Por: Bienestar Colsanitas

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Este artículo fue curado por Luis Bello   Sep 11, 2023 - 5:38 pm
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Supongamos que siente hambre. Han pasado un par de horas desde el desayuno y todavía falta tiempo para el almuerzo. Va a la cocina y decide comer algo saludable; una fruta, por ejemplo. Toma con sus manos una mandarina, le quita la cáscara y se la come, cuidando de dejar a un lado las semillas. Cuando termina, tira todo dentro de la bolsa negra y se olvida del asunto. El proceso se repite con todos los restos que deseche a lo largo del día. Al final de la semana, la bolsa negra contiene entre siete y ocho kilos de residuos, el estimado para una sola persona.

El día asignado, el camión de la basura en Bogotá recoge su bolsa negra y se va con ella hasta el relleno sanitario, donde se encuentra con las 6.500 toneladas de desechos que se transportan y entierran diariamente en Bogotá. Y allí, con el pasar de los días, eso que llamamos basura se convierte en metano —un gas de efecto invernadero mucho más potente que el dióxido de carbono— y suelta unos líquidos altamente contaminantes que llegan al subsuelo y se encuentran con fuentes de agua subterránea.

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Los botaderos y rellenos sanitarios son una fuente de contaminación atmosférica y subterránea, además de ser responsables de la transmisión de enfermedades respiratorias a las personas que viven cerca. Un sinsentido, dado que más del 60 % de los residuos que terminan en el botadero pueden ser aprovechados como abono altamente eficaz en la producción de nuevos alimentos.

Los residuos orgánicos son desechos de origen animal o vegetal que tienen la capacidad de degradarse rápidamente hasta convertirse en materia orgánica. El compostaje es el proceso de transformación de los residuos orgánicos en abono natural, de forma acelerada y controlada.

Pero las ciudades “no están diseñadas para que una persona pueda transformar en casa sus residuos orgánicos”, dice Jessica Rivas, directora ejecutiva de Más Compost, Menos Basura. Ella lo sabe bien, porque hace cinco años consiguió que 80 familias en Bogotá intentaran hacer esa transformación. Sin embargo, después de unos meses muchas familias desistieron: necesitaban más tiempo y espacio, algo que escasea en las ciudades.

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Sin embargo, la semilla ya estaba sembrada: había logrado que 80 familias separaran sus residuos en sus casas y conocieran lo que podía hacerse con desechos orgánicos y algo de gestión.

Jessica pensó en una idea para evitar que desistieran: recogería semanalmente los desechos orgánicos separados, los transformaría en abono orgánico y lo devolvería a las familias para que vieran materializado su esfuerzo, se reconectaran con la naturaleza y entendieran el cambio que podrían generar en el medioambiente.

Con su pareja, Gabriel Torres, crearon Más Compost, Menos Basura en 2019, una empresa que busca reconectar al campo con la ciudad a través del compostaje de residuos orgánicos en Bogotá para transformarlos en abono.

Como ocurre de lunes a viernes, la bodega en el barrio Los Cerezos, localidad de Engativá, se pone en movimiento mucho antes de que lo haga el sol. Los baldes blancos que el día anterior estaban rebosantes de cáscaras, semillas y otros residuos orgánicos están lavados y dispuestos para seguir cumpliendo su tarea.

De lunes a viernes, diez furgonetas salen de allí con los baldes, y cada una visita alrededor de 60 hogares en Bogotá, Chía, La Calera, Cota y Cajicá. Su misión: recoger los residuos que más de 2.700 familias han separado a lo largo de la semana. Los operarios llaman al timbre. “Llegaron los de Más Compost”, dice el portero. El balde rebosante que lleva una semana en la casa se cambia por uno limpio.

“El recipiente siempre les va a llegar de esta forma —le explica Jessica a las familias recién llegadas al programa—, tiene una base de aserrín en el fondo y una bolsita de aserrín adicional. La idea es que puedan poner los residuos que generen directamente en el balde: las cáscaras, semillas, restos de fruta, raíces, borra o residuos del café, servilletas y bolsas de papel, huesos y cuero de pollo, restos de la carne, arrocito o cualquier alimento que se pasó de salado o se quemó. Cuando pongan el último residuo del día, toman una manotada de aserrín y lo esparcen para que absorba toda la humedad. Eso hará que no les genere mal olor. Pasamos una vez a la semana, nos llevamos el recipiente lleno y les dejamos uno limpio”. El discurso se repite en cada una de las 10 a 20 visitas que realiza los viernes para darle la bienvenida a los nuevos integrantes del programa.

