Por: Daniela Manrique Carrión.

Al entrar a su lugar de trabajo, se puede ver una sala blanca y llena de luz, con un escritorio alargado donde se encuentra la secretaria y, justo al frente, 3 hileras de sillas ubicadas en forma de U para descansar y esperar a ser llamados.

La música que ambienta el lugar es acompañada por el resonar de cristales, campanas, un conjunto de voces sutiles y afinadas, comúnmente asociadas con el canto de un coro angelical.

Pero el que asoma no es un ángel, es Santiago Rojas Posada, un hombre alto, de contextura delgada, que viste un uniforme color azul grisáceo con una pequeña flor de loto estampada en el lado izquierdo de su camisa. Su cabello y barba son un poco canosas, su tez es blanca y detrás de unos lentes se observan unos ojos pequeños y verdosos que combinan con una sonrisa amigable que rasga más su mirada.

Se acerca hacia mí, me da un cálido abrazo, un beso mejilla con mejilla y me dice: “Ya te atiendo”.

Sígueme — dice Santiago detrás de mí, acariciando mi cabeza.

Me levanto y cruzo por esa puerta donde el silencio invade el espacio y entro al primer consultorio a la derecha. Es una sala pequeña, con poca iluminación.

Sentada justo al frente de su silla, espero en el escritorio a que el doctor Santiago se siente.

Es el momento cuando el papel de doctor pasa a segundo plano y, el de amigo sobresale.

Detrás de su profesión.

Es el cuarto hijo de un matrimonio de mamá bogotana y papá tolimense. Vivió en Armero, Tolima, pero viajaba todas las semanas a la finca de su padre, que quedaba cerca del pueblo. Es por eso que su relación con la naturaleza era muy cercana. Cuando pequeño tenía un gran interés por la lectura, los estudios y la medicina, ya que era su manera de ver la vida principalmente porque, según él, era lo más “chévere” para conectarse con las personas.

En cuanto a su salud, siempre había tenido un organismo frágil debido a que padecía de constantes gripas y malestares en su cuerpo hasta que, a los nueve años de edad, le empezó un dolor en la pierna, lo cual iba a marcar su infancia y cambiaría el rumbo de su vida.

“Quería ser médico y futbolista como cualquier niño, pero el dolor me imposibilitaba el hecho de hacer ejercicio”, dijo el doctor Rojas.

Los médicos le decían que era un manipulador, porque al examinarlo no le encontraban nada, pero a él le seguía doliendo el pie. “Yo lo tocaba y solo se quejaba”, añadió Graciela Posada, su madre, pero, después de una cirugía, a Santiago le encontraron un tumor entre los dedos del pie, del tamaño de una pelota de pingpong, el cual se convirtió en un neurofibrosarcoma que se fue reproduciendo hasta llegar a su empeine, rodilla y muslo”.

Esta enfermedad iba a ser su acompañante de vida por un largo tiempo, ya que tuvo seis recaídas seguidas de operaciones y procedimientos médicos. En su primera etapa, en el colegio, tuvo que dejar a un lado el fútbol para empezar a usar muletas y soportes para poder caminar, mientras que en sus estudios universitarios perdió un semestre de su carrera; sin embargo, el dolor que padeció a inicios de sus estudios, hizo que entendiera más a la medicina desde su experiencia con el dolor.

Siempre tuvo la idea de tratar a las personas no solo de manera bilógica, sino también afectiva, emocional y de desarrollo. Acudió a la medicina alternativa en el cuarto año de su carrera debido a las numerosas declinaciones que tuvo y, a raíz de eso, empezó a ver que hay dos tipos de esta que se complementan y forman una medicina integrativa para ayudar a los pacientes a mejorar.

Más que un doctor.

El doctor Rojas Posada logra crear una conexión fuerte con sus pacientes, tanto así que lo describen como un amigo el cual te escucha, te ayuda y te aconseja, como en el caso de Joel Nicolás Míguez Eslava, uno de sus pacientes jóvenes que padeció cáncer desde sus 17 años de edad. Con él trabajó de la mano de las quimioterapias, con esencias florales, cantos y terapias visuales que lograron sacarlo adelante, restaurando su cuerpo en distintas dimensiones así como su alma y su parte social. “Siempre lo vi como una eminencia, con mucho respeto, pero una vez que trabaja contigo, te das cuenta de que es un amigo ya que le parece importante el vínculo doctor y paciente”, dijo el joven.

“Yo fui un mal paciente, lloraba, pataleaba e insultaba, por eso le digo a mis pacientes que no se preocupen porque yo fui peor”, afirma Rojas, mientras esboza una sonrisa cómica.

En sus tiempos libres le gusta leer, también le dedica tiempo a su parte espiritual mediante la meditación, juega golf, y ve ese deporte que tanto le apasionaba cuando pequeño: el fútbol. Porque a pesar de que no lo practica, la esencia de niño sigue dentro de él. También le destina su tiempo para la magia con cartas, ilusionismo y prestidigitación.

Después del largo recorrido que tuvo de la mano de su condición, Rojas Posada asocia a la enfermedad como un maestro del cual se aprende. Además recalca que también ha aprendido de sus pacientes y de sus hijos, Juan Diego, quien estudia Administración de empresas, y Gabriel, que decidió seguir los pasos de su padre y estudiar medicina.

Un plan poco común.

Mientras la conversación fluye, escucho de fondo pasos rápidos acompañados del abrir y cerrar de las puertas de consultorios. Siento algo de prisa en el ambiente; sin embargo, me concentro en la plática y aprovecho los últimos minutos que quedan.

Espero escuchar algún plan extraordinario para el futuro, la creación de una organización específicamente para los pacientes con cáncer creada por él, por ejemplo, pero no es así.

Me sorprende al saber que nada de esto está en los planes del doctor Santiago Rojas Posada, y pienso en lo afortunado que es: no todos disfrutan el día a día sin necesidad de pensar en el futuro y las ganancias como él. Es un hombre que vive para servir a la gente y no tiene muchas expectativas sobre el futuro. “No aspiro a convertirme en nada, no veo mi vejez como un objetivo. Estoy en mi día a día, queriendo hacer lo mejor todos los días”, puntualizó.

* Estas notas hacen parte de un acuerdo entre Pulzo y la Universidad de la Sabana para publicar los mejores contenidos de la facultad de Comunicación Social y Periodismo. La responsabilidad de los contenidos aquí publicados es exclusivamente de la Universidad de la Sabana.