Entre el maremágnum que vivimos en las ciudades —o en los municipios turísticos— siempre es grato escuchar las expresiones orales de la cotidianidad. De esas voces y términos se encargan 2 posturas de estudio. La paremiología y la etnografía del habla.

La primera, entendida como el estudio de los refranes, proverbios o adagios. Estas 3 nominaciones, similares en la pronunciación ordinaria, se distinguen en su uso, de acuerdo con las clases sociales que las emplean. Se dice, con cierta gracia, que mencionar el término de adagio o proverbio se refiere al vocablo de mejor familia. Ejemplos de esta forma verbal hay por montones. Como los siguientes: “A la tierra que fueres haz lo que vieres”. “A buen entendedor pocas palabras bastan”. Ambos, de mucha profundidad en su interpretación. 

Mientras tanto, esa variante llamada la etnografía del habla se ocupa del interés que muchos tenemos, desde nuestras disciplinas o profesiones, por el modo cotidiano de expresarse. De allí se desprende también que tomemos ese corpus lingüístico como referencia para identificar a sus portadores. 

Lo cierto es que, al expresar interés en conocer los vericuetos del lenguaje, lo entendemos como lo “dicho cotidianamente”. Por eso, sería mejor, entonces, utilizar el término “dicho”. Y por eso, podemos afirmar que, en esa vía, vamos “del dicho al hecho”.

Escuchar, anotar para registrar, recordar e interpretar los dichos, es una de las mejores pasiones. Interpretamos el alma popular y gozamos con la audición y transformación de las frases que nos han heredado. Con esa táctica metodológica, el contexto sociocultural donde se escuchan se comprende mejor. Dos ejemplos más no pueden sobrar, si recordamos los siguientes, descifrados en la indagación popular:

“Está más grave que Marina Marulanda”. Se cuenta en la tradición oral de Salamina (Caldas), la población de donde provienen muchos refranes del Eje Cafetero, que hace muchos años vivía allí una prestante dama, quien manifestaba iba a morir por cualquier dolencia, por mínima que fuera. Era, entonces, la mejor exponente de eso que llamamos hipocondría. Tal situación duró por muchos años y se popularizó por todas partes.

La segunda es más curiosa, “picante” y ocurrente. “Van a caer hasta maridos” es un dicho utilizado para dar a entender que se avecina un aguacero portentoso y puede suceder borrasca, caer granizo o hasta lo más escaso, llegar del cielo los “maridos”.

Vivimos en el “dichoso” mundo del lenguaje y por eso no nos podemos abstraer a su escucha permanente. En cada refrán está proyectado un recorrido histórico de imponderable valía. Son tantos los refranes, que se podrían compilar varios tomos de su difusión. Algunos terminan pronunciándose con cierta pizca de picardía y otros están matizados de sarcasmo. Por eso los escuchamos, con la gracia que se merecen y con la reflexión que esconde la sabiduría. Aunque también debemos tener en cuenta la distorsión en su parte final. Tres ejemplos bastan:

  • “Camarón que se duerme… a cinco mil la libra”.
  • “Amor de lejos… felices los cuatro”.
  • “Más sabe el diablo por viejo… que por santo”.

La compilación de dichos y refranes realizada por la Licenciada y gestora cultural Noemí Pinto Arias es encomiable y necesaria. Dos razones poderosas lo refuerzan. Su enorme capacidad de escucha, como investigadora que es, y la importancia que revela el sentido identitario que encierran esas voces.

En el corazón de cada una de ellas se encarnan un pasado que fue su escenario y un modo de resignificación que se adopta en cada lugar donde se acoge. Acudo nuevamente al ejemplo, para mostrar la transformación oral de refranes, como los siguientes, que heredamos de España:

  • “Al que le caiga el sayo que se lo ponga”. La versión actual en nuestro medio es “al que le caiga el guante que se lo chante”.
  • “Barco grande, ande o no ande,”. Hoy escuchamos “caballo grande, ande o no ande”.

“Cuando el río suena es porque agua trae”. La escucha, adaptada a nuestro medio provincial, es “cuando el río suena, piedras lleva”. Y, si en una tercera acepción, incluimos la picaresca y la mordacidad, oímos con cierta prevención, que “cuando el río suena es porque se ahogaron los músicos”.

