El 7 de agosto de 2018 el país encumbró el punto máximo de su polarización, visión divergente de la construcción de país, giro de 180 º que imponía unas tareas claras y concretas frente a la dirección estratégica de los asuntos coyunturales de la nación. Actuar táctico que con el pasar del tiempo permite denotar qué se ha hecho bien y qué necesita ser repensado, reestructuración del mapa operativo y metodológico de cara al futuro; transformación y adaptación del colectivo a una nueva cotidianidad que se hace aún más compleja ante el tufillo de inexperiencia, ausencia de tacto y falta de casta rectora que pasan factura de contado, al equipo regente colombiano, en momentos complejos para la patria.

Reto nada fácil que se atiza en el desencuadernado diario vivir de Colombia que sigue circundando asociado a la divergente percepción del imperfecto acuerdo de paz, los elevados índices de corrupción, la extendida crisis social, la economía en recesión, el incremento del desempleo, entre muchas otras variables que ahora se acrecientan con el panorama que deja la pandemia. Espinoso tramo plagado de intrigas, falsas acusaciones e improperios que atomizan el horizonte social de un pueblo que clama unificar esfuerzos, consolidar mayorías, para sacar avante los proyectos que la nación requiere; astucia del jugador de póker, inteligencia de ajedrecista y sagacidad directiva son más que necesarias para implementar las reformas que se avecinan en cada uno se los sectores del entramado colombiano.

La nación está ávida de un líder, sujeto que, con pundonor, rodeado de un equipo de trabajo competente e idóneo, atienda la iliquidez nacional para hacer frente al gasto público, las necesidades de inversión y de luces al contorno micro y macro económico del país. Biósfera infestada de desequilibrios, injusticia e impunidad que debe sanear su ambiente interno antes de tender puentes y dar solidez a las relaciones internacionales, gestión que dimensione, de relevancia e importancia al ciudadano y su contexto de realidad; impacto económico, y de desarrollo personal, hoy llama a no desatender aquello que era prioritario antes de la COVID-19 y que por el entorno circunstancial pasó a un tercer o quinto plano.

El hambre, la inestabilidad del sistema de salud, la inseguridad, el recrudecimiento de la violencia, el resurgimiento de los cultivos ilícitos, la migración indiscriminada, el exterminio de referentes sociales, entre otros fenómenos piden mitigar la descomposición que se escuda en las angustias y los apuros del colectivo. Testarudas acciones, errores de relevancia mediática, de los referentes nacionales, demuestran que quienes son la cabeza de la nación están distantes de la atmósfera material de la población colombiana. Antes que lamentos, la realidad pide a los ciudadanos resistencia y fortaleza con el escenario y buscar soluciones antes que sucumbir en las inconmensurables agresiones que inundan las plataformas digitales y los círculos sociales.

No hay peor ciego que el que no quiere ver, aquel que se dice mentiras y se las cree, ese que habla de estupendos réditos, pero la realidad demuestra que los resultados son contrarios a los datos y estadísticas que se exhiben. Previo a palabrerías se requieren acciones puntuales y prácticas que reactiven la economía colombiana, generar confianza en el país para traer capitales que inyecten músculo a la industria y los emprendimientos para reactivar el empleo, bastante golpeado como lo mostraron las cifras del DANE en los últimos estudios. Impulso democrático y social que debe estar construido desde la transformación digital, revolución TIC bastante atrasada y con graves problemas de cobertura como se ha podido observar a lo largo de la cuarentena.

La famosa economía naranja, propuesta en 2018, parece maduro viche y se agrió ante las particularidades de la epidemia que tiró al traste las manifestaciones culturales de la nación. Apuesta de transformación que en sus primeras de cambio están llamadas a replantear su concepción y adecuarse a la nueva realidad del colectivo colombiano, dinámicas de acción que, apartados de la cizaña, invita a reconocer los errores y tener la madurez de aceptar que no todo genera aplausos, momento crítico y lamentable, para los artistas, que mete el dedo en la llaga de temas controversiales y pide una nueva visión que explore posibilidades y oportunidades de cara al futuro.

Grave problema en el vademécum social está la crisis educativa colombiana, entorno de deserción y cuestionable atención a los requerimientos del mercado productivo, deuda con muchos antecedentes que marca la desigualdad hoy bastante acentuada en Latinoamérica con los efectos colaterales de la COVID-19. Cualificación de la mano de obra que no debe estar concentrada en unos pocos, sino que debe ser pensada para una cobertura universal, aprendizaje centrado en competencias que con esfuerzo y lucidez propicien proyectos premeditados para fortalecer a los microempresarios y el campo, cultura de legalidad y la equidad que apoya a la población más vulnerable y genera liquidez para las familias y empresas más afectadas en esta crisis; mercado laboral que exige priorización inmediata y no admite un cese de crecimiento continuo.

El apoyo solidario es una medida de urgencia que atiende el menester actual, pero no se puede prolongar en el tiempo, protección paternal que mal acostumbra y vuelve perezoso a un núcleo poblacional que tiene la capacidad de salir a buscar su sustento. El emprendimiento, la transformación digital, las industrias creativas, los proyectos de transformación energética, la reactivación del sector de la construcción, la infraestructura, la agricultura y demás planes de reactivación económica y social deben estar acompañados de estrategias de financiación, pública y privada, que den competitividad y garanticen dividendos en el corto plazo para ampliar la presencia estatal en programas de beneficio para los ciudadanos y las poblaciones más apartadas de la geografía nacional.

Es momento de cerrar brechas, entregar resultados, pensar en el bienestar de los colombianos y sacar al país de las arduas circunstancias que atraviesa; las decisiones difíciles que se deben tomar en este momento dejan como enseñanza que de la división no queda absolutamente nada. El punto de quiebre que trajo la pandemia rompe la rutina y las tradicionales dicotomías ideológicas de la población colombiana, es momento de la unidad, trabajo mancomunado para salir adelante desde la reestructuración de planes que enfocan los esfuerzos en la reactivación económica y social de la nación.

El freno en seco de la economía, la caída de indicadores clave de la política social, el incremento de hitos preocupantes en la violencia, y demás detalles del acontecer social cuestionan el estado de aquel árbol que se propuso en un plan a 4 años, semilla de libertad y orden alterada desde marzo con el confinamiento; raíces con plagas de seguridad y justicia, austeridad y honestidad en la administración, independencia institucional, eficiencia en el sector educación, salud, familia y cultura; tronco maltrecho ante la dinámica económica del mercado social; ramas achiladas en su innovación social, campo con progreso, cultura del emprendimiento, ciencia y tecnología, economía naranja y deporte e infraestructura; follaje con hongos sobre la sostenibilidad ambiental; y frutos amargos en los empleos dignos y estables con ingresos justos, equidad y felicidad.

Dos años son más que suficientes para dejar atrás las contradicciones, y revisar la visión que se tiene de país desde la administración central, este es el punto justo para recomponer el camino, desde la transparencia y participación, independiente de creencias o posiciones personales, enfrentar el reto que deja la pandemia y reactivar el desarrollo de la nación. Desde la oposición constructiva, o el apoyo irrestricto a una agenda gerencial, se debe enmarcar la senda de sostenibilidad micro y macro económica que se comprometa con el futuro de los colombianos, camino de modernidad cimentado en la equidad y legalidad que tanta falta hace en esta hoja de ruta social colombiana para los próximos 2 años.

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