Por: El Colombiano

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Este artículo fue curado por Leonardo Olaya   Feb 5, 2024 - 9:35 am
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Bernardito es tecnólogo en sistemas porque, siendo niño, su papá —don Bernardo— le aconsejó prepararse para una labor de oficinista, algo que no fuera tan pesado como lo que a él le tocó en la vida.

Este hombre empezó a cargar bultos de cemento cuando tenía 11 años, era hijo de un par de campesinos que salieron de San Luis para Medellín finalizando la década de 1970; fue una migración familiar muy típica de aquella época.

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Un hermano mayor lo enganchó en el oficio de la construcción y cuando cumplió los 14 años ya era un albañil consagrado; una máquina de pegar adobes.

Sus manos son grandes, fuertes y ásperas; fueron muchas las capas que mudó en sus palmas hasta desarrollar esa coraza callosa que después lo hizo inmune a las ampollas.

Rosaura Garzón (Q.E.P.D) solía recordar como llegaba Bernardo, su hijo, con las manos en carne viva tras darlo todo en las obras; esa es una ceremonia de graduación que no todo el mundo aguanta.

Por eso en las calles se dice que “ese no es un trabajo para muchos, sino para machos”, una labor que arrodilla a cientos de aspirantes y por eso los padres de las pasadas generaciones no querían el mismo destino para sus hijos.

Bernardito se sentía orgulloso de su papá y decía que iba a ser un oficial de construcción como él, pero su viejo sabía que solo eran palabras inocentes, por eso le pedía que se concentrara en los estudios. Y conforme con esa voluntad, hoy día el treintañero se gana la vida con la informática, le agradece infinitamente el consejo a su padre y siempre lo recuerda escuchando Juan Albañil, canción interpretada por Cheo Feliciano y considerada el himno de esos trabajadores.

¿Cuántas veces se habrá repetido esa misma historia en Medellín o el resto del país? Parece que, efectivamente, muchos mayores persuadieron a sus descendientes y el apetito por este trabajo ha mermado sustancialmente.

Fuentes del gremio revelaron que el promedio de edad es alto y muchas veces hay escasez de capital humano en otras regiones de Antioquia. Es una situación preocupante porque la construcción es uno de los renglones que más jalona la economía. Y por ahora la omnipotente inteligencia artificial no puede tirar mezcla y plomada como la gente real.

Mientras los obreros se van envejeciendo, la necesidad de construir casas, edificios, puentes y vías sigue creciendo; tanto así que solo en Medellín las empresas dedicadas a esta actividad crecieron más de 9 % en los últimos dos años.

Según las métricas de la Cámara de Comercio, en 2021 se registraron 5.900 de estas unidades productivas, mientras que en 2023 totalizaron las 6.449. Claramente hay una demanda, pero también un reto para conseguir la mano de obra.

Desde el sector privado llegaron alertas porque el otoño también les está llegando a otros quehaceres y el común denominador parece el mismo: los jóvenes no tienen interés en asumir trabajos duros, por largas jornadas y salarios bajos.

Marlon Giraldo, por ejemplo, encarna la deserción que existe en el negocio de las carnicerías; hace dos meses renunció porque ya no quería un horario tan largo y sin descanso los fines de semana.

Su plan consiste en comprar un carro a crédito y dedicarse a transportar usuarios de plataformas; dice que a varios amigos les está yendo bien y él va a probar suerte.

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Walter Ruiz, presidente de Asocolcarnes, aprendió hace muchos años como sacar todo tipo de cortes. En su época, esa sabiduría se pasaba de una generación a otra, casi siempre en negocios familiares.

A su juicio, nunca ha sido fácil encontrar personas interesadas en este trabajo; pero en los últimos años sí se ha convertido en un dolor de cabeza: “Ha sido difícil porque los muchachos prefieren otras tareas a ser carniceros”.