Lo deseable es que todo se recoja, para la conservación de la vendimia de las palabras, para que nuestros descendientes nos recuerden en las generaciones futuras.

Por eso, la labor desplegada por Noemí Pinto Arias, al brindarnos este compendio del habla popular, es de un encomio bien merecido por su acción tesonera.

Gracias a ella, y a su esfuerzo, toman nueva fuerza tales expresiones orales. Su rastreo nos llevará a descubrir nuevamente la esencia del dicho. Así también lo corrobora el autor de uno de los fascículos de la serie titulada ‘Caldas, patrimonio y memoria cultural’, publicado por el diario La Patria de Manizales en el mes de diciembre de 1994: 

“El dicho puede ser una palabra, una exclamación, una frase o una oración corta. Acuñado por el pueblo, la mayoría lo usa, lo identifica, se siente cómodo con él y conoce los matices que otras personas desconocen por completo. Casi siempre el dicho posee un ritmo o entonación característica”. (“Apodos y dichos”, por Octavio Hernández Jiménez).

Lo anotado anteriormente, reflejado en la tarea de una compiladora, es lo que nuestra Noemí del Quindío hace permanentemente. Y lo confirma claramente su trayectoria, que es la misma del viaje de los refranes, comparaciones y exageraciones, así como de los disímiles tópicos de la semántica, que están por todas partes. Ella misma lo representa como ser que ha vivido, sufrido y transformado. Llegó de tierra santandereana, se entroncó con raíces en el Quindío, viaja por otros lares en inquietud de saberes y conocimientos, y discierne sobre sus orígenes. Y también pregunta por los de las palabras.

Gracias, Noemí, por su labor.

Con el título asignado al presente artículo de prensa —y que también es el que corresponde a su prólogo— la incansable Noemí nos acaba de regalar su última obra escrita de refranes. Son más de 1.100, compilados en 34 páginas de su novedoso librillo, costeado totalmente de su peculio, como ha correspondido a todas sus publicaciones de los años recientes. Infatigable compilación, lograda con su compañera de correrías, la también poeta Aura Evelia Ríos Marín. Se han compilado los más populares, escuchados y pronunciados en la región.

Por fortuna, contamos con otros 4 investigadores en dicha tarea, en cuyos escritos nos entregaron variadas expresiones orales del entorno. Son el exdecano de la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de Caldas, Octavio Hernández Jiménez, en la obra titulada ‘Caldas cien años historia y cultura’ (Manizales, 2005). El académico, ya fallecido, John Jaramillo

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Ramírez, en su libro ‘Pieza del reblujo’ (Armenia, 2006). Y el comerciante y escritor Saúl Parra Robledo, en la última parte de su libro titulado ‘Armenia en sus primeros años’ (Armenia, 2006).

La cuarta autora es la antioqueña Lucía Restrepo González. No solo publicó la obra titulada ‘Así decían los abuelos’, en 3 ediciones, contando en ellas las costumbres de los antepasados paisas, sino que explica contextualmente algunas palabras o frases heredadas por nosotros. En la tercera edición (Medellín, 2001), página 41, así explica el término “escusa”, aplicado a un objeto de la cocina de los abuelos, y que, por cierto —en nuestro medio— es regularmente confundido con la palabra excusa:

“…Colgada del techo estaba la escusa con los alimentos preparados, la parva, dulces, quesos, mantequilla, carne, etc. y esta dio origen al refrán: ‘Cuando las excusas se hicieron, el gato no comió queso’… La escusa era una tabla cuadrada para guardar alimentos, en cada extremo había sendas cuerdas empatadas a un alambre sujeto del techo y en este empate colocaban una totuma boca abajo para evitar la llegada de gatos y ratones hasta la tabla”.

La anterior es una acertada explicación, a partir de una palabra y un refrán. Imaginemos una aventura editorial similar para contextualizar los refranes compilados por nuestra pesquisadora Noemí Pinto Arias, lo que ofrecería una lección maravillosa de cultura popular.

Ello nos lleva a la esfera de la paremiología y otros dichos, “en el viaje con las palabras”. Gracias de nuevo, Noemí.