Cuando el mundo observa impotente la forma en que los talibanes se consolidan en Kabul y regresan al poder que detentaron hasta cuando Afganistán fue objeto de la guerra que le declaró Estados Unidos al terrorismo después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, en Colombia surge una comparación que puede servir de oportunidad para entender lo que ocurre en la nación asiática.

El paralelo lo hace la directora de Semana, Vicky Dávila, para quien, en Colombia, “tenemos nuestros propios ‘Talibanes’ que quieren tomarse el país en 2022”. Pero, además, la periodista agrega una advertencia en su sencillo trino en Twitter (“ojo pues!”) que evoca lo que dijo el expresidente Álvaro Uribe el año pasado, y que provocó muchas interpretaciones: “Ojo con el 22”.

La afirmación de Dávila es consecuente con la visión que tiene del país, y a partir de ella se pueden hacer algunas precisiones que vale la pena tener en cuenta. Lo primero que hay que decir es que la denominación de talibanes significa literalmente los ‘estudiantes’ y son una organización político-paramilitar con una poderosa base religiosa (son fundamentalistas del islam suní).

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Se debe subrayar que Dávila escribe la palabra “Talibanes” entre comillas para dar a entender que apela a su sentido lato, o sea que no es exactamente el que le corresponde. Pero también hay que tener en cuenta que el origen del conflicto en Colombia y de su degradación en terrorismo no obedece a factores religiosos, sino políticos y de tenencia de la tierra, y, en los últimos años, a la poderosa influencia del narcotráfico.

La condición de fundamentalismo religioso de los talibanes la explicó Marcos Peckel, director de la comunidad judía en Colombia, profesor y experto en temas internacionales, en Caracol Radio: “Los talibanes tienen clarísima su ideología; sobre eso no hace compromisos. Van a establecer el Estado tal cual lo tenían cuando gobernaron entre 1996 y 2001, con la versión más radical de la ley islámica, donde las mujeres van a tener todo tipo de restricciones para vivir”.

La finalidad de los talibanes con la toma del poder es establecer el emirato islámico de Afganistán, agregó Peckel en la emisora. “Ellos quieren crear lo mismo que tuvieron en el año 96: un Estado regido por la ley islámica, por la sharía [cuerpo de derecho islámico] en su versión más radical: en esa época, las niñas solo podían estudiar hasta los 10 años, las mujeres infieles eran lapidadas en público, las personas que cometían crímenes también eran castigadas en público en el estadio de Kabul con amputación de sus manos, decapitadas. Eso es lo que ellos quieren”.

Este es el trino de Vicky Dávila, que deja en el aire una pregunta: ¿a quiénes se refiere como los ‘talibanes’ de Colombia?

¿Quiénes son los dirigentes talibanes en Afganistán?

Una mirada a los perfiles de los dirigentes talibanes también reafirma la condición religiosa de ese movimiento, esboza su funcionamiento interno y revela el liderazgo del movimiento.

Mulá Haibatullah Akhundzada, el líder supremo

El mulá (intérprete de la religión y la ley islámicas) Haibatullah Akhundzada fue nombrado jefe de los talibanes en mayo de 2016 durante una rápida transición de poder, días después de la muerte de su predecesor, Mansur, liquidado por un ataque de un dron estadounidense en Pakistán.

Antes de su designación, se conocía poco de Akhundzada, hasta entonces más centrado en cuestiones judiciales y religiosas que en el arte militar. Aunque este erudito gozó de gran influencia en el seno de la insurgencia, de la que lideró el sistema judicial, algunos analistas creían que su papel al frente del movimiento sería más simbólico que operativo.

Hijo de un teólogo, originario de Kandahar, el corazón del país pastún en el sur de Afganistán y cuna de los talibanes, Akhundzada obtuvo rápidamente una promesa de lealtad de Ayman al-Zawahiri, el líder de Al Qaida.

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El mulá Baradar, cofundador

Abdul Ghani Baradar, nacido en la provincia de Uruzgan (sur) y educado en Kandahar, es el cofundador de los talibanes junto con el mulá Omar, fallecido en 2013, pero cuya muerte fue ocultada durante dos años. Como muchos afganos, la vida de Baradar se moldeó con la invasión soviética en 1979, que lo convirtió en muyahidín, un combatiente islámico fundamentalista, y se cree que luchó junto con el mulá Omar.

Era el jefe militar de los talibanes cuando fue arrestado en 2010 en Karachi, en Pakistán. Fue liberado en 2018 especialmente por la presión de Washington. Escuchado y respetado por las distintas facciones talibanes, fue nombrado jefe de su oficina política, ubicada en Catar.

Sirajuddin Haqqani, el jefe de la red Haqqani

Hijo de un célebre comandante de la yihad antisoviética, Jalaluddin Haqqani, Sirajuddin es a la vez el número dos de los talibanes y el jefe de la red Haqqani, fundada por su padre, clasificada como terrorista por Washington, que siempre la consideró como la facción combatiente más peligrosa ante las tropas estadounidenses y de la OTAN en los últimos dos decenios en Afganistán.

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También está acusado de haber asesinado a algunos altos responsables afganos y de haber retenido como rehenes a occidentales para obtener un rescate o mantenerlos como prisioneros como el militar estadounidense Bowe Bergdahl, liberado en 2014 a cambio de cinco detenidos afganos de la cárcel de Guantánamo.

El mulá Yaqub, el heredero

Hijo del mulá Omar, Yaqub es el jefe de la poderosa comisión militar de los talibanes, que decide las orientaciones estratégicas en la guerra contra el Ejecutivo afgano.

Su ascendencia y sus vínculos con su padre, a quien adora como jefe de los talibanes, lo convirtieron en una figura unificadora dentro de un amplio y diverso movimiento.

Las especulaciones sobre su papel exacto en la insurgencia son persistentes. Algunos analistas creen que su nombramiento al frente de esta comisión en 2020 fue sólo simbólico.