“Es por esa misma dificultad que tenemos largas jornadas, nosotros tenemos que recurrir a horarios extras. Y aunque quisiéramos manejar dos turnos, no tenemos las personas para llenar esas vacantes”, comentó.

Según sus cuentas, en el Valle de Aburrá hay unas 1.400 carnicerías, sin contar las plantas de procesamiento y despostadoras; y en sus locales tiene tres vacantes.

Si esa misma necesidad se multiplicara por el número de establecimientos, harían falta cerca de 4.200 carniceros desde Caldas hasta Barbosa y no hay una cantera fuerte para cubrir esos puestos.

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Sergio García, es coordinador del área de la alimentos en el Sena y está a cargo de la técnica en corte y venta de carnes; las métricas que tiene disponibles dejan ver que en la mejor época, hubo tres grupos de personas formándose; eran 86 estudiantes que supuestamente saldrían a dar una mano, pero de ese total solo se graduaron 28.

¿Hay mucha deserción? El coordinador hizo notar que el abandono de la técnica está por encima del 50% y eso obedece a varias razones.

“Hay renuncias durante la etapa práctica debido a los requisitos en cumplimiento de horarios y reglamentos de trabajo. Además, hay afectaciones de tipo socioeconómico, teniendo en cuenta que la población objetivo ha sido de estratos 1 y 2, en condiciones de vulnerabilidad”, detalló.

Agregó que “a pesar de que el programa es de un nivel altamente operativo, la formación tiene un elevado nivel de exigencia (…) El nivel de escolaridad exigido por el programa es 9° grado. Sin embargo, se encuentran personas con niveles de escolaridad que dificultan el desarrollo del aprendizaje. Muchas veces se generan faltas académicas por inasistencias derivadas de problemáticas sociales y familiares de los aprendices”.

Con la corriente en contra, no queda más que seguir remando, eventualmente resultan interesados que se le miden al trabajo sin pasar por un centro de formación y los propietarios los reciben.

El otro problema en medio de la escasa mano de obra es la “rapiña” de trabajadores: unos locales le sacan la gente a otros y esa guerra provoca que los salarios suban; el presidente de Asocolcarnes hizo notar que un colaborador con experiencia se puede ganar en promedio $ 3 millones.

El pago no es una motivación suficiente. Para muchos, la plata no importa si las jornadas les impiden gastarla; así lo manifiestan en el gremio de las sastrerías.

Deisy Callejas labora desde hace cuatro años en un taller de sastres ubicado en el sector de Guayaquil; empezó como cajera pero le gustaba coser y su hermano le enseñó.

“A mi siempre me ha gustado mucho este arte, pero mi hermano dice que es un trabajo estresante, son 12 horas de jornada y no hay mucha vida social. Por eso hay gente que no le gusta”, comentó.

En temporadas altas no dan abasto las siete personas que trabajan con ella. Muchas veces pierden clientes porque no les pueden recibir los encargos, si lo hicieran tendrían que trabajar 24 horas.

La situación es reiterativa, aunque en este oficio hay una alta informalidad, la Cámara de Comercio registra unas 3.164 empresas de confección, entre las que seguramente navegan las sastrerías.

El volumen de pedidos es constante y da para vivir. Sin embargo, Deisy reveló que no todas las personas le ponen empeño a la labor: “muchos vienen por la plata pero hacen trabajos ‘chambones’ y los clientes piden mucha garantía”.

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La atracción de talento humano es un desafío que se acentuó con la llamada generación centennial; una camada de coetáneos que buscan empleos con equilibrio entre las responsabilidades y el tiempo de descanso.

Sergio García, coordinador del área del área de alimentos en el Sena, lo resumió de manera sencilla: “Nos enfrentamos a una realidad, en la cual los oficios tradicionales de tipo operativo están siendo desestimados por los jóvenes, quienes buscan oficios más relacionados con las TICs, comunicaciones y otras tendencias del mercado”.

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