El famoso ‘Vocho’, bautizado así por los mexicanos, país donde el escarabajo es icónico (México fue el último país en producirlo) también mantiene activo y dinámico el mercado del usado en Colombia, con sitios como el barrio 7 de Agosto de Bogotá, donde sobreviven almacenes de repuestos que venden todo tipo de refacciones nuevas y usadas para los modelos con motorizaciones de 1.300, 1.500 y 1.600 cc.

El diario La República recuerda que en los 87 años en el mercado mundial (71 años en el colombiano), el Volkswagen ‘escarabajo’ vendió más de 21 millones de unidades hasta el momento en que se dejó de producir la versión clásica, en 1998, para seguir con la versión New Beetle, que era un carro con motor 2 litros y refrigerado con agua, que no tenía nada que ver con el popular ‘cucarrón’ de motor enfriado por aire.

Según el diario económico, en Colombia aún sobreviven 9.500 unidades de ‘escarabajos’ y su presencia en este lado del mundo es más notoria que en Europa, donde sobreviven menos unidades, en parte por las exigencias respecto de emisiones al medio ambiente.

“El modelo llegó al país en 1949 de forma independiente y en 1952 empezó a ser comercializado. Se estima que el costo era de 2.500 pesos”, dice Juan Felipe Bedoya, gerente de Porsche Colombia, entrevistado por La República, que calcula que el precio promedio de los que sobreviven en el país es de unos 12 millones de pesos, aunque hay algunos de colección en su estado original que pueden superar los 100 millones de pesos.

Rodrigo Kurmen, coleccionista y miembro de la Junta Directiva del Volkswagen Club en Colombia, le dijo a ese diario: “Después de 2003, cuando terminó la producción, la gente lo siguió y lo sigue utilizando, buscando, restaurando, está vigente a pesar de los años. Claramente, la tecnología no es la misma de ahora, pero sigue siendo muy confiable y apetecido”.

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De hecho, pruebas que hizo Pulzo demostraron que un motor de ‘escarabajo’ modelo 64 fue reparado en el año 1997 y el vehículo siguió en operación constante hasta el 2021, año en que solo se le pusieron anillos, pues las demás piezas (camisas, pistones y casquetes) estaban casi intactos, lo que demuestra la alta durabilidad de las partes que se alcanzaron a fabricar en Alemania.

“Permite hacerle modificaciones, personalizarlo. Sumado a la simpleza de su mecánica, que da la posibilidad de que prácticamente cualquier persona salga de alguna avería menor”, dice Joaquín González, un aficionado chileno, a la Deutsche Welle.

“De haber sido diseñado en el régimen Nazi, más tarde, en la década de los ‘60, se convirtió, junto con la furgoneta Kombi, en un distintivo del movimiento hippie. Pasó de ser un símbolo de la guerra a uno de la paz”, recuerda el también fanático de estos modelos Guillermo Arriagada al medio alemán.