La idea de propina obligatoria encarna en sí misma una contradicción: si es propina, no debe ser obligatoria; y si es obligatoria, ya deja de ser propina. El ambiguo concepto es, por lo menos desde algunas agencias de viajes en Colombia, la puerta de entrada a una intrincada red de cobros y gastos que recaen sobre los viajeros y que puede afectar en alguna medida el turismo hacia Egipto en un año que va a ser crucial en ese ámbito para el segundo país más rico y el tercero más poblado de África, y uno de los destinos más visitados en el mundo.

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Los miembros de esa red, junto a otros hechos como el cobro de simples favores, se vienen convirtiendo en unos demonios —como los que incluso desde la etapa predinástica eran responsabilizados por los problemas sin explicación aparente como enfermedades y dolencias, y las amenazas del entorno— que pueden terminar espantando a turistas jóvenes, una generación a la que le gustan las cuentas claras y que ve también con malos ojos el maltrato animal y el trabajo infantil.

Se trata de un asunto crítico si se tiene en cuenta que antes de que finalice este año será inaugurado el Gran Museo Egipcio de antigüedades, una faraónica obra que, con las majestuosas pirámides de Guiza como telón de fondo, la enorme estatua de Ramsés II en la entrada y en el interior los tesoros del faraón más famoso, Tutankamón, está llamada a convertirse en el museo más grande del mundo dedicado a una sola civilización.

La magnificencia de la riqueza arqueológica de Egipto seguirá atrayendo a millones de turistas, claro que sí. Sus tesoros arqueológicos son extraordinarios. Pero Pulzo pudo constatar que los nuevos demonios también pueden convertir el malestar de algunos turistas en verdaderas tormentas de arena como las que se desatan en el Sahara, desierto sobre el que se erigen, imponentes, las tres pirámides y la esfinge símbolos del país.

Viajar a Egipto: propinas y costos en euros y dólares para turistas

  1. Las propinas obligatorias

Si bien la idea de propina varía de país a país, en Egipto (llamada ‘baksheesh’) es una costumbre muy arraigada que se debe respetar pues se trata de un concepto a partir del cual se calcula el sueldo de los trabajadores (hay empleados para los que es su única fuente de ingresos), pero esta información, de entrada, no la ofrecen las agencias de viajes.

Hay casos en los que esas agencias la mencionan en las cotizaciones que entregan a turistas. En un paquete de 8 días, por ejemplo, que incluye un crucero de 3 días por el río Nilo (Asuán-Luxor o viceversa), se anuncia un pago de 45 dólares por turista solo para ese crucero. Así, el pago de las demás propinas en los otros 5 días para servicios como el que ayuda con las maletas, el que lleva el servicio a la habitación en el hotel, el recepcionista, el camarero, los taxistas o los conductores contratados, quedan por fuera del plan.

Por eso, el rubro ‘propina’ debe ocupar un renglón importante en el presupuesto a la hora de preparar el viaje. Y como las costumbres de los pueblos no se pueden cambiar y se deben respetar, el viajero debe exigir la mayor claridad a las agencias de viajes antes de pagar y empezar su recorrido.

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Pulzo
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Esto porque también hay casos como el de una agencia que, pese a que de manera inobjetable en su cotización y contrato final con el cliente situaba las propinas en la categoría de ‘opcionales’, terminó exigiéndola como obligatoria. Por estar entre los ‘opcionales’, las turistas que compraron el paquete optaron, libre y justificadamente, por no pagarla.

Sin embargo, cuando estaban en Asuán (sur de Egipto), recibieron un mensaje del operador egipcio en El Cairo cobrándoles esa propina. Las turistas contactaron a la agencia en Colombia, pero allí les hicieron la advertencia de que, si no pagaban, uno o dos de los servicios contemplados podrían no prestárseles. La sola idea de que eso ocurra en África, donde el turista es vulnerable, es aterradora.

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El otro contrasentido lo encarna el hecho de que esa propina se tenga que pagar por adelantado, cuando, por definición, es una gratificación que se da después, dependiendo de la satisfacción y la calidad del servicio que se recibe. Estas propinas, hay que aclararlo, no se les pagan a las agencias en Colombia, sino a los operadores en Egipto.

  1. La poco discreta sed por el dinero

Uno de los detalles que más incomodan a los turistas que llegan a El Cairo, punto de inicio de los diferentes circuitos turísticos (el arqueológico en la cuenca del Nilo o el de sol y playa en el litoral del mar Rojo, entre otros), es que apenas son recibidos en el aeropuerto de la capital egipcia y llevados a los hoteles, les cobran 30 dólares por el visado (un trámite que se puede hacer vía internet mucho más económico, pero sobre el cual las agencias no dan orientación) y 45 dólares de propina obligatoria por adelantado.

