Una caja que representa conocimiento, que simboliza el aprecio y que ofrece una forma novedosa de enseñar,  eso denota la ‘Caja Viajera del Café’, creación de un quindiano apasionado llamado José Nicolás Uribe Aristizábal.

Portando aquella especie de maleta didáctica por las calles de Armenia, se le ha confundido con un vendedor, un técnico de reparación o hasta con el célebre culebrero.

Esa contemplación callejera ya hace parte de un suceso cultural, que es también su proyecto vital. Y es además su valija de viaje a la magia de una aventura —que cada vez es diferente— en las disímiles circunstancias de su demostración.

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Son tres palabras para significar esta experiencia pedagógica y de alta connotación patrimonial: Caja. Café. Vida. En esos términos se resume una interesante estrategia de enseñanza y difusión de valores, que históricamente ha tratado de superar muchas dificultades —como la que trajo la pandemia del Covid 19— y que ahora quiere validarse en sus nuevas facetas de aplicación.

El recorrido de la ‘Caja Viajera del Café’ comienza hace 10 años. Se da casi a la par con el anuncio de la inclusión del Paisaje Cultural Cafetero –PCC– en la Lista de Patrimonio Mundial de Unesco.

Y ahora que trata de normalizarse la vida social, la Caja promete ofrecer un alivio para muchas familias y colectivos que sufrieron el desastre de salubridad y el efecto mortífero de la ausencia de seres queridos por causa del Covid-19.

Su creador,un tebaidense profesional de la Universidad del Quindío, comenzó el proceso cuando otro personaje —el dirigente cívico de Armenia Camilo Cano Restrepo— le solicitó que construyera una caja para guardar en ella los ingredientes y los componentes necesarios para la preparación del café en sus ambientes laboral y familiar.

Estimulado por una conferencia que había acabado de escuchar de labios de José Nicolás Uribe, este odontólogo –gestor de la famosa campaña navideña llamada “Juanito”– solo pensó en poseer una pequeña maleta, para conservar en su oficina y en la casa, y que le permitiera el camino de motivación para despertar en amigos y allegados el placer culinario de preparar una taza de café, la bebida insigne de la región.

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Lo cierto es que tal encargo le representó a José Nicolás Uribe el inicio de un proyecto maravilloso, que ha generado impacto social, educativo y comunitario y que ha traspasado fronteras geográficas.

Asegura su gestor que la Caja ha llegado a transformar el pensamiento de muchos estudiantes y que su más de un centenar de unidades, repartidas en Colombia y en varios países, han sido un instrumento especial —o una herramienta— para vehiculizar el símbolo agrario nuestro, con el valor agregado de la preparación, degustación y olor de su aroma exquisito.

Italia es el último país que conoció la ‘Caja Viajera del Café’ y, en tres viajes realizados, entre 2016 y 2019, logró transmitir en esas comarcas europeas el sentido terrígeno y afectivo que nos conecta a todos con el grano tostado y molido. Y convertido en aromática bebida, servida en las dos tazas que permite la demostración.

La ‘Caja Viajera del Café’ es uno de los caminos de enseñanza que han tratado de colocar lo vernáculo de nuestra identidad en las aulas de clases y escenarios comunales de esta región. En especial, se recuerda otra maleta didáctica, elaborada en empaque blando y revestida de lona azul, que el Museo del Oro del Banco de la República hizo circular en escuelas y otros contextos educativos y comunitarios, para dar a conocer aspectos de los diferentes grupos prehispánicos del territorio nacional.

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Cuando el maestro o conductor de las sesiones de socialización sobre Patrimonio Cultural abría la maleta, y mostraba su contenido, muchos objetos que allí se guardaban se disponían en pequeña muestra demostrativa y pedagógica. Eran pequeñas réplicas o tiestos de cerámica obtenidos en excavaciones efectuadas por arqueólogos. Conducían a los alumnos y a otros grupos en el sendero del conocimiento sobre los primeros pobladores, las culturas arqueológicas y grupos indígenas actuales de Colombia.

Ese mecanismo ha permitido —como también ocurre con la Caja Viajera del Café— la itinerancia del conocimiento hasta sitios alejados. El nombre de Caja Itinerante –denominación muy significativa para José Nicolás Uribe– fue el primero que se adoptó para darle a la que inicialmente fue una clásica caja de herramientas. Luego vino la encomendada por encargo a don Osvaldo, el mismo artesano que después transformó la apariencia estética que hoy tiene, por gracia de la madera empleada en su fabricación. Hoy persiste él en dicha labor, tratando de conservar en ella el encanto de hace 9 años.

La entrega de cada Caja a su nuevo portador es también el recibo de un objeto con sentimiento. Como ocurrió cuando Camilo Cano la compartió con diez amigos invitados a su apertura y demostración, en el ritual de preparación del café, factor éste que se convierte en el más determinante de su presentación simbólica.

El ritual comienza con su caminar viajero y sigue con la llegada al contexto donde se socializa. Solo entrar con ella, en silencio, despiertan el entusiasmo y el interés. Los mejores recuerdos de ella están vinculados al medio escolar más alejado y a la sensibilización entre los grupos de niños, quienes reflejan en su rostros infantiles el asombro que se convierte luego en felicidad.

Una de aquellas experiencias se obtuvo gracias a otra líder humanista, la educadora Ángela María Alzate Manjarrés, pues a través de su gestión, la ‘Caja Viajera del Café’ pudo llegar a más de 17.000 estudiantes de las jornadas diurna y nocturna de instituciones públicas de Armenia, dentro de un programa interesante llamado “Hijos con aroma”.

José Nicolás recuerda también hechos individuales, como el sucedido con una niña de 8 años de edad, estudiante de la escuela República de Francia, quien rompió en llanto cuando presenció el ritual de demostración didáctica, en compañía de sus sorprendidos compañeritos de clase, la mayoría de ellos pertenecientes a las comunidades vulnerables de los barrios La Mariela y Salvador Allende.

Más que la impresión visual inicial y agradable que produce en los espectadores la entrada en silencio de José Nicolás, con su Caja Viajera, es mayor la respuesta satisfactoria que se genera con cada presentación. Como la de la niña mencionada, cuando pronunció las siguientes palabras de profunda humanidad, pues el ritual de preparación de café le trajo remembranzas lejanas de su progenitora ausente:

“… Hoy he visto por primera vez a mi madre… Mamá, a partir de hoy quiero perdonarte, siempre vas a recibir una lección de mi parte”.

Este fenómeno de satisfacción no es más que el de ternura social que despierta la ‘Caja Viajera del Café’. Llegar con esta modalidad itinerante es igualmente el de restañar profundas heridas y es transmitir la simbólica esencia de un mensaje transformador de Patrimonio Cultural.

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También es, como lo afirma la profesora de la Universidad de Palermo de Buenos Aires, “penetrar en las construcciones del mundo que poseen los estudiantes, con el fin de reconstruir y transformar sus ‘modelos mentales’ para así poder generar aprendizaje”. –Texto tomado del artículo de la serie web titulada “Caja de herramientas, una experiencia pedagógica para desafiar el sentido común”–.