
En Venezuela todo el régimen, empezando por su cabeza, Nicolás Maduro, se está frotando las manos. La persona que le dio una paliza en las elecciones del pasado 28 de julio, y que, según las actas que difundió la oposición, obtuvo ampliamente el favor del pueblo (por más de 40 puntos porcentuales), se fue del país y se exilió en España. Para ellos, constituye una victoria que debilita a quienes se les oponen y que también le quita piso a la líder María Corina Machado. Eso puede ser cierto, pero, de nuevo, depende de un factor clave.
(Le interesa: Iván Duque se fue contra Petro y le dijo que es “idólatra de Chávez, protector de Maduro”)
Con la furtiva salida de Edmundo Gonzáles Urrutia hacia Madrid, después de haberse escondido por más de un mes en las embajadas de Países Bajos y de España en Caracas, se definieron dos tendencias, la primera de las cuales se antoja derrotista. No tiene en cuenta que el régimen, a través de la fiscalía madurista, le dictó orden de captura frente a la cual González Urrutia se enfrentaba a una situación de pierde-pierde: si se presentaba, sería detenido, y por no presentarse, también lo buscaban.
¿Fue bueno que González Urrutia se fuera a España?
Para muchos, el líder capturado se convertiría en símbolo indiscutible de la represión y encendería así aún más la repulsión que crece contra Maduro. Además —sostienen quienes defienden esta tesis—, los países que han advertido al régimen por si ejerce medidas contra González Urrutia y María Corina Machado se verían obligados a tomar decisiones más drásticas. Esa, sin embargo, sería una apuesta demasiado arriesgada si se considera, primero, que el presidente electo de Venezuela es un hombre de 75 años de edad.
Con un descarnado realismo, el exalcalde de Caracas Antonio Ledezma, también exiliado en Madrid, lo ha puesto en términos muy claros: “Necesitamos a Edmundo vivo y no muerto. No necesitamos un mártir para llevarle flores a la tumba”. Y, efectivamente, esa podría ser la suerte que corriera González Urrutia de seguir en Venezuela, país donde el régimen de Nicolás Maduro desató una brutal represión después de las elecciones calificada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) como terrorismo de Estado.
De hecho, Maduro no dejó de amenazarlo e insultarlo calificándolo de “cobarde”, después de lo cual el fiscal chavista Tarek William Saab, de manera claramente subordinada, acusó a González Urrutia por al menos cinco delitos, lo citó y ordenó su captura. “Su vida corría peligro, y las crecientes amenazas, citaciones, orden de aprehensión e incluso los intentos de chantaje y de coacción de los que ha sido objeto, demuestran que el régimen no tiene escrúpulos ni límites en su obsesión de silenciarlo e intentar doblegarlo”, escribió Machado en X.
Muchos de esos venezolanos que supieron de la partida de González Urrutia se sintieron derrotados y entendieron su causa finiquitada. De alguna manera, si persiste en ellos ese sentimiento, se puede vislumbrar la débil sombra de una victoria del régimen. Pero existe otra tendencia mayoritaria que entiende que la actitud de los venezolanos en su país y de los millones que están en el exterior debe ser defender el resultado de las elecciones. En otras palabras, no perder el foco sobre su presidente electo que hoy está en Madrid, donde liderará la lucha internacional.
Factor clave para retorno de Venezuela a la democracia
La primera responsabilidad de reivindicar el triunfo de González Urrutia y de no dejar apagar la llama de esa conquista recae sobre los mismos venezolanos, inicialmente los que aún permanecen en su país y después en los que viven en el exilio. Pero hay otro factor determinante para la vida de Venezuela —que ha jugado un papel importante, aunque no unánime— y que podría posibilitar definitivamente el retorno de González Urrutia.
Se trata, otra vez, de la comunidad internacional. No de los países autocráticos que han avalado el triunfo no probado de Maduro, como, al otro lado del mundo, Rusia, China, Irán y Corea del Norte, entre otros, y de este lado, como Cuba y Nicaragua, sino de las naciones democráticas, entre las cuales hay una gama de posturas que van desde las que reconocen en González Urrutia al presidente legítimo de Venezuela hasta las actitudes tibias encabezadas por Colombia, México y Brasil.
A los gobiernos de estos tres países (a cargo de Gustavo Petro, Andrés Manuel López Obrador y Luiz Inácio Lula da Silva, respectivamente) se les ha acusado de ganar tiempo para que el régimen de Maduro se consolide. A lo máximo que han llegado es a pedir que se publiquen las actas de las elecciones, ofreciendo, eso sí, en el caso de Colombia y Brasil, sus buenos oficios para que haya diálogo. En tanto, han pasado semanas críticas en las que arreció la represión y Maduro respira con más tranquilidad porque el tiempo es un factor que corre a su favor.




La actitud disímil de la comunidad internacional también incrementa el riesgo para la opositora Machado, que sigue liderando la resistencia democrática dentro de su país en difíciles condiciones como la clandestinidad. Se teme que el régimen redoble la persecución contra ella y pueda también buscar su arresto, como ha ocurrido con los más de 1.500 venezolanos, entre ellos, importantes líderes de la oposición, presos o desparecidos como producto de la represión.
Una represión que —cada día luce más claro— Colombia no quiere ver. Eso quedó en evidencia con las recientes declaraciones del vicecanciller colombiano, Jorge Rojas Rodríguez, que visitó sorpresivamente Caracas pocas horas después de la salida de González Urrutia hacia España. Pese a conceptos como los de la CIDH, la ONU, la OEA y de reconocidas ONG como Human Right Watch sobre la grave situación en Venezuela, afirmó que el régimen “puede contar con Colombia para que avancemos en la paz política, la democracia y la plena vigencia de los derechos humanos en toda la región” (!).
Por su parte, el canciller Luis Gilberto Murillo, facilitándole las cosas a Maduro, que no quiere tener opositores en el país, dijo que Colombia estaría en disposición de ofrecerle asilo a Machado, si se cumplen las condiciones. El funcionario, sin embargo, se ha resistido a decir algo sobre la crisis humanitaria.
Por eso, Maduro siente que hoy navega sobre aguas mansas después de la tormenta. Incluso, de manera cínica, manifestó sus “respetos” (luego de tratarlo de “cobarde”) por la decisión de González Urrutia. Pero en su horizonte se asoma ya otro nubarrón: el 10 de enero de 2025, cuando la mayoría de venezolanos que votaron por González Urrutia y la comunidad internacional democrática esperan que él sea juramentado como presidente constitucional y comandante en jefe de la Fuerza Armada Nacional.
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