No importa la hora que sea. A la una, dos o tres de la madrugada, después de agotadores vuelos y agitadas conexiones, a los viajeros, incluso antes de hacer el ‘check in’ en el hotel cargados de maletas, los operadores turísticos de Egipto no solo les cobran ese dinero, sino que los bombardean con planes y costos (casi siempre triplicados): por una tarjeta SIM que vale 7 euros cobran 25, y por una ida a Abu Simbel (donde está la tumba de Tutankamón), que puede conseguirse en 60 euros, cobran 120 (o su equivalente en libras egipcias).

Pulzo
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No existe la más efectiva cortesía (consideración) de primero dejar descansar unas horas a los recién llegados y después sí pedirles la propina anticipada y hacerles las ofertas. Saben que una persona cansada y en un entorno exótico y novedoso (mágico, si se quiere) dirá sí a todo con más facilidad.

Debido a la insistente obsesión por el dinero, las suspicacias se apoderan de los turistas. Como los que no supieron si el choque que tuvieron en un vehículo cuando les daban una vuelta por el viejo Cairo fue real o producido (armado) con el fin de que, compasivos con el compungido conductor, le ayudaran con los 2.000 dólares que él estimaba le tocaría pagar, con las graves consecuencias que eso iba a tener para el presupuesto de su familia que lo esperaba en casa.

  1. Invasivo modelo de negocio

Indefectiblemente, el turista debe leer como ‘se debe pagar’ todo lo que en su plan diga ‘opcional’ o ‘no incluido’. En todo caso, ya metidos en los circuitos (y esto pasa también en todo el mundo), los viajeros son conducidos como rebaños a sitios donde enfrentan elaboradas estrategias de venta de los más variados productos y servicios (desde papiros hasta perfumes, o el alquiler de un camello o un carruaje) a las que difícilmente pueden escapar.

La mayoría de lugares a los que son llevados los turistas por los guías son puntos de venta en donde reciben impresionantes demostraciones de la elaboración de productos, sobre las cuales se construye una suerte de compromiso: después de recibir la información, el turista se siente impelido a comprar como contrapartida por el intangible que acaba de ‘recibir’, con el agregado de crearse un mal ambiente si no compran algo.

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En las calles o en los puertos conde atracan los cruceros, no bien desembarcan los turistas son abordados por los vendedores ambulantes, muchos de ellos niños que recitan invariablemente “un dólar, un euro” por diversos objetos de bisutería. Se atraviesan abiertamente en el trayecto de los visitantes y hasta les ponen encima prendas para forzar su compra, en una asfixiante invasión del espacio vital.

  1. El favor como negocio básico

Por las amenazas que enfrentan algunas regiones del país, se creó la Policía Turística, cuyas unidades se sitúan en la entrada de varios hoteles (incluso con escáneres) y de importantes sitios arqueológicos. Sus integrantes, uniformados de blanco y dotados con fusiles AK-47, se ubican incluso dentro de los monumentos para resguardarlos. Pero más que brindar seguridad, no falta el vivo que busca ganarse un dólar por debajo de cuerda.

Un ingenuo turista que buscaba un lugar vacío entre las romerías que visitan esos sitios recibió el ofrecimiento de un policía que le pidió el celular para tomarle él mismo la foto. El viajero aceptó agradecido, pero cuando le devolvieron su móvil también vio cómo, por lo bajo, para que nadie lo notara, el uniformado le hacía el gesto universal de cerrar un puño y frotarse los dedos índice y pulgar. ¿Cómo negarse a darle una propina a un hombre con fusil en bandolera?

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  1. Animales explotados y animales orgullosos

En el intricado modelo de negocio, los animales juegan un rol especial. En algunos sitios se usan camellos para recorridos, pero se podría decir que los dromedarios están en su hábitat. En cambio, entre los caballos hay muchos de esos ejemplares que lucen mal: están famélicos y se les pueden contar claramente las costillas, con peladuras sobre ellas y sobre el hocico producto del permanente uso de los arreos de cuero que se calientan como metal por el inclemente sol.

Pulzo
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Esos jamelgos tienen que tirar carruajes hasta con cuatro ocupantes más el carretero, bajo abrasadoras temperaturas que fácilmente superan los 40 grados. Por eso, hay turistas, sobre todo jóvenes animalistas, que prefieren no participar en ningún recorrido o hacerlo a pie si el trayecto implica locomoción animal con ejemplares claramente maltratados.

Los perros, como los vendedores, salen en algunos sitios en manada a recibir a los turistas. Flacos y ojerosos, jóvenes y viejos, algunos incluso con graves lesiones, se arriman en grupo esperando un pedazo de algo. Los gatos, en cambio, aunque abundan y aparecen por ahí, hacen honor a la diosa que encarnaban en el antiguo Egipto, Bastet, que combinó cualidades tanto acogedoras como violentas.

Esa naturaleza dual hace que, aunque deambulan y se muestran amigables, no dejan que los humanos se les acerquen demasiado. Pueden andar hambrientos, pero, con altivez e indiferencia, apenas si se dejan fotografiar. No aceptan caricias. Tienen más dignidad. No entienden de propinas.

Pulzo
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