
La propuesta del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de reabrir la isla prisión de Alcatraz, situada en medio de la porción del océano Pacífico que forma la helada bahía de San Francisco (California), aterra a muchos, no convence a otros (como a la expresidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, para quien la idea “no es seria”), y, con seguridad, estará despertando los fantasmas que deben permanecer en ese legendario y lúgubre penal por diferentes razones.
(Le interesa: Trump publicó foto que lo muestra como sucesor del papa y con enigmática señal en su mano)
Principalmente los fantasmas de los 1.545 hombres que cumplieron condena en esa prisión mientras estuvo en funcionamiento, entre 1934 y 1963, de los cuales solo unos pocos fueron famosos, como Al ‘Caracortada’ Capone, ‘Doc’ Barker, Alvin ‘el Sigiloso’ Karpis, George ‘Ametralladora’ Kelly, Floyd Hamilton y Robert Stroud, el ‘Hombre Pájaro’, que llegaron a ese penal con una fama hecha. Pero otros 34 reclusos hicieron célebres sus nombres en ‘La Roca’, como también se conoce la prisión, por intentar fugarse en 14 oportunidades diferentes, sin que se volviera a saber de ellos, pues no quedó evidencia de su recaptura o de si lograron su cometido.
Los más famosos de este grupo son los hermanos John y Clarence Anglin, que, junto con Frank Morris, burlaron la estricta seguridad de la cárcel en 1962, lo que desembocó en su cierre al año siguiente, por orden del procurador general de Estados Unidos de entonces, Robert F. Kennedy. La fuga de los tres reclusos inspiró el libro ‘The Alcatraz Escapee’ (1963), de J. Campbell Bruce, y la película ‘Fuga de Alcatraz’ (1979), protagonizada por Clint Eastwood.
Pero los nombres de otros prisioneros también retumban en el penal por la forma en que murieron. Durante los 29 años que estuvo en servicio, en Alcatraz ocho fueron asesinados por sus compañeros en medio de riñas o ‘vendettas’, y otros cinco no pudieron con las duras condiciones de la prisión y se quitaron la vida en ese sombrío lugar.
Uno de los últimos presos de Alcatraz
Unos más corrieron con mejor suerte y les alcanzó la vida para contarlo, a través de libros o mediante conferencias, como Leon ‘Whitey’ Thompson (Connecticut, 1923 – Fiddletown, California, 2005), que estuvo en ‘La Roca’ entre 1958 y 1962, y después se convertiría en uno de los atractivos de la isla cárcel tras ser declarada parque nacional en 1972. Thompson, que escribió entre otros el libro autobiográfico ‘Last Train to Alcatraz’, durante muchos años recibió a los visitantes que iban a conocer la cárcel y eran llevados en recorridos guiados, encerrados por unos segundos en algunas de las 378 celdas del penal.
Esas visitas turísticas todavía tienen lugar hoy, y a Alcatraz llegan entre 2.500 y 3.000 personas cada día. Todos los que arriban ven lo mismo que debieron vivir los presos que llegaban a purgar sus condenas: la niebla empujada a la bahía de San Francisco por los vientos del océano Pacífico envuelve la isla en un lento ritual climatológico que se repite todos los días y que solo la deja al descubierto por escasas cuatro horas. Un paisaje intimidante que también debió disuadir, de entrada, a muchos en sus propósitos de fuga.




Las historias que contaba Thompson más la experiencia de estar por un momento encerrados tras las rejas, les daban a los turistas una idea de las drásticas condiciones en que permanecían los reclusos en un penal que se hizo famoso por lo duro. Sin embargo, esa fama se diluyó por las fugas que hubo. Ahora, el presidente Trump, sin decir exactamente cuándo, anuncia, en su ya común tono superlativo, la reapertura y ampliación de la cárcel para meter “a los delincuentes más despiadados y violentos de EE. UU.”.

En total, Thompson purgó 24 años de cárcel, cuatro de ellos en Alcatraz. Para algunos, fue un ladrón de bancos y un criminal de carrera. Pero él también contaba que había caído preso por una historia común, una pelea con su pareja que se llamaba Brenda, una mujer madre de dos hijos y abandonada por su esposo. De ella se enamoró Thompson perdidamente, al punto de que se la llevó a vivir. Pero un día la encontró con otro hombre y como represalia hizo algo de lo cual se arrepintió al otro día, y el resto de su vida.
Enfurecido, sacó el refrigerador lleno de comida, aunque reflexionó después y se dio cuenta de que había dejado a los niños sin suministros. Contaba que intentó devolver el aparato, con tan mala suerte que cuando estaba entrando a la casa con ese electrodoméstico entre los brazos fue sorprendido por la policía, que lo acusó de robo. Ese señalamiento cobró más fuerza porque Brenda negó conocerlo. La corte lo condenó a 15 años de cárcel. Esa fue su historia.
Alcatraz, una de las prisiones más duras de EE. UU.
El caso de Thompson prueba que a la temida isla no solo llegaban los peores criminales del país. Había todo tipo de personas que cometían todo tipo de delitos. Lo que sí tenían en común es que eran sometidos a un régimen riguroso, empeorado por las difíciles condiciones climatológicas y geográficas: Alcatraz está separada de San Francisco y de cualquier otro punto costero a su alrededor por una franja de mar de dos kilómetros, que permanece con una temperatura de unos 12°C, con aguas profundas infestadas de tiburones. Es imposible de superar semejante obstáculo a nado.
Por esas características extremas, después de ser descubierta por el explorador español Juan Manuel de Ayala en 1775, en Alcatraz estuvo acantonado un fuerte militar en el siglo XIX, una cárcel militar a principios del siglo XX, y posteriormente la mítica Penitenciaría Federal de Estados Unidos. Es un sitio completamente aislado del resto del mundo —envuelto, además de por la neblina, por una pesada sombra de misterio— que podría verse de nuevo en actividad si se cumple el anuncio del presidente Trump.
De ser así, ya no se oirá solo el débil silbido del viento, el estruendo de las olas que se estrellan contra las rocas, los latigazos de una solitaria bandera de Estados Unidos ni los graznidos de gansos, gaviotas ni alcatraces, de los cuales el descubridor español tomó el nombre para la isla; y ni siquiera las voces de los turistas. Ahora se impondrían sobre todo ese ambiente, de nuevo, los gritos de los guardias dando órdenes, los murmullos de los presos y el sonido frío y seco de las rejas de las celdas al cerrarse.
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