Es común escuchar entre los nuevos propietarios de mascotas nombres como parvovirosis, moquillo, distemper o tos de perreras. Muchas veces hablan con cierta propiedad del riesgo que representa sacar a nuestro bello ejemplar sin colocar un plan adecuado de vacunas.

Esto gracias a la concientización que se ha generado con el pasar de los días en los consultorios y al esfuerzo realizado por los laboratorios en la elaboración de productos biológicos de buena calidad.

A pesar del buen manejo y cuidado preventivo que damos a nuestros pacientes a veces olvidamos que existen otros agentes patógenos diferentes a los virus, bacterias y parásitos que pueden resultar en muchas ocasiones letales para nuestras mascotas, y es el caso de los insectos.

Se clasifican dentro de la parasitología en la familia de los artrópodos y hacemos recomendaciones sobre el manejo y control de pulgas, moscas, garrapatas, piojos y ácaros. Pero muchas veces pasamos por alto a un enemigo que comportándose como vector de enfermedades puede también desencadenar la muerte de nuestros perros. Son nada más y nada menos que de los coleópteros más conocidos como escarabajos o cucarrones en nuestro medio.

Hacemos referencia de dos ejemplares que por su caparazón, por su forma de volar y tal vez por sus hábitos dentro del ecosistema llaman la atención de nuestros hábiles compañeros los perros, quienes desarrollan el arte de seguimiento y cacería de cucarrones finalizando muchas veces en un banquete que puede ser mortal.

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El primero conocido como cucarrón de mayo (Manopus biguttatus) debido a que su aparición se hace generalmente en este mes del año, hace parte del grupo de escarabajos que ha sido considerado como uno de los más temibles y letales para los caninos. Dentro de sus características organolépticas cuenta con una sustancia química citotóxica llamada cataridina, que actúa como ferohormona en los cucarrones, y que el perro que la ingiere y dependiendo de la cantidad que consuma provoca intoxicación.

Generalmente, el perro presenta una sintomatología de tipo gastroentérica ya que dicha sustancia inicialmente genera irritación y ulceración de la mucosa gastrointestinal, pero lo más grave es que puede desencadenar un desorden multifuncional comprometiendo el metabolismo hepático generando alteraciones hematológicas (problemas de coagulación) y como la sustancia se excreta por la orina, compromete la actividad de los riñones llevando a un daño tubular.

El segundo lugar lo ocupa el grupo de escarabajos coprófagos. Colombia registra aproximadamente 35 géneros y 283 especies de escarabajos scarabaeinae o coprófagos que son en algunos casos huéspedes intermediarios y en otros vectores de larvas de parásitos como es el caso del Spirocerca lupi o gusano del esófago del perro.

Los caninos pueden ingerir este cucarrón que lleva la larva y se libera a nivel del estómago, pasando luego por vías sanguínea a las arterias gástricas como la gastroepiploica migrando luego hacia la celiaca y la aorta torácica. De la aorta la larva migra hacia la pared del esófago donde se localiza el parasito adulto generando allí nodulaciones que pueden finalizar en tumoración o neoplasia.

Los pacientes con este tipo de parásito generan reflujos constantes, vómitos, pérdida de peso. El diagnóstico clínico se dificulta muchas veces ya que no siempre se observan los huevos de este parásito en los coprológicos. Se necesitan hacer estudios complementarios de imagenología tales como las endoscopias de vías digestivas altas para detectar la enfermedad.

Aunque existen tratamientos para ambas condiciones han sido muchos los pacientes que no pueden sobrevivir a estas entidades patológicas ya que se necesita actuar lo más pronto posible, y en ocasiones por su sintomatología, pueden generar en el perro algún grado de confusión y en otras oportunidades cuando muestran la sintomatología está avanzado el problema y muchas veces terminamos concluyendo el diagnóstico postmortem.