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Rosmary Morales, ingeniera ambiental de 32 años, es una de ellas. “Hace un tiempo hice una compostera casera. Fracasé y sentí que necesitaba ayuda de alguien que sí supiera y que el proceso no me demandara tanto tiempo”, cuenta. Buscando en internet encontró a Más Compost, Menos Basura y sin pensarlo dos veces, se inscribió. “No puedo cambiar el mundo, pero sí puedo cambiar mi mundo”, dice mientras sostiene su balde y su bolsa de aserrín.

Los baldes con residuos vuelven a la bodega para ser llevados a Mosquera, a la Planta de Compostaje Terranova, donde Más Compost terceriza la transformación de los residuos. Huele a frutas, estiércol y tierra fresca. Sobre un gran lote hay decenas de pilas de residuos que van mostrando el estado en que se encuentran en el proceso de convertirse en abono natural.

El camión, lleno de las seis a diez toneladas que diariamente recoge Más Compost, tira los residuos sobre una pileta. Allí se deshidratan y sueltan sus jugos. Un par de días más tarde, con un cargador, son trasladados a la pileta del lado, donde se mezclan con celulosa, ceniza y cal para acelerar el proceso.

Una vez terminan la primera fase de secado en las piletas, ya con un tono más terroso, los residuos se pasan a la primera de las pilas, donde reposan por unos días más. Allí, por el proceso de descomposición, alcanzan temperaturas de hasta 70 grados centígrados. Gozan de las condiciones necesarias para transformarse de olorosos residuos a materia orgánica aprovechable. Los gallinazos sobrevuelan las pilas y aprovechan la carne en descomposición. Esa es su naturaleza. Son aliados del proceso.

 

Esto no es basura - Luisa Fernanda Gómez
Esto no es basura - Luisa Fernanda Gómez

*De cada kilo de residuos salen entre 400 y 500 gramos de abono.

A medida que van madurando los desechos, son trasladados de una pila a otra; cambian su olor, color, temperatura y tamaño. Huelen más a tierra, se tornan más oscuros, bajan la temperatura y se reducen. De cada kilo de residuos salen entre 400 y 500 gramos de abono.

Pasados 90 días, ya transformados en abono, se ciernen y empacan. Según explica Catalina Muñoz, ingeniera ambiental encargada de la gestión ambiental de Terranova, cada día salen 700 bultos de abono de 50 kilos para ser comercializados. Algunos de ellos son utilizados por los campesinos de la zona que cultivan cilantro, cebolla y lechuga, y que se alcanzan a ver de camino a la planta.

En medio de una pequeña plaza de mercado, adaptada para funcionar únicamente los sábados, Jessica y Gabriel recuerdan que cuando arrancaron, su sueño era devolver a las familias inscritas alimentos cultivados con el abono orgánico resultante de los residuos que recogían. No fue tan fácil como solo imaginarlo.

Comenzaron entregando entonces un kilo de abono cada tres meses a cada familia inscrita en el programa. Pero rápidamente se encontraron con que más de la mitad de las familias no necesitaban tanto abono en sus casas. Ni siquiera Ana Esperanza Barrera, que dice tener una gran terraza llena de plantas en su casa. No era funcional.

Por eso cuando vio que por ser parte de Más Compost podía ofrecer en trueque su kilo de abono por un kilo de alimentos, se interesó: “Quería conocer a la gente que sí utiliza y le saca provecho al abono para producir más alimentos”, señala.

Esto no es basura - Luisa Fernanda Gómez
Esto no es basura - Luisa Fernanda Gómez

En una de sus visitas semanales para el cambio del balde, Ana Esperanza recibió una postal que le informaba cuándo y dónde podría intercambiar su kilo de alimentos. Fue al Mercado Campesino de la Plaza de los Artesanos el día en que le indicaron y aprovechó para abastecerse. “Nunca había venido a un mercado campesino y me parece bien importante hacerlo para apoyarlos, para ayudar a que sigan cultivando”, dice.

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Cuatro años tardó el sueño de Jessica y Gabriel en convertirse en realidad. “Para nosotros así es más evidente, porque estamos viendo todo el ciclo: la recolección, la transformación y en qué termina. Es muy palpable el beneficio”, señala, mientras sostiene entre sus manos un kilo de arándanos.

Sobre el mediodía, los puestos de los comerciantes de la Plaza de los Artesanos se van quedando vacíos. En cuestión de unas horas todas las frutas, hortalizas y demás orgánicos se han ido a nuevos hogares para ser consumidos. Algunos de ellos, quizá, serán transformados nuevamente en abono y seguirán haciendo parte del ciclo de la naturaleza.

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