferentes laberintos (o mazmorras) para derrotar, al final, a un jefe. La diferencia es que lo hacen, no en un videojuego ni con armas ni habilidades físicas virtuales, sino con estrategias de palabras que hacen magia.

Su lectura es deliciosa, si se dejan llevar por la fantasía, esa que tanto nos hace falta para entender la realidad.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.