El pasado 16 de agosto un incendio de medianas proporciones se registró en territorio que comprende el Parque Arqueológico de Sacsayhuamán en Cusco, en el sector ubicado entre Qenqo y la explanada de Sacsayhuamán.

Se trata de una noticia que no ha tenido mucho eco, tristemente. Pero saber que hace unos días estuve allí, en Sacsayhuamán y Qenqo, no me permite dejar de dolerme del peligro que significan los incendios forestales para estas construcciones que son patrimonio de la humanidad. También estuve en Machu Picchu y también había un incendio en medio de la selva, incendio provocado por humanos que siguen utilizando estas técnicas de quema de la tierra, tan peligrosas hoy en día, para preparar el terreno para la siembra. Y ninguna autoridad peruana parece hacer nada al respecto.

La grandeza del Imperio Inca era lejana para mí. Mucho mas cercana estaba la grandeza de los mayas y aztecas en México y Centroamérica. Claro, se trata de una monumentalidad mucho más turística, pues miles de veces hemos oído hablar de Teotihuacán, de Chichen Itzá, de Tenochtitlán, de los calendarios maya y azteca, de los juegos de pelota, de Cancún, de la provincia de Yucatán y de Ciudad de México.

Pero es increíble que no nos demos cuenta de lo que tenemos literalmente “ahí abajo”… Hace unos 3 años yo ya había leído las crónicas del Inca Garcilaso de la Vega sobre la grandeza inca, pero me sorprendió encontrar unas ciudades tan bellas, tan bien conservadas, a salvo de la destrucción irrespetuosa del catolicismo español.

Fue un fascinante viaje por El Cusco y varias ciudades a su alrededor en lo que se ha denominado para los turistas el Valle Sagrado Inca. Qenqo (laberinto) fue un centro ceremonial construido a comienzos del siglo XVI, durante el gobierno de Huayna Cápac, y se trata de un lugar con galerías subterráneas y un anfiteatro de forma semicircular en el que se celebraban ceremonias en honor a las principales deidades incas, el sol (Inti), la luna (Quilla), las estrellas (Chaska). Los laberintos y los escondites: la “gamificación” de mis sueños mas divertidos.

Sacsayhuamán (lugar donde se sacia el halcón) o ‘Sexy woman (nombre popularizado entre los turistas norteamericanos para acordarse del nombre, tal como nos confirma uno de nuestros guías) y Qenqo son de esas estructuras incas monumentales, construidas con monolitos gigantes, piedra local), preservadas gracias a la ausencia de españoles y europeos que hubieran podido destruirla del todo para construir una catedral. Se calcula que en la construcción de Sacsayhuamán participaron aproximadamente 20,000 hombres durante 70 años. El trabajo de ingeniería es extraordinario pues los gigantescos monolitos fueron tallados de tal forma que encajan con absoluta precisión unos con otros, sin adobe o argamasa alguna.

Las construcciones incas, no solo las religiosas sino también las militares y las agrícolas, siempre fueron pensadas como construcciones eternas: los incas realmente creían firmemente que su pueblo era el escogido del cielo para gobernar el mundo entero. Construyeron Sacsayhuamán a mediados del siglo XVI para honrar a sus dioses estelares – los mismos de Qenqo– incluido el Rayo (Illapa) y dejar un testimonio imborrable de su paso sobre esta tierra. Fue Pachacutec Inca Yupanqui, el noveno gobernante de los Incas, quien ordenó iniciar la construcción de este imponente santuario-fortaleza para celebrar las victorias en las guerras de conquista de su imperio.

Se trata de un conjunto de recintos, torreones y baluartes; se cree que Sacsayhuamán era la cabeza de la ciudad que construyeron los Incas con forma de Puma.  La muralla principal está constituida por 3 muros sucesivos forma de espina de pescado (zigzag), el segundo y el tercero superpuestos al primero. Las plataformas miden alrededor de 360 metros de largo y se comunican mediante escaleras y puertas trapezoidales. Hay un supuesto trono del Inca y unos rodaderos en piedra, cuyo carácter lúdico es inevitable… y no puede uno aguantarse las ganas de rodar por allí…

Pachacutec murió y fue su hijo Túpac Yupanqui, el décimo emperador, quien terminó este gigantesco templo que después, en 1535, cuando los conquistadores capturaron Cusco, sirvió de trinchera a los incas para resistir por un breve espacio de tiempo, la hecatombe española. Los españoles lo describen en sus crónicas, no como un templo, sino como una fortaleza.

Sacsayhuamán es el escenario en que, hoy en día, se celebra la festividad ancestral más importante del Perú, el Inti Raymi, en que se le rinde homenaje al dios Sol, recreando las tradicionales actividades y bailes atávicos, cada 24 de junio.

Imperdibles son también Pisaq y Ollantaytambo. El primero está a 33 km de El Cusco y fue el complejo agrícola, campo y despensa mas importante de los incas. Por fortuna también, preservado a salvo de los españoles. Se trata de un monumental conjunto de terrazas que creaban microclimas en lo alto de la montaña, permitiendo el cultivo de diferentes productos. Como los agricultores debían vivir cerca a su trabajo, el conjunto posee barrios y casas, andenes, acueductos, caminos, escalinatas y puertas, cauces hídricos canalizados, cementerios, puentes, túneles, etc. Y un cementerio impresionante “Tankanamarcka”, justo al frente en otra de las montañas (Linliy), separado por el río Quitamayu, que debe haber contenido al menos diez mil tumbas de las que hoy en día sólo se ven agujeros en la montaña. Los incas momificaban a sus muertos pues creían en la reencarnación y los huecos indican tumbas profanadas para saquear sus tesoros.

La conexión con la naturaleza es evidente: el centro de la estructura está el “Intihuatana”, un altar tallado en piedra, orientado exactamente a la salida del sol, en el solsticio de junio. En Machu Picchu se ve una roca parecida; el altar estaba dedicado a observar los movimientos solares y para celebrar ceremonias religiosas al Dios sol y sacrificios de animales. Al occidente del altar está una piedra tallada que representaba las 3 fases andinas del mundo religioso: el cielo, la tierra y el subsuelo. Sabiduría infinita, por supuesto. Simbología que no debiéramos olvidar nunca porque eso es lo que somos.

El último, Ollantaytambo es uno de los pueblos más importantes del Valle Sagrado de los Incas, el único que continúa habitado (es conocido por ser la “Ciudad Inca Viviente”) y el único que conserva su antiguo diseño urbanístico inca, combinación de templos, terrazas, casas y plazas coloniales. Parece que fue también el Inca Pachacutec (1438-1471) quien ordenó su construcción. Una vez invadido El Cusco por parte de los españoles, fue Ollantaytambo el lugar donde se dirigieron los incas y por eso, igualmente, se preserva: porque los dañinos conquistadores españoles, con su cultura monopolizante de entonces no alcanzaron a llegar a él y destruirlo.

Cada ciudad inca a la que llegábamos nos imponía un reto: el de subirla hasta su cima. Eran los Incas conocedores de que solo en “el cielo” se podía encontrar la conexión con la energía sagrada del Universo. La energía de estos sitios proviene únicamente de la belleza de sus paisajes y la altura y lo inconmensurable de sus montañas y horizontes. Es la conexión con la Naturaleza, así en mayúscula, la que nos hace reencontrar con nuestro verdadero ser.  La que nos recarga, La que nos recuerda que no todo es trabajo, estrés, redes sociales, rutina. La que nos recuerda que el conocimiento y grandeza ancestrales pueden ayudarnos a reinventarnos y reinventar nuestro entorno.

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