Pobreza argumental y propositiva del comité nacional del paro, grupo con bajo margen de maniobra y menor poder de negociación, denota, con mayor fuerza que antes, que más que un pliego de peticiones lo que está en juego es un programa de gobierno de oposición que fueron incapaces de llevar y ganar en las urnas. Inestabilidad que demarca la agenda gubernamental se complejiza con el derrotero político que marcó el mezquino comienzo de la campaña electoral de 2022, peligroso entorno que conlleva a confrontar y cuestionar a flamantes políticos que tiraron la piedra y ahora esconden la mano, los mismos que desde su corte progresista y humano llamaron e incitaron a la protesta y ahora, que se les sale de control, convocan a la cordura y recriminan a quienes siguen en la calle luego de haber frenado la reforma tributaria, hundir la reforma a la salud y cobrar la cabeza de un ministro.
Polarización ideológica del país divide al núcleo social y dificulta el tender puentes que permitan la reconstrucción de la nación, sin rozar el peligroso límite de una estampida que conduzca a una guerra civil. Masa protestante segada por políticos, que en campaña son expertos en diagnosticar los problemas del país y conocen al dedillo los cambios que se deben hacer, no ve que cae en el juego de quienes ya demostraron, desde el poder local, lo incompetentes que son para ejercer gobierno. Pacto histórico por Colombia que convocan humanos, glaucos, comunes, social demócratas, y demás oportunistas que transitan de la derecha a la izquierda sin siquiera sonrojarse, está plagado de caudillos que prometen mucho en plaza pública, medios de comunicación y redes sociales, pero cuando son elegidos no hacen nada y de todo le echan la culpa al pasado; encantadores de serpientes que en campaña son cándidos personajes, pero en el ejercicio del poder luchan por sus intereses personales y el pueblo no importa.
Profundo problema de Colombia será seguir cayendo en el macabro plan de quienes se creen adalides de la democracia y las buenas costumbres, oscuros políticos que siembran cizaña en el exterior, incitan el llamado a una Asamblea Nacional Constituyente, y apuestan por llegar al poder, sin calcular que el daño que ahora hacen se revertirá en los recursos con que contarán para hacer gobierno. Grave error fue fijar todas las expectativas en el imperfecto acuerdo de la Habana, que dejó un Nobel para la egoteca de un expresidente, pero sucumbió al país en un enmarañado entorno social. Populismo en la lucha por el poder que sacó lo peor de la condición humana y ahora desangra a la nación con bloqueos, aglomeraciones, irresponsabilidad frente a la Covid–19, y un fanatismo por los extremos de izquierda y derecha.
Quienes hoy piden basarse en los pilares del acuerdo de paz y el plan de desarrollo sostenible para salir de la crisis, son los mismos que atomizan la protesta con reuniones clandestinas con los voceros del paro y en ejercicio del poder fueron incapaces de atajar la desigualdad social que ahora lleva el inconformismo a la protesta ciudadana. Engorroso es hablar de soluciones cuando, en el ejercicio de su mandato, se invirtieron los valores democráticos, se dio juego político a criminales sin pagar por sus delitos y se usó y aprovechó a la fuerza pública para lograr un objetivo electoral. Ventaja militar concedida a estructuras no desmovilizadas, vista gorda para corredores del narcotráfico en los límites fronterizos, impunidad frente a delitos de lesa humanidad e ignorar la voz del constituyente primario son la chispa de una bomba de tiempo a punto de detonar.
Soberbia para endilgar culpas y señalar de tiranía al ente gubernamental, por parte de la izquierda colombiana, exalta la urgente necesidad de bajar el filo de la lengua y concentrar esfuerzos en la reconstrucción del país. Terror que se vive en las noches es propio de un pueblo que atiende la instigación de un cuerpo legislativo que se dedicó a tuitear y no a trabajar por la nación, que es para lo que se eligen y lo que les corresponde hacer. Politiquería de campaña que distante está de las garantías constitucionales para la vida y el ejercicio del derecho fundamental de la protesta social que tanto proclaman, es lo que los caracteriza. Violencia y represión, en todas sus formas, llevada al exceso, el irrespeto, la injusticia, la falta de oportunidades, el centralismo, la corrupción, el narcotráfico, la desigualdad, el clasismo y arribismo, la deforestación, el maltrato, entre otros factores son la punta del Iceberg del paro actual y que para muchos representa una oportunidad para encauzar el malestar ciudadano hacia algo mejor.
Desgastada imagen de las corrientes políticas, anacrónicas prácticas de los gamonales del legislativo, y eterna maña de los legendarios líderes sindicalistas de autoproclamarse representantes del pueblo invitan a dar un giro de 180º en la concepción de Colombia y abrir espacios para escuchar a los jóvenes que se expresan pacíficamente, sin la infiltración de encapuchados, y lejos de una ideología sin sentido desde la que buscan despertar a un Gobierno desconectado. Meollo circunstancial es que, en amplia mayoría, las capas jóvenes de la población están distantes de esa generación que se levantó sola, trabajó y estudió sin haber cumplido la mayoría de edad para construir futuro; quienes están en la calle ahora son unos vagos mantenidos a los que todo les queda grande y hay que darles subsidios para todo, descendencia generacional que va camino a la perdición y no dimensionan lo que el estiércol socialista ya hizo en Venezuela, Bolivia, Argentina, Chile y Brasil por solo mencionar algunos ejemplos del vecindario.
Incumplimiento programático de solapados políticos, de todas las regiones y comunidades que se muestran como mansas palomas, fue lo que condujo a Colombia al descalabro más grande de la historia. Llegó el momento de reversar odios y resentimientos, dejar de proyectar imagen de parias ante el mundo, y construir nación desde el respeto por las diferencias; sacar del campo de concentración en el que se encuentran aquellos que fueron reclutados, sin salir de casa, por ideologías profesadas en redes sociales. El país no puede seguir hundiéndose mientras muchos claman por recobrar la tranquilidad y vivir dignamente.
Incubación del miedo que quieren infundir en el ambiente global no puede nublar la mano dura que se debe ejercer sobre los bloqueos que ya completan tres semanas y no tienen proyectado finalizar. Es imperativo que el gobierno se amarre los pantalones y reaccione ante el intento de secuestro masivo que sufren varias poblaciones colombianas y el comité nacional del paro pretende disfrazar de legítima protesta en las ciudades. Deprimente es ver al presidente en la soledad del poder y cómo se desmoronan las instituciones democráticas ante encapuchados que desde la piedra y la arenga quieren intimidar a quienes desde la legalidad aportan su grano de arena a la construcción de nación.
Es clara la estrategia electrocardiograma que se proponen llevar quienes promueven un paro, que no se satisface con nada, y apuesta por mantener la protesta y los bloqueos en la calle hasta los comicios de 2022. Solidaridad con el país es que quienes comandan el paro construyan una propuesta política, dejen la capucha y las acciones de hecho, y se sometan al sufragio del constituyente primario. El país se nutrirá de reivindicaciones en el momento que el ánimo pendenciero se constituya en propuesta argumental para salir de la pobreza y cambiar la realidad de un país que está entrando en una sin salida en el que la delincuencia obliga a quienes tienen recursos a irse de Colombia y buscar un mejor futuro en otra nación.
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