El militar, sentenciado por las ejecuciones extrajudiciales en ese departamento, aseguró que para los años 2004 y 2005 el entonces presidente Álvaro Uribe exigía al Ejército bajas en combate y que por eso se registraron los falsos positivos.

Pero eso “no es un secreto para nadie”, como él mismo Romero lo afirmó en El Espectador, por eso reveló otros pormenores de cómo lograban que el delito quedara en la impunidad.

“Uribe pedía bajas. Entonces le exigía a [Mario] Montoya y de ahí para abajo a los generales y coroneles que el que no servía para eso lo sacaban. Según las bajas se medían los puestos de las brigadas móviles y de los batallones. El éxito se medía por bajas, por litros de sangre, decían, y el que no servía pa’ fuera”.

Por eso, dice, se ganó “madrazos y una sanción” cuando dejó vivo a un guerrillero que cogió mientras estuvo en una compañía de soldados de la Brigada Móvil 11, en Dabeiba.

Romero le contó al diario que todo el mundo sabía que “el mayor [David Guzmán] que estaba en esa época tenía contacto con las autodefensas, venía del sector de Santa Rita (Antioquia)”, y que cuando llegó a trabajar con él debía estar dispuesto a aliarse con los paramilitares, aunque siempre se negó.

El capitán cuenta que pese a todo, Guzmán fue ascendido a coronel y que ya murió. “Él se mantenía con radio coordinando todo con los paramilitares. Inclusive se emborrachaba con ellos y lo traían borracho a una hacienda que se llamaba La Herradura”.

Además, Romero señala a Guzmán de asesinar hasta a sus aliados, pues ordenó asesinar a un subalterno suyo “porque sabía mucho”.

El uniformado, que dice ser inocente de los cargos que le imputan, asegura que decidió irse de Dabeiba porque unos soldados que ya estaban trabajando con las Autodefensas le advirtieron que lo iban a matar “por no colaborar”.

Incluso sus superiores intentaron trasladarlo para que fuera más fácil asesinarlo, pero como no lo lograron le hicieron un montaje por su supuesta responsabilidad en los falsos positivos, y los delitos de desaparición forzada, homicidio en persona protegida y secuestro.

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Según dice, hicieron todo para hacer creer que él “había dado la orden de asesinar a unos campesinos y presentarlos como guerrilleros”, aunque estaba en otro lugar.

Pero no son los únicos delitos que Romero le atribuye al desaparecido mayor; también dice que manejaba el negocio de la droga en Santa Rita, que tenía informantes, e incluso lo conocían con el alias de ‘el Tigre’. “Era el terror allá”, agrega.

“La orden era dar bajas a como diera lugar. Las brigadas móviles son para dar bajas y el que no sirva se va, y el que denuncie se muere, esa era la consigna del mayor Guzmán”, apuntó.

El capitán retirado también le aseguró al diario que todos los comandantes de las brigadas móviles del Ejército en Tierralta, Córdoba, hablaban por teléfono con los comandantes paramilitares.

Además, que mucho de lo que sabe es porque los soldados le contaban que “iban allá, con paramilitares, sacaban a las personas, e incluso a los que llamaban informantes, y los mataban. Ellos no dejaban a nadie vivo. Y al soldado u oficial que estuviera en desacuerdo lo mataban”.

También asegura que si él hubiese participado, habría conseguido el ascenso, como pasó con muchos otros capitanes que hoy están pensionados; y por eso, afirma, “en esa época el que quería torcerse, no solo matar gente inocente sino también ser narcotraficante, lo podía hacer”.

Según su relato, en Ituango, por ejemplo, asesinaban a las personas porque “decían que había mucho informante de la guerrilla […] y que iban a acabar con esa gente porque las Autodefensas querían adueñarse de ese sector” que era un punto estratégico para la movilidad de Vicente Castaño.

“Yo quedé muy desilusionado de las personas de las Fuerzas Militares. Cuando me metieron preso, mi esposa quedó sola y se estresó muchísimo, y eso la enfermó hasta la muerte. Eso fue muy duro. Yo no sé cómo no me suicidé. Pero Dios le pone a uno personas y me puso una mayor de la Iglesia cristiana a la que pertenezco, que me ayudó”, finalizó.